Hitler también sonreía

César Benjamín

Resumen Latinoamericano

octubre 2002


Hace algunos años vi, en la portada de un libro, una
fotografía que jamás olvidaré: mostraba a un Hitler
bonachón, con un niño en el regazo, rodeado de otros
niños, con los cuales conversaba en un descampado.
Estaban todos tranquilos, alegres y relajados,
completamente espontáneos. Quedé perturbado al
contemplar así, tan humano, al constructor del régimen
más odioso del que tuvimos noticias en el siglo XX.
Hitler siempre nos fue mostrado en imágenes histéricas
y grotescas, vociferando, amenazando, gesticulando, de
modo que nos habituamos a imaginar que normalmente era
así. Particularmente por eso, tenemos dificultades en
comprender como millones de personas pudieron
tolerarlo, captarlo, respetarlo o seguirlo.

Inmediatamente me di cuenta que los contemporáneos del
nazismo, especialmente los alemanes y los pueblos bajo
su influencia, deben de haber visto millares de veces
ese otro tipo de imagen, hoy tan rara - Hitler
sonriendo, caminando entre asesores, abrazando
personas, agitando banderitas, explicando con calma
sus ideas, incluso cuando representaban un ultimátum a
alguien. También me di cuenta que era una falta de
respeto a la democracia ocultar eso a las nuevas
generaciones. ¿Cómo podríamos reconocer una eventual
vuelta del fascismo o de otro tipo de barbarie, si
solo fuésemos capaces de imaginarlo en aptitudes
grotescas y repugnantes? ¿Y si volviese con otra
imagen, mas amigable, cautivante y encantadora?

He pensado en ello cuando veo al presidente George W.
Bush explicar los nuevos procedimientos y doctrinas
del Estado norte-americano. Habla pausadamente, frunce
el ceño, se rodea de niños y cachorritos, se porta
como el amigo con más experiencia. Pero aquella
bendita foto de Hitler me vacunó contra apariencias,
al mostrarme que lo peor de los dictadores de su
época, también se exhibían así.

Bush y Hitler no son comparables. Tampoco el mundo y
la sociedad norte- americana de hoy son comparables al
mundo y a la sociedad alemana de setenta años atrás.
Pero es forzoso reconocer que los Estados Unidos han
emitido una secuencia de señales perturbadoras, que
necesitan recibir una atención más sistemática. Algo
esta cambiando allí, rápidamente, y para peor. La
notoria imbecilidad del presidente no es explicación
suficiente. Comienzo a pensar en cosas más graves.

Como todos se recuerdan, Bush perdió las últimas
elecciones presidenciales por más de medio millón de
votos, pero consiguió dar la vuelta a esa desventaja
mediante una grosera manipulación de los resultados
del estado de Florida, gobernado por su hermano.
Consiguió así, mayoría en el colegio electoral (solo
entonces los medios de comunicación nos explicaron que
la elección del presidente de los Estados Unidos se
realiza por medio de elecciones directas). En aquella
ocasión, extrañamente, una misma señora acumulaba las
funciones de responsable por el proceso electoral en
la Florida, secretaria de Justicia de ese estado
(subordinada pues, al hermano de Bush) y coordinadora
oficial de la campaña del propio Bush. Ella y sus
amigos impidieron un recuento decente de los votos, a
pesar de haber una diferencia mínima entre los
candidatos -ochocientos votos-, con enormes evidencias
de fraude. Ochocientos votos que decidieron una
elección nacional en un país de 250 millones de
habitantes.

Como todos se recuerdan, Bush perdió las últimas
elecciones presidenciales por más de medio millón de
votos, pero consiguió dar la vuelta a esa desventaja
mediante una grosera manipulación de los resultados
del estado de Florida, gobernado por su hermano.
Consiguió así, mayoría en el colegio electoral (solo
entonces los medios de comunicación nos explicaron que
la elección del presidente de los Estados Unidos se
realiza por medio de elecciones directas). En aquella
ocasión, extrañamente, una misma señora acumulaba las
funciones de responsable por el proceso electoral en
la Florida, secretaria de Justicia de ese estado
(subordinada pues, al hermano de Bush) y coordinadora
oficial de la campaña del propio Bush. Ella y sus
amigos impidieron un recuento decente de los votos, a
pesar de haber una diferencia mínima entre los
candidatos -ochocientos votos-, con enormes evidencias
de fraude. Ochocientos votos que decidieron una
elección nacional en un país de 250 millones de
habitantes.

