10 años del levantamiento zapatista:

Frustraciones y esperanzas

Pascual Serrano

Rebelión

3 de febrero del 2004


El pasado mes de enero se cumplieron los 10 años del levantamiento armado zapatista y los veinte de su fundación como organización insurgente. Con ese motivo se han escrito decenas de textos que pretenden hacer balance de ese periodo. El abanico de enfoques y perspectivas es tan amplio que hasta puede variar la denominación del, digamos, cumpleaños. Unos hablan de celebración y otros de conmemoración, según debate abordado por Marcos Roitman en el diario La Jornada. Pero con toda seguridad, esos diez y veinte años son un periodo suficientemente largo para haber acumulado logros y frustraciones, aciertos y errores. Y, sin duda, la mejor opción es la de evitar los discursos monocordes, utilizados por quienes sólo tiene palabras para la semblanza o para la crítica feroz. Y es que todos los análisis parten de varias deficiencias. Por ejemplo, no se sabe exactamente cuáles eran los planes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y en qué medida los acontecimientos se han ajustado a esos planes. Tampoco ningún analista está en condiciones de plantear cuál es el modo más acertado de enfrentarse a ese enemigo común que es el neoliberalismo, cada vez más presente en su versión militar e imperialista, abanderando las reivindicaciones de democracia, justicia y libertad. Entre otras razones, porque no existe modelo o estrategia combativa válida para todas las situaciones o pueblos, por mucho que coincidamos en la identificación del enemigo a batir.

Sin duda, algo muy importante sucedió el 1 de enero de 1994. Algo que iba más allá de Chiapas y de México y que han marcado las formas y modos de movilización de todos los pueblos del mundo. Ese día, cinco mil indígenas chiapanecos se alzan en armas y atacarían siete cabeceras municipales y dos grandes cuarteles del ejército federal mexicano. Sucede el día en que entra en vigor el Tratado de Libre Comercio Norteamericano, firmado por EEUU, Canadá y México. Un tratado que mercantilizaba al máximo cualquier reducto de interpretación colectiva o comunal de la tierra que pudieran tener los indígenas. Pero también en un momento de absoluto escepticismo entre las filas de la izquierda mundial. Las últimas guerrillas latinoamericanas que habían logrado enamorarnos, las de Centroamérica, habían pasado a la historia sin pena ni gloria, el mayor intento de asalto al cielo que se ha experimentado -utilizando la terminología de Fausto Bertinotti- se había derrumbado y Cuba atravesaba por uno de sus más difíciles momentos. No era fácil despertar pasiones. Pero unos indígenas de un rincón de México que apenas nadie conocía y un tipo con pipa y pasamontañas lo lograron. Cuando los que vivimos en el primer mundo amanecimos aquel 1 de enero con nuestra resaca de champán, alguien nos recordaba que, en la otra parte del mundo, se luchaba y moría al grito de tierra y libertad.

Desde el discurso hasta las estrategias de movilización, todo era nuevo en el zapatismo. En un mundo en el que, cada vez que en política se presentaba algo como nuevo era para hacer una nueva concesión al poder, los zapatistas no dejaban de asombrarnos con innovaciones que no incluían claudicaciones ideológicas.

En semanas, el zapatismo logra la movilización mundial que obliga al gobierno mexicano a sentarse a dialogar. Por supuesto, con promesas y engaños -recordemos que se trata del gobierno mexicano-, pero el primer instinto de aplastamiento militar se había logrado neutralizar.

Después vendrían eventos inéditos en la izquierda mundial. Una Convención Nacional Democrática con seis mil representantes de organizaciones populares de todo el mundo en la Selva Lacandona, manifestaciones de apoyo con cien mil asistentes en un México DF hasta entonces narcotizado, un millón de personas pronunciándose en una consulta nacional e internacional pidiendo una salida negociada y respeto a los indígenas, un primer Encuentro Internacional por la Humanidad y contra el Neoliberalismo... Sin duda fue el zapatismo quien por primera vez globalizó la resistencia y la lucha. Esa movilización altermundista tal a la orden del día no nació en Seattle, fue en la Selva Lacandona.

El EZLN también cambió la interpretación que teníamos del indigenismo y, al mismo tiempo, también encontró el modo de que el indígena supiese transmitir a los no indígenas sus valores, sus principios y su lucha. Una lucha que ese uno de enero descubrimos que era la nuestra. Lo pudimos comprobar entonces en Chiapas, y recientemente en Ecuador y Bolivia.

