Genocidio y vida cotidiana en Estados Unidos
James Petras
Mundo en "LA JORNADA"
marzo 2003
El Pentágono anunció que fue probada la bomba no nuclear más
grande de la historia, con un peso de nueve toneladas y media, en
preparación para su posible uso en Irak. Dos semanas antes el general Richard
Meyers, presidente del comando conjunto del estado mayor, afirmó que la
política estadunidense era crear un shock a Irak para obligarlo a
rendirse, soltando so-bre Bagdad 3 mil bombas guiadas y misiles durante las
primeras 48 horas de la campaña bélica. Funcionarios militares
estadunidenses calculan que 300 mil soldados y civiles iraquíes morirán.
Naciones Unidas estima que al menos 10 millones de iraquíes resultarán
muertos, heridos, desplazados y traumatizados.A diferencia de las políticas genocidas alemanas contra los
eslavos, gitanos, ju-díos y homosexuales, el genocidio estadunidense es del
conocimiento público, se discute abierta y concienzudamente en los
medios masivos de comunicación con las mismas voces sin inflexión e
imágenes que uno espera que acompañen el reporte del tiempo. Los más grandes
entre los diarios respetables, The New York Times, The Washington Post y
Los Angeles Times, publican en sus primeras planas extractos, y a veces
incluso transcriben íntegramente, los discursos de generales, ministros
y del presidente, en los que se describen tácticas y estrategias de
aniquilamiento masivo. Sus páginas editoriales no son espacio para
manifestar desacuerdo.A medida en que estas armas de destrucción masiva se acumulan en
Medio Oriente, y las tropas estadunidenses se preparan para lanzar una
invasión de envergadura, los medios se congracian con los lectores
publicando reportajes "de interés humano" sobre parejas llorosas que se
abrazan en la despedida, madres patrióticas que ondean sus banderas o
patrones generosos que ofrecen conservar los planes de salud de sus
empleados mientras ellos están inmersos... en una guerra genocida.Los preparativos anunciados y premeditados de esta guerra
genocida son presentados por los medios junto con los marcadores de los juegos
de basquetbol, los re-cientes escándalos de Hollywood, el reporte
climatológico y, desde luego, los comerciales de desodorantes, automóviles y
los reportes de la bolsa de valores.Los medios de comunicación han intentado integrar al genocidio
dentro de la vida cotidiana de los ciudadanos comunes. Ma-tar, mutilar,
desplazar a millones de personas se ha convertido en una simple "medida
de seguridad", como los consejos que aparecen en los periódicos
provinciales que advierten a los ciudadanos cerrar con llave sus puertas por
las noches. A nivel sicológico, los medios tratan de inculcar la idea de
que quienes perpetrarán el genocidio son las víctimas de un complot
mundial para destruir a Estados Unidos, y que las víctimas iraquíes de tal
genocidio son los agresores. La paranoia política masiva inducida por
los medios de comunicación sirve para lanzar una guerra genocida.A diario la prensa estadunidense inventa terroristas, da
publicidad a acusaciones infundadas, infla incidentes menores, reporta las
denuncias fabricadas que el secretario de Estado, Colin Powell, presenta
ante el Consejo de Seguridad, y después omite la cuidadosa refutación que
de ellas hacen los inspectores de armas de la ONU. En todo el mundo se
publican los escándalos mayúsculos que se generan porque han sido
intervenidos teléfonos, faxes y correos electrónicos de los miembros de
Naciones Unidas, pero estas noticias están totalmente ausentes en el New
York Times y el Washington Post.Funcionarios estadunidenses aislados (como el congresista Moran)
que se atreven a mencionar la influencia en el gobierno de políticos
judíos de derecha (Wolfowitz, Perle, Cohen, Kagan, Abrams, etcétera) en
relación a la cuestión de Israel, son tachados de antisemitas y
obligados retractarse y someterse a una humillante autoacusación; sufren el
mismo tratamiento que los críticos de José Stalin en la década de los 30.
