Francisco Repilado, Compay SegundoCompay Segundo:

Un hombre sabio con una vida enorme

Pedro de la Hoz

Granma Internacional

15 de julio de 2003

 

En el calor de una noche de música —quedaban inaugurados los estudios de Pablo Milanés—, el trovador, con su armónico a cuestas, el tabaco a medio arder en una mano y el añejo luciendo su dorada luz en un vaso al alcance de los labios, el trovador era el hombre más pleno de la fiesta. Sin agitarse demasiado, con su sonrisa de oreja a oreja, disfrutaba un dúo con Sara González. Fue la primera vez que escuché Chan Chan y la primera que conversé largamente con Compay Segundo. Recuerdo que Octavio Sánchez, el legendario Cotán, me dijo entonces: "Este es un hombre sabio, sabio de verdad".

Cantarle a Fidel fue uno
de sus mayores orgullos.

Ya Compay era Compay, aunque la fama de la última década estaba por venir. Cómo olvidar su voz grave y rotunda en las míticas grabaciones de los primeros Compadres. Cómo dejar de pesar su contribución al conjunto Matamoros. Cómo ignorar que en los momentos de fundación de la Nueva Trova, el grupo Moncada había contado, entre sus temas de pelea, la sabrosa Macusa.

Unos meses después, Compay comenzaría a tener sus nuevos días de gloria. Se suele decir que los oropeles de la fama sobrevinieron con Buenavista Social Club, el disco y la película. En verdad no fue así. BSC sería un instante consagratorio dentro de una serie de episodios que habían comenzado a tejerse unos cuantos años antes. Su encuentro a fines de los ochenta con Eliades Ochoa y el cuarteto Patria había sido providencial. De ello se percató el musicólogo Danilo Orozco cuando presentó una de las más serias propuestas del espectro sonero cubano a la Smithsonian Institution.

Tanto Orozco como Alicia Perea, al fomentar la participación de la delegación cubana a los Encuentros del Son y el Flamenco, en Sevilla, apostaron por Compay Segundo y sus Muchachos.

Este cronista fue testigo del renacimiento de Compay en tierras de España y Francia. El viejo Compay llegó allí con su música de siempre, con sus calidades a flor de piel. Y en un plazo en que la música tradicional cubana se estaba revalorizando a escala internacional, como lo indicaba el triunfo de la Vieja Trova Santiaguera, Los Naranjos y Los Jubilados en varios países europeos.

Recuerdo su presentación en el parisino Café de la Danse (octubre de 1995). No cabía ni un alma más en el local. Compay cantó por dos horas y estaba fresco, tranquilo, abierto y cordial. De pronto le dijo al público: "¿Tenían ganas de bailar? Bueno, ahora pónganse a pensar, porque la huella de mi país está en lo que voy a tocar". Y arrancó con La bella cubana. Más tarde en el camerino me confesó: "A Cuba hay que saber pasearla por el mundo, para que sepan quiénes somos".

Un día le pregunté acerca del secreto de vivir tanto y mantenerse activo en el arte: "Como poco para no aburrirme de la comida, no como todos los días, como un día, y al otro es caldo y nada más, para que mi organismo descanse. En general, la cuestión está en no aburrirme de nada. El hastío es el peor enemigo del ser humano. Lo otro es tener paciencia, que todo llega. A mí me llegaron las flores de la vida a tiempo, sí señor".

En los últimos años sentía rabia cuando leía en los periódicos noticias de las guerras imperiales: "Me da asco ver lo salvaje que puede ser el hombre, matando a sus semejantes por gusto. Con tanta belleza que hay en este mundo, mire que desatar guerras y aplastar a otros por ambición y soberbia".

Entre los mejores recuerdos de estos tiempos de recorrer intensamente el mundo, el trovador atesoraba varios momentos entrañables: "Óigame, cualquiera se puede dar con un canto en el pecho por haberle cantado a Fidel y al Papa. He llegado a conocer a mucha buena gente en los lugares más remotos." Su memoria para retener nombres no era muy buena, pero cuando fijaba un rostro lo hacía para siempre. Así sucedió la tarde en que le enseñé una fotografía de la actriz Catherine Zeta Jones: "Como le gusto a esa mujer. Se sabe mis canciones, qué te parece".

Otro día quise saber hasta cuándo era capaz de soñar y me respondió: "Pienso vivir 115 años, como mi abuela. Entonces no me moriré, porque voy a pedir prórroga".

Afortunadamente su música lo sobrevivirá mucho más allá de lo que podamos imaginar. Y en nuestros oídos tendremos las flores de su vida.

Las lecciones de un grande

Bien temprano en la mañana de ayer, el ministro de Cultura, Abel Prieto, ofreció declaraciones a la prensa sobre el acontecimiento luctuoso: "Es una gran pérdida sin duda, aunque va a seguir con nosotros su obra, su talento. Se hizo querer por esa mezcla muy particular de autenticidad, de sentido del optimismo, de fe en la vida. Nos dio una lección sobre cómo envejecer. Lo que más admiré en él fue su capacidad para seguir siendo auténtico, apegado a sus raíces, pese a la fama. Es decir, accedió a la fama sin hacer concesiones".



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