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El fetichismo políticoJoaquín García Monge 1881-1958

Joaquín García Monge

Los pobres de la tierra.org

1904

 

Publicado bajo el seudónimo de H.N (Human Nils) en el periódico La Aurora (1904).

(N°2, 25 de mayo de 1905)

Con este título, el difunto pensador inglés Herbert Spencer nos ha dejado un luminoso trabajo que importa vulgarizar ahora entre las gentes jóvenes, sanas y reflexivas del país. Ahora, cuando una turbamulta de ambiciosos está empeñada en hacer la deificación de los hombres que pueden ser aptos Para gobernar la República en los cuatro años que vienen. En la vulgarización de este trabajo, abriremos paréntesis por nuestra cuenta, cuando sean oportunos. Dice Spencer:

"El indo, de un pedazo de barro improvisa en un segundo un dios a su semejanza y todas las mañanas, antes de irse al trabajo, se arrodilla ante él y le reza. Un europeo, que sabe estas cosas, se asombra del indo".

Hay gentes que se ríen y se admiran de que ciertos orientales, cuando se enojan con sus dioses de palo, los derriban y los patean.

¿Con qué derecho se ríen y se asombran los europeos de los orientales? iSi ellos también tienen supersticiones de una índole muy semejante! Si son las víctimas de una idolatría indigna que no esculpe sus fetiches en materia muerta, pero busca la materia prima en un conjunto de hombres, con ellos modela una masa que adquiere así poderes o cualidades del todo distintas a las que tenía antes del modelado.

El salvaje viste a su fetiche de tal modo que llega a creer que ante sus ojos tiene algo más que un simple pedazo de madera. Los ciudadanos de una república o de un reino o de un imperio, así que crean el montón de instrumentos políticos, les dan un aspecto importante, y nombres que expresen bien los distintivos del poder, que robustezcan la fe que pueda tenerse en sus beneficios. Los reflejos de "la divinidad" que "protege a los reyes" se extienden a las últimas capas del pueblo, ante cuyos ojos hasta el infeliz policía lleva en sus galones y presillas un poder sin límites. Tenemos un conocimiento justo de los símbolos muertos con que la autoridad se reviste y sin embargo los reverenciamos. Hay palabras que nos atan a estos símbolos y en todo lo que lleva la marca del gobierno suponemos un éxito más allá de lo natural.

Apenas puede concebirse cómo hay gentes que sigan adorando, que sigan implorando la misericordia de maderos pintados que en más de una ocasión hicieron trizas, porque no respondían a sus deseos.

Pero esta concepción no se dificulta mucho si se observa con pena que a cada instante hay centenares de imbéciles que habiendo castigado a los ídolos del panteón político, porque no realizaron lo que de ellos se esperaba, diariamente los contemplan, sin embargo, de rodillas, con la mentida esperanza que que algún día corresponderán a las oraciones venideras.

En los periódicos puede observarse cuánta estupidez, cuánta lentitud, cuánta perversidad, cuánta falta de honradez hay en el oficialismo. Es muy posible que la mitad de los artículos de fondo escritos en los diarios tenga por tema alguna absurda falta oficial, alguna gran injusticia oficial, algún increíble derroche oficial. Y a pesar de todos estos latigazos sangrientos de la prensa, el pueblo de rodillas renueva su fe por el gobierno, le reza de nuevo y candorosamente aguarda de él muchos beneficios.

(Hay que advertir que Spencer se refiere a la prensa inglesa, una de las más dignas y libres de la tierra. Por lo que hace a esta pobre prensa de por acá, todos los hombres sinceros sabemos, que ya sea por cobardía o por salario, deja pasar en silencio los actos oficiales, por malos que sean y en cambio, cuando son buenos, los recibe con las palmas triunfales del senilismo más vergonzoso. Cuando no es el miedo o el salario, es el interés mezquino del momento. Así, por ejemplo, en las actuales circunstancias, el gobierno de la República puede cometer los actos más irritantes, arbitrarios e injustos, con la seguridad de que no habrá un solo diario que proteste de tamañas imposiciones. ¿Razón? Porque todos los diarios, órganos de los demás partidos políticos, están empeñados en adular incondicionalmente al jefe de la nación, para que paternalmente les conceda libertad de sufragio en las elecciones que vienen. Como si el derecho constitucional de votar, si algo valiera, no estuviese mil veces por encima de la voluntad compasiva de un hombre, y como si el derecho de votar no estuviera garantizado por el formidable sentimiento de la propia fuerza que todo pueblo digno debe llevar en sí.)

Conociendo lo que significa el concurso de las mujeres en toda obra social que se emprenda, los hombres que trabajarnos en un campo distinto del de la institución antes dicha debiéramos empeñarnos todo lo posible para atraerlas hacia nosotros.

He pensado mucho cuánta labor buena para el avance y la dicha de los hombres haría una educación razonable de las niñas. Una educación libre de las preocupaciones reinantes, que fuera cultivando inteligencias y corazones femeninos, con amor y buen juicio, a fin de alistar la opinión pública del porvenir. ¡Y sueño con esa opinión pública, en manos de mujeres instruidas, con sentimientos más altos y nobles! ¡Y qué opinión la de entonces, tan inteligente, tan tolerante! Inteligente para que no se deje embaucar por los embaucadores parasitarios de costumbre, tolerante para que respete las ideas de todo hombre, por extrañas y escandalosas que parezcan.

 

 

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