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Una burbuja fracturada

Alfonso Chase

La Prensa Libre

20 de diciembre del 2010

 

Los datos sobre pobreza en el país, dados por los organismos internacionales, nos ubican en la realidad de lo que ha acontecido en el país en la última década. Más allá de las ruidosas celebraciones sobre las variantes en el nivel de pobreza y pobreza extrema, hechas por varios gobernantes años atrás, la realidad muestra que la brecha social se extiende, entre ricos y pobres, más el estrujamiento de la clase media, que luce ya flácida e inoperante en el cuerpo social, buscando sostener normas de consumismo para no enfrentarse a lo real circundante.

Nada de esto ha permanecido oculto en los últimos meses y es un legado de las últimas administraciones, viviendo todas en una burbuja para aislarse de aquello que cuestione su competencia en el manejo de los asuntos de estado. Pareciera que no logra palparse y darle forma a la reforma fiscal, algo de lo cual todos hablan pero nadie se atreve a poner el cascabel al gato. Los datos de la Cepal, ahora, solo vienen a confirmar lo que se ha venido diciendo por años, en los inicios de polémicas públicas sobre estos asuntos, que generalmente no llegan a determinar una visión de conjunto y solo algunas opiniones dispersas, que en casi nada contribuyen a las políticas de estado.

El informe de la Cepal nos ubica donde debemos estar: en una crisis paliada por el leve crecimiento del empleo y el aumento de los salarios del sector público, una forma muy sutil para maquillar las estadísticas, darles un sustento aparente y hacerle creer a la población que el crecimiento económico-social es sostenible.

Los niveles de desigualdad se siguen manteniendo, o se acrecientan, sobre todo en aquello que se relaciona con los ingresos, donde las capas pudientes los aumentan a niveles casi insólitos y los más pobres los ven menguados, hasta la mínimo.

Pareciera que la casi invisible burbuja en que hemos estado viviendo tiende a fracturarse o a ser percibida como lo que ha sido: una ilusión. Una continuidad del mito establecido por nuestros ancestros en donde la diferencia, eso que nos representaba como pueblo nación, tiende a desmoronarse a pesar de los apuntalamientos que nuestro sistema político creyó haberle hecho, para que no le levantáramos los chingos a la señora república, esa que luce como alegoría en algunos de los techos de nuestro Teatro Nacional o pudiéramos, sin la menor vergüenza, dar plazo a cuando habríamos de convertirnos en país desarrollado.

Pero el discurso se mantiene, en esa ópera bufa que se ha montado para mantener el guión, no de la gobernanza, sino de la administración del estado. Por ejemplo, el discurso político del Tribunal de Elecciones, ya no tan supremo, al decir que se mejoraron los índices de participación, no de abstencionismo, en las elecciones recientes de Alcaldes, en un autoelogio de sus labores y dándonos porcentajes pero nunca hechos públicos los niveles de asistencia a las urnas de los electores, que nos pondrían cara a cara con la legitimidad de muchos para alcanzar un puesto público. Quebrantada la burbuja, el sentido de la retórica prosigue porque se trata de salvar la existencia misma de los partidos políticos y sus representantes, que no parecen ofrecer soluciones, sino a lo más paliativos para problemas estructurales que vienen desde décadas atrás.

El informe cepalino, combinado con los datos recientes del INEC, nos permiten saber que la burbuja, o el mundo detrás del espejo de los cuentos infantiles, nos remite a la visión, vale un ejemplo, de las casitas de Nueva Cinchona, ¿se pueden llamar así? Comparadas con las viviendas de interés social construidas por el INVU hace cincuenta años, en momentos en que las tecnologías de la construcción y el urbanismo han ahora alcanzado niveles excepcionales. Claro para quienes pueden pagar una casa de habitación de cincuenta millones y no para los que invierten cinco millones en espacios casi ridículos.

A diferencia de una visión apocalíptica de lo que sucede, lo más importante es darse cuenta que tenemos ante nuestros ojos una realidad que hemos maquillado por años y años, para vivir en un país ilusorio, producto de la propaganda, los convencionalismos y todo aquello que sirva para ocultar lo que realmente sucede en el campo de la educación, la salud, las carreteras, el medio ambiente, la venta de tierras, los golpes a la agricultura y la desaparición de una clase media en provecho de otra, más rica, que repartida en os diversos partidos políticos busca solo defender sus privilegios.

Es evidente que el país necesita una reforma tributaria. Desde el comienzo de la globalización se ha beneficiado únicamente una nueva clase ostentosa y arrogante, que pretende representar la imagen de un país exitoso, en detrimento de todos los otros sectores de población que desde los años ochenta han visto disminuir los ingresos.

Todo esto sumado a los problemas reales de la presencia del narcotráfico, de frontera a frontera, la violencia intrafamiliar, la violencia social y el descalabro psicológico de grandes sectores del país, cuyo hedonismo es presa de la propaganda, la publicidad o el consumo de bienes no necesarios. El antiguo pacto social, si es que existió realmente, entre trabajadores, empresarios y el Estado parece haber llegado al tope, pues cada uno anda por su lado, olvidándose de las garantías sociales, que han sido la base del Estado Social de Derecho y no del Estado de Bienestar, como gustan llamarlo algunos.

El estallido de la burbuja ilusoria, no solo en el adentro del país, sino por medio de informes exógenos, viene a poner sobre el tapete lo que muchas veces se ha dicho, pero que se olvida rápidamente. La política no es, ni debe ser, solo la puesta en escena de los problemas nacionales como sujetos de análisis, sino que las virtudes de la convergencia deben tener un norte, múltiple tal vez, pero con una meta definida, proveniente de todos los otros puntos cardinales. Imposible gobernar, o administrar al estado, solo hacia el futuro, sino que los rezagos del pasado y los lastres del presente deben ser enfrentados con los hechos y no solo con las palabras Todos estos lugares comunes de que hablamos tienen solución, cuando se aspira educar a nuestro pueblo, que ya se va dando cuenta, casi lentamente, que la crisis nos muestra el momento de ruptura en el funcionamiento de un sistema.

(Norberto Bobbio) y un proceso, no esperado, de recomposición de las fuerzas políticas y sociales. La gran burguesía costarricense, empresarial y corporativa, que es la que realmente manda, y la pequeña, que dice gobernar: funcionarios, burócratas, tecnócratas, deberían leer mejor entre líneas cualquier debate sobre la crisis.

 

 

 

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