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Miseria y desolación bajo las bombas o el milagro de sobrevivir en Bagdad

Gustavo Sierra

El Clarín - Granma Internacional

23 de enero del 2005

 

Los bagdadíes sufren la falta de electricidad y agua la mayor parte del tiempo. Los teléfonos están cortados y la inflación se disparó en los últimos meses

BAGDAD.— La vida es miserable en Bagdad. La electricidad desaparece entre 8 y 20 horas por día y muchas veces por semanas. El agua se corta constantemente. Nadie levanta la basura. Las líneas telefónicas están cortadas y la compañía egipcia que armó una red de celulares se fue del país. El gas de las cañerías hace varios meses que dejó de fluir.

Hay que depender de unas garrafas que están tan deterioradas que ya causaron tantas muertes como los atentados. Las calles están todas cortadas y cuando uno aprende un camino nuevo, al otro día hay un retén de los soldados estadounidenses o de la policía iraquí y no se puede salir del barrio. Las escuelas y universidades funcionan cuando los maestros y profesores pueden llegar para dar clases o cuando no hay un alerta de seguridad.

La mitad de la gente no tiene trabajo. Y el que trabaja para la administración de ocupación o el Gobierno iraquí tiene una sentencia de muerte marcada en la cara. Los tiroteos son constantes y al menos una vez por semana explota un coche-bomba cerca de donde uno trabaja o vive.

"Pero todo eso no es lo peor, lo que más me cuesta es recibir cada día la noticia de que murió alguien que conozco o que quiero", me dice Raqia Hendawi, una farmacéutica que tiene su negocio en el distrito de al-Masbah.

Hay una emisora, Radio Dijla, que dedica toda su programación a atender emergencias. De esa manera se enteran los médicos de los hospitales o la policía y acuden a ayudar a gente que quedó herida por un atentado o simplemente sufrió un ataque al corazón. "Un día teníamos al primer ministro Iyad Allawi en el teléfono y cada vez que lo poníamos al aire se cortaba la llamada. Ni el Primer Ministro puede estar comunicado en este país. Desde ese momento nos dedicamos a escuchar lo que la gente siente. Y la gente está muy cansada. Necesita alguien que la escuche", me explica Ahmad al-Rikaby, el gerente ejecutivo de Radio Dijla en su despacho, ubicado en un edificio destruido por los bombardeos del 2003.

La falta de seguridad e infraestructura es la mayor queja que los iraquíes comunes tienen contra las fuerzas estadounidenses. "¿Para que vinieron? No pueden controlar nada. Ni siquiera pueden darnos agua limpia en nuestras casas", dice Hamza, un muchacho que se gana la vida lavando camionetas 4X4 de unos contratistas australianos. A su lado, el guardia del hotel Cedar asiente. Los estadounidenses le echan la culpa a los sabotajes y los constantes ataques de la resistencia y los grupos terroristas que operan en el denominado triángulo sunnita. Pero la verdad es que los tenientes y coroneles no están preparados para administrar. Y la mayoría de los que habían logrado algún progreso en algún barrio tuvieron que salir de allí después de sufrir cientos de bajas.

De todos modos, la ineficiencia de los marines para las tareas administrativas es monumental. Ayer, en la Zona Verde, donde funciona el Gobierno de ocupación, al mediodía se cortó la luz y nadie tenía una respuesta sobre qué había sucedido. Cuando regresó solo una fase, los soldados se negaban a conectarse a la que estaba funcionando porque no tenían una orden superior.

El proceso de acreditación de funcionarios para las elecciones del domingo 30 y la de los periodistas que van a cubrirla llevó más de 8 horas de espera. Y no era lo peor. Para salir del lugar hay que pasar una esquina donde explotaron 22 coches-bomba en los últimos seis meses.

Los que tenían dinero ya se fueron del país hace tiempo y viven en Siria, Jordania o El Líbano. La gran mayoría de las casas del elegante barrio de Mansour están cerradas. Los otros tienen que lidiar con una economía con una inflación galopante. Un salario medio es de unos 150 dólares al mes. Una maestra con 10 años de experiencia gana 250.000 dinares (166 dólares) y una compra semanal en un supermercado para una familia de cuatro personas se puede llevar tranquilamente 100 dólares. Un kilo de tomates que hasta hace seis meses costaba 20 ó 30 centavos de dólar ahora alcanza 1,20 dólar. Las cebollas que hasta la época de Saddam Hussein se regalaban, ahora cuesta casi un dólar el kilo.

Una garrafa de gas cuesta entre 5.000 y 10.000 dinares (de 3 á 7 dólares) comparados con los 2.000 dinares de hace tres meses o los 500 con que se compraban hasta la abrupta caída del régimen saddamista.

La gasolina tiene un capítulo aparte. Hay dos posibilidades de obtenerla. O haciendo una cola de uno o dos días ante alguna de las estaciones de servicio estatales donde se paga 10 dinares por litro o pasando por ciertas calles donde decenas de chicos ofrecen la nafta en bidones por 5.000 dinares el litro. Claro que hay otro mercado negro que se levanta por detrás de la refinería de Al Doura en la entrada de la ciudad. Ahí, los empleados derivan la mejor gasolina en unos tanques que se pueden comprar por unos 2.000 o 3.000 dinares el litro.

"No tenemos una crisis petrolera. Tenemos una crisis de honestidad", se quejaba la última semana el ministro de Petróleo iraquí, Thamir al-Ghadhban, que tiene una gran experiencia en todos estos asuntos porque permanece en su función desde que fue nombrado por Saddam Hussein, hace casi 20 años.

Y en un país donde la muerte cubre cotidianamente a toda la población, ricos o pobres, es en los cementerios donde más se lucra. Por motivos religiosos, los musulmanes deben enterrar a sus muertos el mismo día del fallecimiento. Esto hace que los cementerios cobren verdaderas fortunas por aceptar los cadáveres antes de que se cierren al caer la noche a las cinco de la tarde. "Mataron a mi hermano en la explosión de la mezquita la semana pasada. Nos entregaron el cuerpo muy tarde y hasta que lo llevamos a preparar a la mezquita, llegamos corriendo a las cinco al cementerio. Para que me lo aceptaran tuvimos que pagar en coimas casi un millón de dinares (660 dólares)", cuenta Bashir Yacoub, un asistente de cámara de una cadena de televisión europea.

En este clima, 26 millones de iraquíes supuestamente deberían ir el próximo domingo a las urnas para elegir a la primera Asamblea Nacional democrática de su historia. Un acontecimiento que sería recibido con júbilo en cualquier parte del mundo. Acá solo levanta sospechas. Casi nadie cree que sus vidas mejorarán una vez elegido el nuevo Gobierno.

(Tomado del diario Clarín, de Buenos Aires, Argentina, publicado el domingo 23 de enero del 2005)

 

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