Igualmente, el papel de la mujer, ha alcanzado en el zapatismo, un nivel de participación y compromiso inédito hasta entonces en las comunidades indígenas.

Lo sucedido en estos diez años permite, sin duda, alabanzas fáciles y también críticas frívolas, pero no debemos de olvidar las dificultades a las que se ha tenido que enfrentar el movimiento zapatista. Han debido de empuñar las armas con más sentido metafórico que real porque esa vía era una batalla perdida como nadie dudará, con el consiguiente riesgo de ofrecer excusas para la intervención y el aplastamiento militar. Han tenido que dar vidas en la búsqueda de un objetivo político a muchos años vista.

También han debido de convivir con contradicciones. Se ha explotado un icono como el subcomandante Marcos en lo que ha sido un ejercicio antagónico al discurso de la elaboración y la lucha colectiva. Han conseguido que los indígenas de Chiapas no se bajen de la acera cuando se cruzan con un blanco en San Cristóbal de las Casas pero le ofrecen en venta un muñequito con un pasamontañas.

Y han tenido que afrontar fracasos indiscutibles. Pocos mexicanos de la izquierda reniegan de las virtudes del zapatismo, pero no termina de arrancar la movilización de apoyo ni en el país ni en la capital, más allá de los momentos críticos. La apuesta política organizada sin armas, el Frente Zapatista de Liberación Nacional, no ha logrado la implantación deseada y la vida política institucional de México sigue sin tenerlos en cuenta. Tampoco faltan las ONG´s nacidas a la sombra del zapatismo que han terminado integradas en el sistema.

Otro debate es si el tiempo corre a favor o en contra del movimiento zapatista. Mientras unos afirman que el tiempo indígena es diferente y que su lucha se mide en décadas, otros recuerdan que los niños indígenas mueren de inanición en el mismo tiempo que los no indígenas.

Pero la gran incógnita es qué otra salida existía y existe. No sirven esos revolucionarios de salón que piden pólvora desde su cómodos sillones en ciudades acomodadas. Son los mismos que se escandalizaban de esos entreguistas acuerdos de paz de Centroamérica después de décadas de muerte y sufrimiento que no lograban llegar a ningún lado. Es fácil pedir guerra cuando no es uno el que está en el frente. Esas formas de lucha armada, mediante la teoría del foco guerrillero que enciende la rebelión o las organizaciones político-militares, no sirven hoy.

Ya dijo el subcomandante Marcos que la primera obligación de un guerrillero es mantenerse vivo, muerto no puede seguir luchando. Aunque no se oigan disparos y los niños sigan muriendo, el movimiento zapatista está trabajando en algo probablemente más difícil, si cabe, que tomar el poder. Cuando el gobierno mexicano incumplió los acuerdos de San Andrés y se negó a reconocer los derechos de los pueblos indios, los zapatistas no abrieron fuego, construyeron los denominados "territorios rebeldes". Las comunidades zapatistas, ahora bajo la forma denominada Los Caracoles, están intentado construir una nueva cultura política, un modelo diferente de convivencia, de toma de decisiones y de participación. Algo en lo que los mayas siempre han sido un ejemplo histórico, como sucedía en las Comunidades Populares de Resistencia durante la guerra en Guatemala. Y ese modelo, a costa de su sufrimiento y la muerte de los más débiles, deberá servirnos a todos, no sólo a los indígenas. En estos diez años, los cientos de jóvenes de todo el mundo que han ido a las comunidades zapatistas han podido descubrir esa lucha por otro mundo distinto y han llevado esa causa a sus ciudades y países. Una lucha, que a diferencia de nuestras pintorescas movilizaciones antiglobalización, no duran un día ni una semana, sino toda la vida. Los indios de Chiapas están dando su sangre por nosotros mediante la búsqueda de modos organizativos de los que nos podamos alimentar. Somos nosotros, con nuestros caducos partidos políticos, nuestros eruditos documentos de despacho y nuestras estériles reuniones planificadas para escucharnos, quienes ni les estamos ofreciendo nada ni nos estamos acercando a ese mundo nuevo y necesario donde la democracia, la justicia y la libertad se hagan realidad.

http://www.pascualserrano.net


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