Ningún otro presidente tomaría su cargo en esas
condiciones con tanta prisa e impunidad. Si fuese del
tercer mundo, él y su país llevarían consigo la marca
del ridículo, que las agencias de noticias no nos
dejarían olvidar. Si fuese adversario de los Estados
Unidos, no obtendría reconocimiento internacional y
sería "legítimamente" derribado. La acusación de golpe
de estado contaría con evidencias demoledoras. Pero
Bush asumió su cargo con extraña facilidad, sin
necesidad de rendir cuentas a nadie. Quedó claro que
fuerzas poderosas consideraban muy importante tenerlo
en la presidencia, incluso pagando el alto precio de
sacrificar las apariencias democráticas del sistema
político norteamericano.

Desde entonces, y especialmente después de los
atentados del 11 de septiembre, el régimen se viene
cerrando. Algunas medidas, apoyadas por el presidente
o sus seguidores, son ridículas, como la creciente
separación de niños y niñas en las escuelas o la
prohibición de la enseñanza de la teoría de Darwin en
varios estados. Otras, sin embargo, son
indiscutiblemente serias. Por ejemplo, el gobierno
norte-americano dejó de reconocer derechos
individuales elementales, manteniendo hoy casi mil
personas presas por simple sospecha, sin acusación
formal, sin plazos y sin proceso judicial regular. De
nuevo, eso sería un escándalo si ocurriese en otro
lugar. En paralelo, está siendo preparada la fusión de
25 agencias de seguridad en una sola mega-agencia cuya
base de operaciones será una red de un millón de
espías dentro del propio país. Ninguna democracia
resiste a un aparato así, que por su naturaleza, actúa
en la sombra, se infiltra, chantajea, desparrama
desconfianzas, produce dosieres y, con el tiempo,
acumula enorme poder. Se trata de la simiente de un
Estado policial. El ideario democrático, pieza
fundamental para la legitimación de la sociedad
norte-americana delante de sí misma y del mundo, está
bajo amenaza.

En paralelo, hubo en la economía dos novedades: el
escándalo de las bolsas y el fin del largo ciclo
expansivo de la década de 1990. Las repercusiones
derivadas de ello también son significativas, dentro y
fuera de los Estados Unidos. Al contrario de lo que
ocurre en Brasil, las grandes corporaciones americanas
son sociedades anónimas, con gerencia profesional y
acciones negociadas en las bolsas. Allí, el ahorro de
las familias es tradicionalmente aplicado en compra de
acciones, lo que generó la imagen de un "capitalismo
de masas", motivo de orgullo de aquel país. Desde
1992, sin embargo, Hyman Minsky, premio Nóbel de
economía, advierte que el sistema norte-americano
había transitado para un nueva etapa, que denominó
"capitalismo administrador de dinero" (groso modo,
ello corresponde a la famosa acumulación D-D', de
Marx).

No son los capitales industriales los que están
dirigiendo este sistema, sino los administradores de
activos líquidos (títulos, acciones, participaciones,
cotas, papeles de todo tipo, incluso papeles que
representan apenas papeles). Inmersos en un ambiente
altamente competitivo, esos ejecutivos son valorados
por su capacidad de valorizar en poco tiempo las
carteras que administran, y sus remuneraciones
dependen de esos resultados. Ellos son, pues,
intrínsecamente especulativos, flexibles, inquietos,
agresivos y, en el límite, sin escrúpulos, pues solo
sobreviven si consiguen olisquear las próximas buenas
jugadas. Si no fuesen predadores competentes,
acabarían siendo cazados.

