El imaginario inconfesable

José Pablo Feinmann

Abril del 2003


Estamos a punto de volvernos aún más
impresentables de lo que somos. Es posible que
Carlos Menem llegue por tercera vez a la presidencia
de la Argentina. Cuando uno dice que estamos a punto
de volvernos aún más impresentables, no piensa en
presentarse ante la mirada de los otros. Aquí
estamos: somos el pueblo que eligió tres veces a
Menem, somos un pueblo moral y políticamente
impresentable. No, vamos a ser todavía más
impresentables ante nosotros mismos. Ante nuestra
propia mirada. Una sociedad es responsable de los
males que provoca. Y es también responsable de los
que no puede impedir. En suma, todos vamos a ser
responsables del regreso de quien no debía regresar.
De modo que será imprescindible sugerir que nadie se
disponga a elaborar frases como "este pueblo tiene
lo que se merece" o, sin más, "este pueblo es una
mierda". Si nos hemos deslizado hacia la tercera
puerta del Infierno, la culpa será de todos. De los
que elegirán a Terminator y de los que no pudieron
frenarlo construyendo una alternati va a su regreso.
Estos -que se dinamizaron bajo la consigna Que se
vayan todos- olvidaron algo. Cuando se lanzó esa
consigna, Menem no estaba. No podía irse porque ya
se había ido. De aquí que -pesadillescamente- acaso
sea él quien verdaderamente se quede.
Menem es un político que participa de lo
espectacular y lo secreto. Que es un político del
espectáculo, de la farandulización de la política y
hasta de la existencia no hace falta demostrarlo.
¿Por qué es, además, secreto? Menem es un político
que es votado en las sombras y no votado en el
ámbito de la enunciación. El votante menemista tiene
vedada la enunciación. No confiesa su acto. Lo
comete y no lo dice. Vota a Menem en el "cuarto
oscuro", en las sombras, y no confiesa ese acto.
Menem es su vicio secreto. Es como la masturbación.
El votante menemista se encierra, se masturba y
luego silencio y culpa. "Yo no lo voté. ¿Vos lo
votaste? Yo tampoco." Menem es el político más y
menos votado de la Argentina. Nadie lo vota, pero
gana. No es un misterio. O curre que Menem forma
parte del imaginario inconfesable de los argentinos,
y ese imaginario no sale en las encuestas. De aquí
la imprevisibilidad del factor Menem. Lo no dicho no
forma parte de las encuestas, esos ejercicios de lo
explícito, de la palabra dicha, de lo enunciativo.
¿Qué le ven --secretamente, hoy- quienes van a
votarlo? El poder de la urna menemista radica en su
dinámica inercial: tiene cinco años a su favor y
esos años todavía le rinden. Al peronismo, los
primeros seis años de Perón le dieron una
imbatibilidad electoral que duró hasta 1983.
Discépolo -cuando en 1951, desde la radio que
manejaba Apold, hacía la campaña electoral del
peronismo- creó a "Mordisquito", un obstinado
antiperonista a quien el arlequín del tango buscaba
convencer de las virtudes del gobierno. Tenía muchos
elementos para apabullarlo. Sobre todo uno:
"Mordisquito" no podía responderle porque la radio
les estaba vedada a los "contreras". Esto -que le
costó la soledad y la muerte a Discépolo- no fue
advertido por el arlequín, tanto creía en lo que
estaba defendiendo. De pronto, en una charla, lanza
una frase digna de su genio: "Estamos viviendo el
tecnicolor de los días gloriosos". Eso quedó así,
jamás cambió esa percepción en la conciencia del
votante peronista. Siempre que metió en la urna la
papeleta de su partido lo hizo recordando el
tecnicolor de los días gloriosos. Así, siempre que
votó al peronismo lo hizo bajo el imaginario del
regreso de esos breves, intensos años de los
cincuenta, los del tecnicolor. Hoy, el votante
menemista quiere otro regreso, otro tecnicolor, no
el de los cincuenta sino el de los noventa. No lo
confiesa, pero lo desea. Entre 1990 y 1995 tuvo
cosas que le dieron sentido a su vida porque su vida
agota en ellas su sentido. De un modo acaso mágico,
el votante menemista cree (o quiere creer) que con
Menem retornarán esosaños. Que Menem es el único que
podrá traerlos otra vez. Su frase es: "Carlitos nos
metió en esto, Carlitos nos va a sacar". Es una
