Relato
(4 de agosto de 1932)
Augusto
César Sandino
Nicaragua,
1895-1934.
Los
pobres de la tierra.org
Nicaragua
será libre solamente a balazos y a costa de nuestra propia
sangre, hemos dicho, y esa bola de canallas políticos que
se disputan el látigo del invasor, por su culpa quedarán
anulados en un futuro no muy lejano y el pueblo tomará
las riendas del Poder Nacional.
El
suscrito y su Ejército, son solamente la natural consecuencia
de la descabellada y criminal política internacional de
Norteamérica en Nicaragua, y aun en detrimento del mismo
pueblo yanqui; nosotros hemos sido provocados en nuestros propio
país, por lo que no somos responsables en nada.
Creo oportuno manifestar que: nací en un pueblecillo del
Departamento de Masaya, el 18 de mayo de 1895; crecí en
privaciones hasta de lo más indispensable, y nunca me imaginé
asumir, en el nombre del pueblo nicaragüense, la actitud
en que nos encontramos; hasta que, en vista de los abusos de Norteamérica
en Nicaragua, partí de Tampico, Méx., el 18 de mayo
de 1926, -en donde me encontraba prestando mis servicios materiales
a la compañía yanqui-, para ingresar al Ejército
Constitucionalista de Nicaragua, que combatía contra el
régimen impuesto por los banqueros yanquis en nuestra República.
Cuando
partí de México a estas privilegiadas tierras, aún
ignoraba todavía mi espíritu la terrible y pesada
tarea que me esperaba. Los acontecimientos me fueron dando la
clave de la actitud que debería asumir como hijo legítimo
de Nicaragua y en representación del mismo espíritu
de nuestro pueblo, ante la claudicación y cobardía
de nuestros directores políticos.
Mi
buena fe, mi sencillez de obrero y mi corazón de patriota,
recibieron la primera sorpresa política, cuando después
de haber librado algunos combates contra los intervencionistas
en Las Segovias, me dirigí en solicitud de armas a Puerto
Cabezas, donde estaba nuestro Gobierno Constitucional, el del
doctor Juan Bautista Sacasa. Hablé con el mencionado doctor,
y me dijeron que consultarían mi caso con el general Moncada.
Este se negó rotundamente y permanecí en aquel puerto
cuarenta días en aplazamientos, pues los ministros de Sacasa
estaban llenos de ambiciones presidenciales. Por un tercero supe
que estaban tratando de enviar la expedición a Las Segovias,
al mando de un general Adrián Espinoza, y que me propondrían
que acompañase al mencionado general siempre que yo aceptase
hacer propaganda por el candidato que se me indicara. En eso sucedió
que el 24 de diciembre de 1926 los piratas norteamericanos obligaron
a Sacasa a que los militares y elementos bélicos, salieran
de aquel puerto en el término de 24 horas; Sacasa no pudo
sacar el armamento y los piratas lo hundieron en el mar. La Guardia
de Honor de Sacasa salió desorganizada para Prinzapolka,
unos por agua y otros por tierra, quedando Sacasa y sus ministros
encerrados en un círculo de casas de campaña del
ejército yanqui que lo sitió. Yo salí con
seis ayudantes atrás de la Guardia de Sacasa y conmigo
iba un grupo de muchachas de amores libres, ayudándonos
a sacar hasta la distancia impuesta por los invasores, rifles
y parque, que fueron en número de 30 rifles y siete mil
cartuchos. La flojera de nuestros directores políticos
llegó hasta lo inesperado y fue entonces cuando comprendí
que los hijos del pueblo estábamos sin directores y que
hacían falta hombres nuevos.
Llegué
a Prinzapolka y hablé con Moncada, quien me recibió
desdeñosamente, ordenándome entregar las armas a
un tal general Eliseo Duarte, por lo que dispuse mi rápido
regreso a Las Segovias. Pero sucedió que llegaron los doctores
Arturo Vaca y Onofre Sandoval, quienes gestionaron con Moncada
que se me dieran los treinta rifles y los siete mil cartuchos
que yo mismo había llevado a lo que accedió Moncada
despectivamente.
Cuando
regresé el 2 de febrero de 1927 a Las Segovias, me encontré
con que en esos días los conservadores habían destruido
en Chinandega a las fuerzas al mando del general Francisco Parajón
y que éste y sus jefes, se habían refugiado en la
República de El Salvador.
