¿Será Irak el problema?

Helio Gallardo

Semanario Universidad

Abril 2003


La región y el pueblo de Irak no constituyen problema, sino un drama. Objetos en este momento de una agresión brutal, el agudo signo de su tragedia son los más de 500.000 niños muertos por hambre, envenenamiento residual o enfermedades curables durante los primeros siete años del civilizado embargo impuesto tras la guerra de 1991. Niños y familias continúan sufriendo y agonizando hasta hoy, pero ahora son parte instantánea de los daños y bajas ocasionados por estadounidenses y británicos con su incontrarrestable tecnología y nerviosos reclutas a quienes resulta imposible distinguir entre población civil y soldados enemigos. Sus jefes les contaron que los iraquíes los abrazarían como héroes.

* El punto es si esta tragedia humana y cultural tiene como centro a Irak o es más bien de doble vía. Se descuenta que al dolor de la población iraquí sitiada, perseguida y masacrada corresponde una ebria euforia en los soldados y políticos criminales porque se asesina a personas y se destruye su hábitat humano y natural con impunidad relativa. Para algunos, además, es buen negocio. Pero no se trata de esta obvia doble vía que reúne lo patético y vil. Sin rebajar la intensidad del dolor que contiene la agresión contra Irak, la doble vía de que hablamos es la que nos involucra a todos.

Muchos quizás no puedan visualizar hoy una existencia internacional sin Naciones Unidas. Es también probable que su valoración de esta institución no sea particularmente buena. Burocratizada, lenta, dice y gasta mucho para justificar su ineficacia en los campos de la paz y seguridad internacionales, derechos humanos y calidad global de la existencia, tres de sus referentes prioritarios. Pero en el momento de su fundación, en 1945, Naciones Unidas apuntó a ser el primer paso hacia un mundo en el que las relaciones internacionales tuvieran un carácter político (encuentro, diálogo, negociación) y no geopolítico, o sea determinado en último y primer término por la fuerza.

Es cierto que rezumaba geopolítica en la composición de su Consejo de Seguridad, dominado por potencias y superpotencias, pero su rostro progresivo se condensaba en una Asamblea General en donde cada miembro valía un voto y donde se podían proponer (y ser escuchados) todos y los más diversos planteamientos sobre los desafíos planteados entonces por la convivencia de 51 estados en el planeta.

Estados Unidos tuvo participación significativa tanto en la constitución del ominoso y nada democrático Consejo de Seguridad como en la más republicana Asamblea General. Ello puede resultar curioso porque, como escribe F. Zakaria en "Newsweek" (marzo, 2003), para esa fecha "Estados Unidos tenía el universo a sus pies". Sin embargo, contribuyó, al menos con una mano, a configurar un mundo de alianzas e instituciones multilaterales. Zakaria, algo enfebrecido, califica esta fase como la Era de la Generosidad estadounidense. Regalemos que así haya sido. A fin de cuentas, y al menos para Europa, la imagen contiene alguna verdad.

Esa Era de la Generosidad (de la que América Latina nunca disfrutó) es a la que ponen término y con grosería Bush, Rumsfeld, Cheney y sus generales. Dicho brevemente, al avanzar unilateralmente hacia el predominio de la geopolítica en las relaciones internacionales, hacen retroceder al mundo hasta la Primera Gran Guerra. Solo que en esa época no existían armamentos nucleares. Si los hubiera habido, hoy no sobreviviría la especie humana. El arma nuclear, y la capacidad tecnológica para utilizarla, resulta incompatible con la avidez de la dirigencia estadounidense actual.

El problema es entonces Estados Unidos porque caucásicos como Bush y afroamericanos como Powell y Rice no son casuales. Son signos de una manera de estar en el mundo y de apreciarlo. Signos de poderes asentados no solo sobre tecnologías de punta y descomunales acumulaciones de riqueza, sino sobre un 33% de población prácticamente analfabeta a los que acompañan 90 millones de personas intelectualmente morónicas (Cf. Washington Post). Y esta masa tosca, a la que se pliega una compleja pero aldeana capa media, ha sido adiestrada por las corporaciones para usar y devastar el mundo a su antojo (consumismo). Es por ellos, y no desde artistas, científicos e intelectuales, que reinan Bush y compañía.

Y es desde su vulgaridad, racismo, etnocentrismo, sexismo, fetichismo y superstición que los diversos mercadeadores de la brutalidad se encuentran imperando en el mundo.

Pax Americana. Como deberíamos advertirlo, este Estados Unidos es el problema.


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