Crisis capitalista y doctrina nuclear
Heinz Dieterich Steffan
Rebelión
enero 2003
Incapaz de solucionar los grandes problemas de la
humanidad de manera constructiva, por via de las
fuerzas productivas, el capitalismo dominante ha
decidido hacerlo por vía de la máxima violencia
destructiva posible: la nuclear. La adaptación
tecnológica de esas armas para su uso convencional, la
adecuación de su doctrina nuclear y la nueva
metafísica sobre el terrorismo internacional que emana
de los oráculos washingtonianos, sirven a tal fin.El primer uso de armas nucleares en la historia de la
humanidad y, hasta el día de hoy el único, fue llevado
a cabo por Estados Unidos contra la población civil de
las ciudades japonesas Hiroshima y Nagasaki. No había
razón militar para esos ataques de agosto de 1945,
porque los mismos generales de la fuerza aérea
estadounidense habían advertido al presidente Harry S.
Truman que los bombardeos convencionales obligarían a
Japón a capitular dentro de pocas semanas. Existía,
sin embargo, un fuerte motivo político para cometer
este crimen de guerra. Era preciso demostrarle al
líder soviético Josef Stalin que en esta fase
constitutiva del Nuevo Orden Mundial de postguerra,
Washington mantenía una abrumadora superioridad
militar y que, por lo tanto, la URSS mejor no
cuestionara su política imperial."Contener" a la Unión Soviética era bueno, pero
aniquilarla era mejor. Fue por eso, que Washington
centraba la segunda fase de su política militar en la
preparación de un ataque nuclear preventivo contra la
URSS que iba a efectuarse a mediados de los años
cincuenta. Sin embargo, el desarrollo de la bomba
atómica soviética en 1949 y de la bomba de hidrógeno,
en 1953, hacía el proyecto de un golpe nuclear de
sorpresa (first strike) demasiado peligroso para los
agresores.Imposibilitado el ataque, Washington se vio obligado a
redefinir la doctrina hacia una postura defensiva:
armas nucleares iban a utilizarse exclusivamente
frente a una agresión nuclear. Sin embargo, la
realidad era otra. En más de 18 ocasiones, Estados
Unidos amenazó a otros países ---todos del Tercer
Mundo, entre ellos China, Vietnam y Líbano--- con la
aniquilación nuclear.Ese status quo de la "guerra fría" terminó en 1995,
cuando las Fuerzas Armadas y el Departamento de
Defensa en Washington, bajo el gobierno de William
Clinton, rediseñaron la estrategia militar para la
nueva sociedad global. La estrategia del Blitzkrieg de
Hitler, que había sido la guía doctrinaria de las
fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN), bajo el concepto de Air Land Battle
2000, fue sustituida por la nueva doctrina de Global
Reach, elaborada por la Fuerza Aérea y puesta en
práctica por primera vez, en Yugoslavia y Afganistán.El Pentágono, a su vez, redefinió la estrategia
nuclear en un documento conocido como la "Nuclear
Posture Review" (NPR) que consideraba que no sólo un
ataque nuclear, sino también todo intento de otro
Estado de ponerse a la par del nivel armamentista
estadounidense, justificaría un ataque nuclear de
Washington. Fue dentro de este contexto que Clinton
amenazó públicamente a Corea del Norte, de "barrerlo
de la faz de la tierra".Bajo George W. Bush, la doctrina militar
estadounidense evolucionó hacia la proclamación
abierta de la voluntad imperial de aniquilar
"preventivamente" a cualquiera que perturbara la gran
obra civilizadora del capitalismo tardío: la
conversión de la aldea global en un gigantesco "pueblo
de indios" al servicio y a la merced de los nuevos
encomenderos transnacionales.Apenas proclamado el "derecho" de Washington a la
guerra preventiva, Bush lo amplió hacia la guerra
nuclear preventiva contra potencias nucleares, después
contra todo ataque que incluyera armas químicas o
biológicas y, finalmente, contra cualquier Estado o
"ente terrorista", aunque tuviera solo armas
convencionales.El regreso fáctico y doctrinal a la extraordinaria
brutalidad que siempre ha caracterizado al
capitalismo, va acompañado de una cortina de humo
ideológica que pretende impedir la concientización de
los sujetos sobre la crisis terminal del capitalismo:
a) en cuanto a sistema de producción moderno
estrepitosamente fallido y, b) en cuanto a