Los
hombres segovianos me esperaban llenos de entusiasmo en la zona
de El Chipote y en sus manos puse aquellos treinta rifles y siete
mil cartuchos, los que, dos días después, utilizamos
en el primer triunfo que tuvimos en San Juan, Segovia. Por consunción,
el enemigo abandonó la plaza de Ocotal y fue ocupada por
nosotros. Allí me encontró el general Camilo López
Irías, quien estaba empeñado en reunir las fuerzas
dispersas que abandonó el general Parajón en Chinandega.
Convinimos
con López Irías que él pasaría a ocupar
Estelí, que también estaba abandonado por el enemigo,
y que yo con mi gente tomaríamos a balazos la plaza de
Jinotega.
En
Ocotal dejamos fuerzas militares y autoridades civiles.
López
Irías logró acrecentar rápidamente su columna
y pocos días después, en el lugar denominado "Chagüitillo"
sorprendió al enemigo, quitándole un valioso tren
de guerra, que duró poco en su poder por habérselo
vuelto a arrebatar el enemigo, con creces, al extremo de que lo
desorganizó y lo hizo huir a Honduras.
El
enemigo ocupaba las plazas de Estelí y Jinotega y no había
columnas organizadas del liberalismo ni en Occidente ni en los
departamentos del Norte, a excepción de mi columna segoviana
que se encontraba impertérrita en San Rafael del Norte;
no obstante que un tal general Carlos Vargas, perteneciente a
la columna de López Irías, me aconsejaba huir de
aquellos lugares porque estábamos rodeados del enemigo.
Vargas venía derrotado y acobardado junto con su jefe aún
cuando había visto el heroísmo con que combatieron
mis muchachos de una caballería que mandé en su
protección, quienes derrotaron al enemigo por su flanco
y le arrebataron provisiones y parque.
El
enemigo se vio libre en todo el interior y acumuló gran
parte de sus fuerzas sobre de las nuestras que venían del
Atlántico, al mando de los generales Luis Beltrán
Sandoval, José María Moncada y otros jefes constitucionalistas.
Aquellos
días eran de desesperación para el Ejército
Liberal; me escribió Moncada, pero firmó Luis Beltrán
Sandoval, desde "Tierra Azul", ordenándome reconcentrarme
con las fuerzas a mi mando, al lugar en que ellos se encontraban,
porque de lo contrario me harían responsable del fracaso
del Ejército Liberal. (Esta famosa nota se encuentra en
mi poder y en aquellos días era secretario de Moncada,
el general Heberto Correa, quien puede saber algo a este respecto).
Por
mi parte hubiera volado para salvar a Moncada y sus hombres de
la desesperación en que se encontraban, pero mi columna
era relativamente pequeña y peleábamos casi a diario.
Sin embargo, mandé 150 hombres chipoteños al mando
de los coroneles Simón Cantarero y Pompilio Reyes, quienes
iban desarmados, custodiados por 8 rifles mal equipados y con
instrucciones de ponerse a las órdenes del general Moncada
y de esperar mi llegada a reunirme con ellos. La fuerza salió
y en la misma noche marchó de Yucapuca, a la toma de Jinotega,
y a las cinco de la mañana teníamos rodeada aquella
plaza, que con la blancura de sus paredes envueltas todas en una
sábana de neblina blanca y con sus lucecillas pálidas
que recibían los primeros rayos de la luz del día,
nos detuvo por un instante la dulce calma en que dormía;
pocos minutos más tarde se entabló el sangriento
combate que terminó a las cinco de la tarde con el triunfo
de nuestras armas libertadoras, avanzándole al enemigo
todo el elemento de guerra de que disponía en aquella plaza.
El
ejército enemigo había llegado a sentir terror por
nuestra columna, pues las mesetas del "Yucapuca" y del
"Saraguasca", estaban sembradas de cadáveres
habidos en los combates anteriores.
Nuestra
columna segoviana la integraban ahora 800 hombres de caballería
muy bien equipados y nuestro pabellón rojo y negro, majestuoso,
se levantaba en aquellas agrestes y frías colinas.
Los
150 hombres fueron quienes salvaron el tren de guerra de Moncada,
que estuvo a punto de caer en poder del enemigo. Mientras tanto
el general López Irías desapareció totalmente
de Las Segovias, y en esos mismos días supimos que el general
Parajón trataba de reorganizarse en Occidente; inmediatamente
mandamos una nota desde Jinotega al mencionado general, invitándole
a que pasara con su gente a Jinotega, para que juntos cooperáramos
a la salvación de Moncada.
