Refranes
Eduardo Galeano
Página 12
- Rebelión
21
de julio del 2005
Nueva York, Madrid, Londres: el terrorismo ataca nuevamente.
Este
fue el título principal de muchos diarios del mundo, en
la edición que informó de las explosiones que sacudieron
a la capital inglesa. Reveladora coincidencia: no mencionaron
a Afganistán ni a Irak. Los bombardeos contra Afganistán
y contra Irak ¿no fueron, no siguen siendo, atentados terroristas,
que en el caso de Irak se repiten día tras día?
¿No es siempre, o casi siempre, la clase trabajadora quien
pone los muertos en los atentados y en las guerras? ¿No
merecen el mismo respeto y la misma compasión las víctimas
de cualquier expresión del desprecio por la vida humana?.
Sin comerla ni beberla, no menos de tres mil campesinos fueron
despedazados por las bombas que buscaron, y no encontraron, a
Bin Laden en tierras afganas. Y no menos de 25 mil civiles, muchos
de ellos mujeres y niños, fueron despedazados por las bombas
que buscaron, y no encontraron, las armas de destrucción
masiva en Irak, y por el baño de sangre que sigue provocando
la ocupación extranjera del país. Si Irak hubiera
invadido a los Estados Unidos, anormalidad que a nadie se le pasa
por la cabeza, las víctimas civiles serían, en proporción,
trescientos mil norteamericanos. Por los siglos de los siglos
resonarían en el mundo los truenos de semejante horror.
Como los muertos son iraquíes, rápidamente se convierten
en costumbre.
En
1776, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos
afirmó que todos los hombres son creados iguales, pero
poquitos años después la primera Constitución
aclaró el concepto: estableció que en los censos
de población, cada negro equivalía a las tres quintas
partes de una persona. ¿A cuántas partes o partecitas
de una persona equivale, hoy día, un iraquí?
“Unos
son más iguales que otros”, dicen que dicen.
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Y
dicen: “Otros vendrán que bueno te harán”.
El terror de Estado, fecundo papá de todos los terrorismos,
encuentra coartadas perfectas en los terrorismos que genera. Derrama
lágrimas de cocodrilo cada vez que la mierda pega al ventilador
y simula inocencia ante las consecuencias de sus propios actos.
Pero no tienen de qué quejarse los dueños del mundo:
las atrocidades que cometen los fanáticos y los locos les
brindan justificación y les regalan impunidad.
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“La
mentira tiene patas cortas.” A la vista está: la
mentira tiene patas larguísimas. Tan larguísimas
que corren a mucha mayor velocidad que los desmentidos de los
mentirosos.
Después
de gritar a los cuatro vientos que Irak era un peligro para la
humanidad, Bush y Blair admitieron públicamente que el
país que habían invadido y aniquilado no tenía
armas de destrucción masiva. En las elecciones siguientes,
en Estados Unidos y en Gran Bretaña, el pueblo los recompensó
reeligiéndolos.
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“El
crimen no paga”: ya ni los refranes saben lo que dicen.
El mundo gasta nada menos que 2.200 millones de dólares
por día, sí, por día, en la industria militar,
industria de la muerte, y día tras día la cifra
sube y sube. Las guerras necesitan armas, las armas necesitan
guerras y las guerras y las armas necesitan enemigos.
No
hay negocio más lucrativo que el asesinato practicado en
escala industrial. Su industria derivada, la industria del miedo,
consagrada a la fabricación de enemigos, es hoy por hoy
la principal fuente de ganancias de las empresas dedicadas al
entretenimiento y a la comunicación. En Hollywood ya no
hay película que no estalle, y sus guionistas agregan sustos
al susto: por si fuera poco el pánico terrestre, agregan
las amenazas del terror importado desde otros planetas.
La
industria militar necesita producir miedo para justificar su existencia.
Perverso circuito: el mundo se convierte en un matadero que se
convierte en un manicomio que se convierte en un matadero que...
Irak, país bombardeado, ocupado, humillado, es la escuela
del crimen más activa en nuestros días. Sus invasores,
que dicen ser libertadores, han montado allí el más
prolífico criadero de terroristas, que se alimentan de
la desesperanza y de la desesperación.
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“Al
que madruga, Dios lo ayuda.” ¿Madrugan los jefes
guerreros? ¿Madrugan los exitosos banqueros? En realidad,
el refrán exhorta a levantarse tempranito a los humildes
laburantes, y proviene de los tiempos en que trabajar rendía.
Pero en el mundo actual, el trabajo vale menos que la basura.
De
los dos motores del sistema universal de poder, este sistema que
se llamaba capitalismo allá en mi infancia, sólo
funciona uno. El estímulo de la codicia desapareció,
al menos para la mano de obra. Ya nadie tiene ni la más
remota esperanza de hacerse rico trabajando. Ahora los dos motores
son el miedo y el miedo: miedo a perder el empleo, miedo a no
encontrar empleo, miedo al hambre, miedo al desamparo.
Los
sindicatos defendían a los trabajadores, en tiempos que
ahora parecen prehistóricos. Las empresas multinacionales
más famosas, Walmarts y McDonald’s, niegan sin el
menor disimulo el derecho obrero a la agremiación y arrojan
a la calle a quien cometa la osadía de intentarlo. A los
organismos internacionales que velan por los derechos humanos,
esta escandalosa violación no les mueve un pelo; y el ejemplo
cunde. El ninguneo de los sindicatos, o su prohibición
lisa y llana, empieza a ser normal.
El
sindicalismo, fruto de dos siglos de luchas obreras, está
en crisis en todo el mundo, como están en crisis todos
los instrumentos de defensa colectiva y pacífica de la
gente que vive de su trabajo, y que ahora, librado cada cual a
su suerte, sobrevive obligada a aceptar, sí o sí,
lo que los empleadores exigen: el doble de horas a cambio de la
mitad del salario..
Los
sindicatos, debilitados, perseguidos, poco pueden ayudar, y Dios
tiene, al parecer, otras ocupaciones. El presidente Bush lo necesita
noche y día: es misión divina su proyecto de conquista
del planeta, y Dios guía sus pasos. ¿Cómo
se comunican? ¿Por mail, por fax, por teléfono,
por telepatía? Secreto de Estado.
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“A
las armas las carga el Diablo.” Este refrán no se
equivoca. Dios no puede ser tan jodido. Ha de ser el Diablo el
que carga las armas, o al menos las armas de destrucción
masiva, las verdaderas, las que Irak no tenía, las que
están reventando al mundo: los bombardeos de mentiras de
las fábricas de opinión pública; las armas
químicas de la sociedad de consumo, que enloquecen el clima
y pudren el aire; los gases venenosos de las fábricas del
miedo, que nos obligan a aceptar lo inaceptable y convierten la
indignidad en fatalidad del destino; la mortífera impunidad
de los asesinos seriales elevados a la categoría de jefes
de Estado; y las espadas de doble filo de las grandes potencias
que multiplican, a la vez, la pobreza y los discursos contra la
pobreza, y al mismo tiempo venden minas antipersonales y piernas
ortopédicas y desde los cielos arrojan misiles y contratos
de reconstrucción sobre los países que aniquilan.
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