superestructura parlamentaria- montesquieuiana
obsoleta y disfuncional, como forma de convivencia
democrática moderna.La primitiva propaganda culturalista del apologista de
la matanza estadounidense en Vietnam, el profesor
Samuel Huntington, contra "el Islam" y China, quién
desenterró el viejo patrón propagandístico
étno-chovinista de la guerra fría, de Karl Wittfogel;
el vulgarpositivismo subjetivista del Empire de Hardt
y Negri que no es más que un reciclaje proimperialista
de las quimeras del "operaismo" italiano; los
fantasmas de un postmodernismo post mortem,
revitalizados por John Holloway; las confusas
elucubraciones del "futurólogo" neoliberal Drucker
sobre el postcapitalismo; las trivialidades con acento
francés que derraman el "deconstructivista" Jaques
Derrida y sus cohortes, y así, ad nauseam, todos esos
constructos de los "Raelianos" intelectuales forman
parte de la metafísica del sistema en su fase de
crisis estructural-fascistoide.Lo mismo vale, por supuesto, para la charada que la
tragicómica pareja Bush y Blair escenifican sobre las
armas ilegales de destrucción masiva en Medio Oriente
que sus inspectores están buscando en Irak. Si quieren
encontrar armas de destrucción masiva en Medio
Oriente, no necesitan hacer más que ir a Israel, que
---patrocinado por Francia, Estados Unidos y la Africa
del Sur del apartheid--- se ha convertido en un
depósito masivo de armas nucleares, biológicas y
químicas, sin que, desde hace medio siglo, los amigos
sionistas y laboristas de Occidente hayan sido
molestados por los diligentes inspectores del Estado
global.Nada de esto es nuevo ni sorprendente, porque toda
realidad física genera su propia metafísica y, con más
razón, por supuesto, la "física" social. Tampoco
sorprende que la desesperada estrategia destructiva y
fascistoide de la elite del G-8 sea incapaz de
solucionar los problemas que pretende resolver y que
el mismo sistema reproduce constantemente.Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, la
ocupación militar de los Estados enemigos o
competidores era el objetivo y fin de las rivalidades
intraimperialistas. Hoy, cada Estado nacional del
Tercer Mundo que es destruido por las armas o la
economía de expoliación imperiales, agrega una nueva
"zona gris" a las ya enormes regiones de
ingobernabilidad, semianarquía y miseria dantesca de
la sociedad global, que son incubadoras de movimientos
de resistencia, caracterizados por una creciente
regresión hacia arcaísmos ideológicos de tipo
religioso, nacional-chovinistas o étno-chovinistas, en
marcada diferencia cualitativa con los movimientos de
liberación nacional de los años cincuenta.Después de la "liberación" estadounidense-británica de
Afganistán, por ejemplo, el país ha vuelto a ser un
emporio de producción y exportación de heroína; el
bandolerismo es rampante; la reconstrucción económica
brilla por su ausencia, porque la prometida ayuda
occidental nunca llegó; el régimen títere de Karzai
sólo tiene presencia en dos o tres ciudades; las
provincias están bajo el férreo control de las
tiranías de los warlords y la resistencia del
integrismo islámico recrudece.Israel es otro ejemplo al respecto. Pese a ser la
cuarta o quinta potencia militar del mundo y utilizar
todo el arsenal del terrorismo de Estado, no ha podido
romper la resistencia de unos cuantos millones de
empobrecidos palestinos, transformando a la región
entera en una zona de horror. Asia Central es parte
del mismo patrón, cuya lectura inequívoca es que la
receta imperial de pacificación y dominación global
del pasado (desde 1492), no sirve ante el agotamiento
definitivo de tres variables centrales del sistema
global: a) el fin del modo de producción capitalista,
b) el agotamiento del sistema político del Estado
burgués y, c) los limites de los recursos demográficos
y económicos de Occidente.Las contradicciones inherentes al sistema
capitalista-burgués no pueden ser superadas por la
creación de un Estado de excepción global y la
voluntad destructiva nuclear de la elite del G-8, sino
sólo por una nueva institucionalidad y un nuevo sujeto
político postcapitalista: la economía de equivalencias
y la democracia participativa de las mayorías.http://www.rebelion.org/dieterich/dieterich180103.htm