En este contexto, la generalización de fraudes
contables no fue un accidente. Estos fraudes llevaron
a la quiebra a millones de pequeños y medianos
accionistas, al tiempo que crearon algunos millares de
nuevos millonarios, que durante años recibieron
remuneraciones proporcionales a aquellos ficticios
beneficios. En la secuencia de los hechos, entre tres
y cinco billones de dólares ( o sea, entre seis y diez
veces el producto interno bruto de Brasil),
desaparecieron de las bolsas norte-americanas. Las
personas pasaron a guardar sus ahorros bajo el
colchón. Mas allá de los impactos prácticos y
objetivos en la economía, ello tiene una importante
dimensión ideológica y simbólica. Un segundo
componente esencial de la auto-imagen de los Estados
Unidos - la idea del "capitalismo de masas"- fue
duramente golpeado.

Ese "capitalismo administrador de dinero"es, por
definición, cada vez más, una economía rentista. O
sea, parte creciente de su riqueza no procede de la
actividad productiva, stricto sensu, sino de simples
rentas, que pueden resultar de fusiones y
adquisiciones de empresas ya existentes, de la compra
y venta de activos, de la especulaciuón en mercados
futuros, de la explotación de marcas y patentes, de la
manipulación de expectativas, de la gerencia de
contratos, de la intermediación financiera y de otras
operaciones con activos intangibles, como derechos de
autor e intelectuales. Para mantener caliente este
flujo de rentas, es preciso ampliar el alcance de esa
forma de gestión de la riqueza, subordinando a ella
más actividades económicas, más gente y más espacio
geográfico. A ello, en los últimos años, se dio el
nombre de globalización.

El buen funcionamiento de un sistema basado en la
expansión del capital rentista depende crucialmente de
la imposición al mundo de un orden jurídico que
establezca los "derechos"a esas rentas y de un orden
político que asegure que esos "derechos"serán
acatados. Depende, pues, de un fuerte poder estatal,
único garantizador eficaz de esos mandatos formales.
Bien entendido, no se trata más de un Estado de
bienestar, sino de un Estado dotado de capacidad de
imponer reglas ( o "contratos") al mundo y hacerlas
respetar. Tal Estado necesita poseer muchos
instrumentos de poder, entre ellos la hegemonía
militar, el más decisivo de todos.

Se juntan entonces el hambre y las ganas de comer.
Pues los gastos militares ayudan a mantener calientes,
sectores decisivos de la economía americana, que, como
vimos, entró en un ciclo recesivo. La continua
expansión de esos gastos, a su vez, solo pueden
legitimarse en un ambiente permanente de tensión y de
guerra, real o inminente. Si a ello sumamos la
necesidad de mantener abierto el acceso a materias
primas indispensables al modo de vida norte-americano
-siendo el petróleo el principal de ellos-, todo lo
que viene ocurriendo gana coherencia, sin que sea
necesario apelar a la imbecilidad de Bush.

Estamos delante de ingredientes que, unidos, abren un
periodo de enormes incógnitas y crisis: un
debilitamiento de la democracia en el interior de los
Estados Unidos, con desplazamiento del poder hacia los
especialistas en seguridad; la ruptura del pacto
americano de un "capitalismo de masas"; la expansión
de la esfera rentista en la economía capitalista,
ahora presionada por la llegada de un ciclo recesivo;
y la cuestión del petróleo. Todo ello converge, en el
ámbito de las relaciones internacionales, hacia el
desprecio por el orden jurídico tradicional, basado en
la soberanía de los pueblos, la escalada de los
discursos guerreros y una sorprendente banalización de
la guerra, algo que no se veía desde la llegada del
Tercer Reich.

Bush, con seguridad, no tiene nada que ver con el
nazismo. Pero, no olvidemos: Hitler también sonreía.

* César Benjamín integra la coordinación nacional del
Movimiento Consulta Popular y es autor de "A opção
Brasileira". Rio de Janeiro. Contraponto Editora.
1998. Novena edición.


http://www.rebelion.org/imperio/benjamin241002.htm




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