La negativa a retractarse ha destruido las carreras de muchos
servidores públicos experimentados.La marcha de Washington hacia el genocidio ha sido impulsada por
el fanatismo en varios estratos ideológicos. Bush es un fundamentalista
cristiano quien, para ho-rror de la comunidad científica, proclama la
historia bíblica de la creación en forma literal mientras fustiga las
bases del conocimiento científico sobre la evolución como se enseña en
escuelas secundarias y universidades. Como muchos alcohólicos reformados,
se ha aferrado al fundamentalismo cristiano con un fervor que llega al
extremo de que haya lecturas diarias de la Biblia en los salones del
gobierno federal.Afirma que Dios lo predestinó para ser presidente (con la
intervención divina de boletas electorales defectuosas en Florida y una corte
en manos de republicanos), y para guiar a la nación en una cruzada
contra el mal que justifica el genocidio del pueblo iraquí (la Babilonia
del Cinturón de la Biblia estadunidense).El segundo estrato ideológico poderoso es el fanático compromiso
y lealtad ciega hacia el Estado de Israel y su expansión y dominio en
Medio Oriente, que caracteriza a los políticos de derecha judía y
militarista, quienes son los arquitectos ideológicos de una doctrina de
guerra permanente.El tercer estrato poderoso son los ideólogos civiles
ultrabelicistas, como Rumsfeld y Condoleezza Rice, quienes codician un dominio
mundial y alardean que con el poderío militar de su país podrían pelearse
dos, tres o más guerras de exterminio.Un cuarto estrato está formado por oportunistas como Colin
Powell, que promueven el genocidio como un medio de fortalecer su propia
posición política para un futuro intento de llegar a la presidencia.La confluencia de estas visiones de ex-tremismo religioso, de
contenido étnico y militarista que imperan en la administración Bush es el
motor que impulsa el genocidio premeditado. La creencia de que existe
"gente elegida por Dios" y "personas especiales" limpia la conciencia
ante cualquiera que piense en la suerte que co-rrerán millones de
víctimas iraquíes, y además prepara el camino para futuros asesinatos en masa
en Siria, Irán, Corea del Norte, Libia y tal vez en la "Europa
antisemita", como la llamó Richard Perle, el principal asesor militar de
Rumsfeld.Los respetables medios de comunicación, sus prestigiados
periodistas y sus alegres editores proveen el tipo de reportajes que amplifica
las políticas extremistas de estos dirigentes, idelógicamente
fanáticos. Publican fotografías de funcionarios clave anunciando asesinatos
masivos con rostros joviales o pensativos, como el de tu tío.La mayor ofensa de los medios estadunidenses es la forma en que
"normalizan" los preparativos para una invasión brutal, de la misma
forma en que han normalizado el perpetuo asesinato de Israel a sus
oponentes palestinos. Al presentar los planes para un genocidio como si se
tratara de un "evento" rutinario, algo cuyos detalles técnicos se discuten
con los caudillos estadunidenses en entrevistas favorecedoras, los
medios despojan a este crimen de toda dimensión moral, humana y política."Imagínense una bomba de nueve toneladas y media, más grande que
la Cortadora de Margaritas, que pesaba sólo siete y media toneladas",
anuncia alegremente el vocero militar. "Entre más grande es mejor",
dicen los militaristas. "Una forma más rápida y barata de reordenar Medio
Oriente y purgarlo del mal", canta un coro de fundamentalistas
cristianos y de fanáticos del Likud. Ningún medio ha evocado la imagen de
misiles crucero incinerando a más de 400 civiles iraquíes en el refugio
antibombas de Amiriya en un solo ataque en una noche clara de febrero de
1991.Diversas voces solemnes, trabajando en armonía para lograr un
sistema imperialista más violento y sin escrúpulos, o como sugieren los
respetables medios cobardes, para "tener la esperanza de un mundo más
pacífico" para aquellos iraquíes que sobrevivan y podrían disfrutar la pax
americana. Funcionarios del Pentágono anunciaron en titulares recientes
sus generosos planes de "emplear" a soldados iraquíes que se rindan
para labores de limpieza (o para cavar fosas comunes).Pero a pesar de su irredenta propaganda, que incluye burdos
intentos de vincular a Irak con los atentados del 11 de septiembre de 2001
en Nueva York y Washington, y con la red fundamentalista Al Qaeda, los
medios no han tenido éxito en su intento de convencer a millones de
ciudadanos estadunidenses. Más de 40 por ciento rechaza la guerra; un
porcentaje menor se opone a la guerra independientemente de cualquier
resolución en la ONU. ¿Cómo fue que el poder combinado de los medios y del
Estado no han logrado convencer a decenas de miles de estadunidenses?Las razones incluyen una repugnancia moral hacia una ofensiva
bélica que tiene base en acusaciones falsas, el miedo a represalias de
terroristas, la preocupación de que la crisis económica doméstica se
profundice, una sensación de aislamiento político o solidaridad con miles de
millones de personas en el extranjero que se oponen a la guerra. Quizá,
a un nivel más profundo, existe el temor de que los extremistas
fanáticos que impulsan una máquinaria bélica sin control con misticismos
religiosos, convicciones militaristas y enredos en el extranjero puedan
provocar resultados catastróficos e impredecibles para este país.Muchos ciudadanos estadunidenses prosiguen su vida diaria como
siempre; ven televisión por demasiadas horas, consumen montañas de comida
chatarra, están aprehensivos ante la inseguridad en sus empleos y se
dedican a sus familias y sus comunidades. A sus ojos, existe una diaria
trivialización de una guerra inminente, la preparación unilateral de una
destrucción masiva sin ningún apoyo exterior, sin ningún argumento
creíble. Una descarada agresión que ahora aterra a un número creciente de
estadunidenses de todas las edades y sectores.En las calles de miles de ciudades, pueblos y comunidades hay
quienes protestan contra la guerra. Hay sitios de Internet que los
conectan con alternativas noticiosas y con la prensa extranjera más crítica.
Se escucha el grito de "No en nuestro nombre" de una multitud de
celebridades y escritores. Hay amigos y vecinos que discuten sobre la guerra y
deciden oponerse a ella. Una extensa nube de incertidumbre cubre a todo
Estados Unidos, y toca tanto a los inversionistas de Wall Street como a
los mecánicos. Los precios del petróleo se disparan; ante los déficits
insostenibles, se habla de una inflación futura, y aumentan las
protestas antibélicas. Los medios de co-municación han fracasado al intentar
mo-vilizar al público, pese a sus masivos es-fuerzos por legitimar la
guerra. Aún hay esperanza en el futuro.Traducción: Gabriela Fonseca