Mi
carta llegó al poder de Parajón y en la primer quincena
de abril de aquel año de 1927, llegó con sus fuerzas
a Jinotega, lugar en que le recibimos con marchas triunfales,
y por la noche dimos un concierto en su honor, en el parque de
aquella ciudad.
El
día siguiente, dejamos a Parajón en posesión
de la plaza de Jinotega, marché con mis 800 hombres de
caballería, a libertar a Moncada, quien había abandonado
hasta los cañones, dado el empuje abrumador del enemigo.
En
el recorrido que hicimos de Jinotega a "Las Mercedes",
lugar en que hallamos a Moncada, tuvimos dos ligeros encuentros
en San Ramón y Samulalí.
En
Jinotega se reunieron después de mi partida, los generales
Parajón, Castro Wassmer y López Irías, formando
una sola columna con la que me seguían de cerca.
Una
tarde de la última quincena de abril, llegamos a "El
Bejuco", en donde hizo alto la cabeza de nuestra caballería
pues encontrábamos señales positivas de que el enemigo
estaba a corta distancia.
Efectivamente,
teníamos al enemigo al frente y toda nuestra caballería
tomó posiciones; al instante ordené al coronel Porfirio
Sánchez H., que con 50 hombres de caballería descubriera
al enemigo; al mismo tiempo manifesté a los generales Parajón,
Castro Wassmer y López Irías, la conveniencia de
que sus fuerzas se tendieran en línea de fuego, lo que
hicieron al instante.
Diez
minutos después se trabó entre nuestra caballería
y el enemigo un ruidoso combate en el que participaron gran cantidad
de ametralladoras del enemigo. Acto continuo, ordené al
coronel Ignacio Talavera, jefe de la primera compañía
de nuestra caballería, que con las fuerzas a su mando protegiera
al coronel Porfirio Sánchez H. Esperé la llegada
de los generales Parajón, Castro Wassmer y López
Irías, quienes llegaron a mi presencia solamente con sus
ayudantes. Hice sentir a ellos mi opinión, a la vez que
mi propósito de ir en persona con mis 150 muchachos. Los
generales mencionados quedaron en el lugar que me encontraron
y yo marché.
A
poca distancia de haber caminado entre montañuelas, me
encontré con mi gente llena de entusiasmo, por haber capturado
el cuartel general del enemigo que afligía a Moncada. Avanzamos
al Hospital de Sangre y encontramos muchos heridos, quienes nos
informaron que los jefes de aquella fuerza enemiga, eran los generales
conservadores, a saber: Bartolomé Víquez, Marcos
Potozme, Carlos Chamorro Chamorro, Benavente, Baquedano, Alfredo
Noguera Gómez y otros que no recuerdo por el momento. Avanzamos
un valioso botín de guerra, consistente en varios miles
de rifles y muchos millones de cartuchos. La fuerza de Castro
Wassmer, aprovechó para acabarse de equipar hasta por demás.
La
noche entró; al amanecer descubrimos unas banderitas rojas
que flameaban en el picacho de un cerro y con cien hombres fui
a descubrirlas de cerca, pero antes de llegar nos encontramos
con tres hombres pertenecientes a las fuerzas de Moncada, quienes
nos acompañaron a la casa-hacienda donde se encontraba
el mencionado Moncada.
Las
fuerzas costeñas, entusiasmadas vivaban a Sandino y a su
columna. Cuando llegué al campamento, ya estaba Castro
Wassmer y Moncada sentados en una hamaca, pero un soldado se anticipó
a decirme que Castro Wassmer decía a Moncada lo mucho que
le costó hacer llegar a aquel lugar a Parajón, López,
Irías y Sandino.
Efectivamente
encontré a los dos hombres en la hamaca y Moncada se levantó
con sonrisa irónica tendiéndome el brazo sobre las
espaldas.
Moncada
hizo leer una orden del día, prohibiendo el traspaso de
soldados de una columna a otra, en prevención a que gran
parte del ejército constitucionalista ahora reunido, quería
pertenecer a mi columna segoviana.
