Carta a Pío Víquez
José Martí, Cuba 1853-1895
Costa Rica, julio 8, 1893
Sr. Don Pío Víquez *
Mi amigo generoso:
Yo no puedo decir con las palabras, vestidura tantas veces del in terés y la lisonja, el tierno agradecimiento con que recordaré siempre la bondad con que Costa Rica ha premiado en mí, viajero humilde y silencioso, el amor y vigilancia con que los americanos, unos en el origen, en la esperanza y en el peligro, hemos de mantener a esta América nuestra, sorprendida en su cruenta gestación, en los instantes en que por sus propias puertas muda de lugar el mundo. Yo no sé decir, en la pena del adiós, el orgullo y fe de americano con que he visto, como por su raíz de trabajo directo y el vigor de su carácter individual, por la altivez y holgura de su pueblo, criado en la fatiga de sangre y de luz, del alma contemporánea, no será Costa Rica, entre las naciones de América, la que llegue a la cita de los mundos, harto próxima para no disponerse a ella, sin el desenvolvimiento y persona nacional indispensables para medirse en salvo con el progreso invasor. Ya han caido los muros y el hombre ha echado a andar. Quien no se junte a la cohorte le servirá de alfombra.
Pero yo tengo con Vd. una deuda del alma. Una justa esperanza me la alienta, esperanza de americano previsor, y Vd. me le dio una hora de júbilo y de sostén. Yo llegué ayer, insignificante e ignorado, a esta tierra que siempre defendí y amé, por culta y viril, por hospitalaria y trabajadora, por sagaz y por nueva; y Vd. salió a recibirme, con largueza de poeta, y me sentó a la mesa de la bienvenida entre los hombres cordiales de su patria. hl e vi tratado como hermano por los que acaso apenas conocían mi nombre. Brillaron allí a mi ahededor el talento enérgico, la palabra discreta, la lisonjera amistad de quienes no la hubiesen acordado de seguro a quien no trajese el sagrado de su hogar, el respeto del huésped y el corazón limpio. Vi en torno mío a hombres plenos y buenos de la América. Y gocé, porque honran y sirven a su pueblo los que, aun fuera de justa medida, premian en nombre de él la fe en su porvenir y la fidelidad a sus ideales. Sólo de un modo puedo responder a esta merced grande: y es pedir a Vd. y a mis amigos de Costa Rica que
me permitan servirla como hijo.Nunca olvidará a su amigo Víquez su
JOSÉ MARTÍ
* Director de El Heraldo de Costa Rica
El domingo en San José
José Martí, Cuba 1853-1895
Yo estaba en el balcón del Gran Central, frente al Palacio de Gobierno,
pintado de amarillo claro, y de un lado veía la calle ancha y bruñida, que
para en el monte, y de otro, junto al palacio, el limpio de la iglesia vieja,
que se llevaron ya de allí, y enfrente, como un retazo del Hotel Francés,
frente a la casa del Banco, un jardín de hojas grandes y de flores de oscuro
carmín o de vivo amarillo. Un sol suave y alegre bañaba la ciudad, y
del silencio de las seis, que era como una flor de oro, iban saliendo el
peón pobre y descalzo, con el chiste seco y la castiza conversación, que
va altercando con los porteros que ya abren; el señor Domingón, todo él
negro y gris, con bombín filipino, y en bastón de caña y hueso: el oficial
de bocamangas sangrientas, pulcro y pechudo, la paseadora de mañana,
con su saya de seda, el despacioso botín, por los hombros el pañolón
amarillo y azul, con los flecos que barren, y en la cabellera suelta y
ondeada un lazo de cinta; y la indiecita ostentosa, que va comiéndose la
tierra, oronda en su saya blanca y su rebozo de fresa escachada, y detrás
de ella, y como ella descalzas, las tres o cuatro chacalinas, como mujeres
en miniatura. Y el sol pica y chispea: la música viene ya de calle arriba:
la campana, revoloteadora, llama a misa de ocho: plaza y calles están
llenas de los mozos de chaqueta negra y blanco panamá, con 1a faja de
color por el cinto y el calzón de dril, y el pie recio y descalzo: un jinete,
caracoleando, echa de un lado y otro el grupo: van y vienen, entre las
chaquetas negras, los pañolones, amarillos o azules, los rebozos negros,
con flores de realce, los rebozos de fresa escarchada: sable al pecho, y
con las gorras de honor, pasa el cuartel del día, en un vuelo de música:
como pintada en el cielo, al viento liso, luce, sobre la azotea del palacio,
roja y blanca y azul, la bandera nacional.