Alvaro Montero MejíaLa política exterior debe servir para dignificar a Costa Rica

Alvaro Montero Mejía

20 de abril del 2003

Publicado con el permiso del autor

Hace unas cuantas semanas, el gobierno de Abel Pacheco, contraviniendo los más profundos sentimientos pacifistas del pueblo costarricense y haciendo añicos los valores de independencia y soberanía nacional, sin consultar con nadie ni apreciar esos sentimientos y valores, apoyó, en nombre de todos nosotros, la guerra de agresión que el gobierno de George Walker Bush, lanzara contra Iraq.

En otros artículos y pronunciamientos públicos levantamos la voz contra esa acción terrible, que ha terminado por destruir, desde sus cimientos, las estructuras erigidas por la humanidad a fin de hacer posibles la paz mundial, la solidaridad y un orden internacional basado en los principios de diálogo, colaboración, auto determinación de los pueblos, soberanía e independencia.

Pacheco y su gobierno cargarán con el estigma indeleble de haber entregado la dignidad nacional, para servir los designios e intereses de la mayor potencia imperial de la historia. Esa vergüenza, imposible de tapar con hojas de parra, nos coloca a los costarricenses en la ineludible obligación de proclamar ante el mundo que este puñetazo a la paz mundial y a la legalidad internacional de la que Costa Rica es signataria, constituye una responsabilidad personal y directa del actual gobierno y que ningún patriota digno de ese nombre, está comprometido con él.

Sabemos que en el aparato de dirección estatal, hay centenares de personas que no comparten la abyección del gobierno, por lo que lamentamos que hayan sido comprometidas con la indignidad de una decisión que la humanidad ya condenó.

Pero la sumisión y el servilismo del gobierno y su aparato de servicio exterior, no parece tener límites. Ahora, acompañados de otros tres estados latinoamericanos, decidieron suscribir la tradicional condena que algunos estados, en fiel acatamiento de las directrices norteamericanas, proponen todos los años contra Cuba, en la Comisión de Derechos Humanos que sesiona en Ginebra.

Sabemos que muchos costarricenses, por distintas razones, manifiestan una clara antipatía por la Revolución Cubana. Sea como sea, cualquiera que piense así está en su derecho. Esa libertad es un principio inalienable de la democracia. Los que pensamos que el proceso cubano no puede ser manejado únicamente a base de prejuicios, desinformación o verdades a medias, debemos procurar que, en un ambiente de discusión y diálogo, apegado a nuestras tradiciones de racionalidad y tolerancia, enfrentemos los puntos de vista discrepantes y saquemos conclusiones más acordes con la verdad sobre Cuba y su sistema social.

Pero debemos decirlo con la mayor claridad y energía posible. Comprendemos que los procesos políticos de naturaleza revolucionaria están plagados de aberraciones y errores, y que hace muy poco un mundo entero dedicado al socialismo se derrumbó, fundamentalmente como resultado de sus vicios y contradicciones. Estamos pues en la obligación y el derecho de juzgar esos procesos críticamente y no aceptar como bueno e inapelable todo lo que se dice o hace. Pero debemos comprender y conocer las verdaderas intenciones y la profunda hipocresía que acompañan la política exterior del Gobierno y de algunas voces que se le suman. Incapaces de denunciar y señalar la naturaleza y criminalidad de las actuales acciones imperiales, gesticulan para condenar al único país del continente que ha tenido el valor de enfrentar esas mismas acciones, bloqueo y terrorismo incluidos, durante los últimos 45 años.

Naturalmente que no esperamos del Gobierno comprensión y menos, apoyo para Cuba. Cuba ha demostrado que sabe defenderse sola. Pero es de esperar un poco de respeto para un pequeño país y un pueblo que, con sus maestros, científicos, intelectuales, médicos y soldados, en medio de inauditas dificultades, no ha hecho más que servir a la causa de la humanidad; un país que jamás ha dicho una palabra o elevado un mensaje ante el mundo o actuado en el terreno internacional, como no sea para conminar a los pueblos débiles a la unidad para enfrentar sus dramas seculares, colaborar generosamente con sus angustias sanitarias o sus catástrofes tectónicas, formarles millares de médicos o desenmascarar la arrogancia y la prepotencia imperiales, hoy manifestadas sin freno ni medida.

Por eso nos da vergüenza que mientras los EEUU emprende la mayor ofensiva contemporánea contra los pilares del derecho internacional, mientras se produce una horrenda matanza de civiles inocentes, hombres mujeres y niños en Iraq, mientras se convierten en polvo 4000 años de historia humana a vista y paciencia de los soldados invasores, que han convertido a ese empobrecido país en el polígono viviente de sus armas de destrucción masiva, mientras se trasladan prisioneros desde Afganistán hasta Guantánamo, sin nada que se asemeje a una garantía procesal civilizada, mientras el mundo se colapsa por la violación de todas las normas humanitarias y se pisotean los valores de la convivencia internacional; mientras en los propios Estados Unidos la mal llamada "acta Patriótica" hace añicos la tradición jeffersoniana, el gobierno de Costa Rica sume, a su lamentable papel de sirviente del poder imperial en el medio Oriente, una nueva función como faldero diplomático del Gobierno de George Walker Bush. Nos da vergüenza que el funcionario diplomático, encargado en Ginebra de hacer una propuesta de última hora, inducida por los EEUU y que fue rechazada, la haya presentado en inglés, muy probablemente porque en la premura del encargo, no encontró el tiempo necesario para traducirla.

Yo denuncio a nuestro Presidente Abel Pacheco, de ser un instrumento del Gobierno de George Walker Bush. Yo denuncio a este gobierno de no tener el valor, la honradez, la dignidad ni las agallas, de enfrentar una discusión pública nacional sobre sus posiciones internacionales.

Los costarricenses deben saber que todo lo ocurrido, desde nuestra inclusión en la "lista de la vergüenza" hasta la fracasada moción en Ginebra, son parte del mismo proceso que intenta convertir al estado costarricense, en una lamentable y penosa extensión de la política exterior de los Estados Unidos.

Expresamos estos criterios para que nadie dude, hasta donde nuestra voz llegue, que en Costa Rica vivimos muchos hombres y mujeres a quienes nos conmueve y nos ruboriza estar gobernados por gente que no tiene el más elemental sentido de la hidalguía y el decoro nacionales.

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