frase irracional, fácilmente refutable. "O iga,
señor, si Carlitos nos metió en esto, la culpa es de
Carlitos." Esto no le importa al votante menemista.
Aceptará que Carlitos extravió el rumbo a partir del
'96, cuando "nos metió en esto". Pero el hecho de
habernos metido le otorga una sabiduría que los
otros han demostrado no tener: la de salir de esto.
Si yo me metí en un laberinto, es posible que
recuerde cómo salir. Si nací en un laberinto, estoy
perdido. Esto se traduce en una certeza que se
pretende más racional: Menem sabe cómo gobernar.
Será también inútil recordarle al votante menemista
todo lo que hizo Carlitos para lograr sus cinco años
de glorioso tecnicolor: la enajenación completa del
patrimonio nacional, la destrucción de la soberanía
del país, la identidad entre mafia y política. La
exclusión social, el aumento de la pobreza, la
corrupción. Vano intento. Al votante menemista no le
interesan el país ni la sociedad ni, mucho menos,
los derechos humanos. Quiere que le den -hoy, ahora-
lo que necesita para ser feliz. Es heredero del
argen tino mundialista. Del argentino malvinense.
Quiere que el país sea una fiesta y no le importa el
costo. Si a quinientos metros del estadio
mundialista estaba la ESMA y allí se torturaba, eso
no le impedía festejar los goles del gran equipo
nacional que nos llevaba a las cimas de la gloria.
Si a la guerra iba una generación de pibes que sería
sacrificada, al diablo con eso: era hermoso sentirse
un país potencia que recuperaba su soberanía. Si la
economía menemista hundía a miles y a cientos de
miles en la miseria, si rifaba el país y se lo
apropiaba, al diablo con eso, también daba otras
cosas y muchas. Permitía participar de la fiesta.
"Vea, nos quedamos sin país, pero usted se compra un
cero kilómetro y veranea en Miami." Respuesta del
votante menemista: "Yo nunca tuve un país. Ahora
tampoco lo tengo, pero a cambio me puedo comprar un
cero kilómetro, veranear en Miami, sentir que un
peso vale un dólar y que yo valgo, al fin, lo mismo
que un yanki o un europeo".
El votante menemista no lo quiere a Menem
Preferiría algo mejor. Fue el votante menemista
(que, como vemos, se nos identifica cada vez más con
el votante argentino) el que votó a la Alianza.
Estaba harto de Carlitos y su pandilla. Quería algo
más presentable. Que no le hiciera sentir su
adhesión como un vicio. Masturbarse con más
elegancia, con menos vergüenza y culpa, eso quería.
¡Miren lo que resultó! La catástrofe de la Alianza.
Ahora, entonces, regresa al hogar. Con Menem, otra
vez, vamos a ser yankis. Es el único que la tiene
clara: hoy hay que ser yanki. O sos yanki o sos
boleta, es decir, sos Irak. O Cuba, con la que Menem
siempre supo qué hacer. Menem tiene los mejores
contactos. Fue amigo de Bush padre, ¡miren si el
hijo no lo va a querer! Lo va a querer más todavía,
porque Bush hijo hace todo lo que hizo su papá pero
más grande, el doble. Menem sabe dónde está la
guita. Si él se la llevó, él la va a traer para
sacarnos de esto. Menem termina con la delincuencia.
Con la libertad también, es cierto. (Pero el votante
argentino, entre la se guridad y la libertad, elige
la seguridad.) ¿Milicos en la calle? ¿Y qué hay? Con
los militares no había delincuencia. Y al que no
estaba en nada, no le pasaba nada. Lo mismo ahora:
si Menem pone a los milicos en la calle, que se
preocupen los chorros, no la gente decente, salís
con los documentos en regla y se acabó. Con Menem
vuelve el crédito. Vuelve el uno a uno. Vuelve la
década del noventa. Esos cinco años de tecnicolor
que él nos dio y sólo él sabe cómo reponernos.
Claro, yo esto no se lo digo a nadie. Decís esto y
todos te miran como un gusano, un inmoral. Pero
ellos también piensan lo mismo. Lo piensan y no lo
dicen. Es que no se puede decir. Es inconfesable.
Pero uno no tiene obligación de andar diciendo lo
que piensa. Al fin y al cabo, el voto es secreto,
¿no? Tal vez no gane. Ojalá no gane. Pero el solo
hecho de que pueda hacerlo es -para todos nosotros-
una derrota y una humillación.

 

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