Despechadamente,
Moncada me ordenó ocupar la plaza de Boaco, manifestándome
que fuerzas de su mando ocupaban aquella plaza, lo que era falso;
y su única intención fue la de que fuese asesinado
por las fuerzas al mando del coronel José Campos, a quien
Moncada tenía sobre el camino que por la noche yo pasaría.
Después que me comuniqué con el mencionado coronel,
me manifestó que Moncada no le dijo nada de mi pasada por
aquel lugar y que a eso se debió que la noche anterior
me hubiera emplazado las ametralladoras, tal como lo hizo, porque
creyó que se trataba del enemigo.
Cuando
llegué a las orillas de Boaco, donde creí encontrar
fuerzas de Moncada, el enemigo nos rechazó a balazos y
me vi obligado a ocupar posiciones, desde donde mandé correo
expresándole a Moncada que: en Boaco estaba reunidas todas
las fuerzas conservadoras que derrotamos en "Las Mercedes"
y que diera sus órdenes, porque no era cierto que fuerzas
de su mando ocupaban aquella plaza.
El
correo regresó manifestándome que Moncada había
desocupado totalmente "Las Mercedes", y marchado para
Boaquito. Me regresé con mi gente y lo seguí hasta
alcanzarlo, y entonces fue que el coronel José Campos me
contó lo que atrás dejé referido.
En
Boaquito me ordenó Moncada que ocupara con mi fuerza el
cerro "El Común". Allí permanecí
hasta el día que Moncada ahorcó al liberalismo nicaragüense
en "El Espino Negro" de Tipitapa.
Todo
lo acontecido de aquella fecha al presente ya lo hemos dicho y
el público observador ha logrado aquilatar nuestra actitud.
Digo
que cuando partí de México, para Nicaragua, en mayo
de 1926, lo hice bajo la confianza que el liberalismo nicaragüense
luchaba por la restauración de nuestra Independencia Nacional,
seriamente amenazada por los ilegales Tratados Bryan-Chamorro,
hijos de la criminal política internacional de Norteamérica.
Sin
embargo, ya en el teatro de los acontecimientos, nos encontramos
con que los dirigentes políticos conservadores y liberales
nicaragüenses, son una bola de canallas, cobardes y traidores,
incapaces de poder dirigir a un pueblo tan patriota y tan valeroso
como el nuestro, digno de mejor suerte, quien, con su actitud
patriótica está dando ejemplos de dignidad y moral
a los demás pueblos del Continente en donde sus directores
están en condiciones análogas a los fracasados nuestros.
Nosotros hemos sido abandonados por nuestros directores políticos,
quienes se han aliado con los invasores, pero entre nosotros mismos
los obreros y campesinos, hemos improvisado a nuestros jefes.
Todavía
en estos días de tanta luz y ejemplo para nuestro pueblo,
los fracasados políticos siguen disputándose el
látigo del invasor siendo lo más irrisorio del caso,
que están peleando como perros y gatos dentro de un costal,
por alcanzar una presidencia, a base de supervigilancia extraña,
que nosotros no se la permitiremos.
Los
despechados dicen que Sandino y su ejército son "BANDIDOS",
lo que quiere decir, que antes de dos años Nicaragua, toda
estará convertida en un país de "BANDIDOS",
supuesto que antes de ese tiempo nuestro ejército habrá
tomado las riendas del Poder Nacional, para mejor suerte de Nicaragua,
en donde ya no tendrán lugar de vivir (SALVO QUE BAJO SIETE
CUARTAS DE TIERRA) los patriotas de la clase de Adolfo Díaz,
Chamorro, Moncada, Cuadra Pasos y otros.
Nuestro
ejército de obreros y campesinos anhela fraternizarse con
los estudiantes, porque comprendemos que de nuestro ejército
y ellos sacaremos hombres, quienes, con nuevas orientaciones harán
de nuestro suelo una Patria luz, que será benéfica
hasta para nuestros hombres de política pasada, quienes
si rectifican sus errores, podrán merecer nuestros respetos;
a excepción de los de la clase mencionada en el párrafo
anterior, por haber matado con sus ambiciones materiales el vínculo
de nacionalidad que les asistió.
Nicaragua
será libre solamente a balazos y a costa de nuestra propia
sangre.
Cuartel
General del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional
de Nicaragua, Las Segovias, Nic, C. A., agosto 4 de 1932.
PATRIA
Y LIBERTAD.
Augusto
César Sandino
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