El
arado y la pluma
Joaquín
García Monge
Los
pobres de la tierra.org
1905
La Siembra 1:52, 1905.
Los buenos padres que se preocupan por la educación de
sus hijos, están empeñados en que éstos sean
mañana hombres de pluma, pero no de arado, o como dicen
por acá, de pala y machete. En otros términos, anhelan
que sus hijos ganen más tarde cómoda y decentemente
la vida por medio de las carreras profesionales que hoy existen,
pero nunca con el rudo y sudoroso trabajo manual del hombre que
cultiva la tierra.
Esta preocupación me parece demasiado pueril. Veamos.
El arado, el machete, la pala, el zacho, lo mismo que la pluma,
desde centenares de años atrás han sido instrumentos
civilizadores de primer orden, puestos al servicio del hombre
para que con ellos obtenga el sustento, la dicha, la perfección.
Con los instrumentos de labranza el hombre limpia de las malas
yerbas el campo cultivable y luego las incendia o las entierra;
con la pluma, en el campo humano, siega las añejas preocupaciones,
las instituciones cadavéricas los hombres tiránicos
o retrógrados, si es preciso los quema y también
los sepulta.
Con el arado abre sobre el suelo el fecundo surco que ha de recibir
mas adelante la semilla, con la pluma abre un surco luminoso en
el entendimiento y en el corazón de los hombres, y los
prepara para un cultivo que redime.
Con los instrumentos de labranza cosecha los ricos frutos que
han de sustentar en abundancia los vientres inflados de los poderosos
y con escasez los vientres flacos de los pobres; con la pluma
las inteligencias observadoras y los corazones sensibles almacenan
buenas ideas y sentimientos buenos, noble tributo que una generación
avanzada produce para el servicio de las que vienen, a fin de
que de día en día alcancen la liberación
completa de todas las esclavitudes que hoy oprimen.
Con el arado los infelices proletarios del mundo, en todos los
tiempos, han trazado sobre el suelo terronudo y negro el silencioso
y tristísimo poema de sus desventuras, sellado con la planta
de sus pies y humedecido con el sudor copioso de sus frentes;
con la pluma los hombres justos, sinceros, valerosos, geniales
y sensibles, fijaron sobre el papel la visión interna que
del mundo tuvieron y penosamente sellaron con tinta o con sangre,
y humedecieron con sus lágrimas esa dolorosa visión.
En la historia de la civilización humana el papel del arado
ha sido mucho más modesto que el de la pluma, pero no menos
importante. Ha hecho sobre la tierra una labor pacífica
y tranquila, siempre beneficiosa para el hombre.
Por el arado el terreno se despereza y remueve para recibir una
ventilación que enriquece y fecunda; por él la semilla
encuentra un surco propicio para su germinación; por él,
la tierra rejuvenecida entrega a los hombres el sustento que muchos
por inútiles y esclavos, no merecen. Honradas y encallecidas
manos han oprimido siempre el arado; a él no llegan las
gentes afeminadas, corrompidas y enfermizas. Es el instrumento
por excelencia de los hombres poseídos de fortaleza y de
libertad. El arado es un símbolo de honradez y de salud.
Los infelices parásitos de la ciudad no serían capaces
de manejarlo cinco minutos. En todos los países y tiempos,
la clase más sana, tranquila, inofensiva y alegre, manejó
el arado a campo abierto, a toda luz, bajo la lluvia, el viento
y el sol que dan vigor y salud. Si el honroso mayor número
que maneja el arado, reflexionara, el arado sería también
un símbolo formidable de regeneración humana.
La pluma, por el contrario, todas las manos pueden manejarla,
y cuando cae en sucias manos, es un terrible instrumento de mal.
Con la pluma los gobernantes impulsivos, envanecidos y arbitrarios,
han firmado la destitución violenta de sus puestos de hombres
cumplidores de su deber, que no han sabido ni sabrán adular
a nadie; con la pluma los servidores de religiones impuestas y
fósiles, han decretado la excomunión de hombres
que se atrevieron a pensar por su cuenta, que no reconocieron
en este mundo más dios que la Razón; con la pluma
los tiranuelos soberbios y corrompidos han decretado la pena de
muerte o el destierro para los hombres libres, que no aceptaron
ningún yugo; con la pluma los estirados, engreídos
y sedicentes dispensadores de una justicia imaginaria aquí
en la tierra, han firmado la sentencia de prisión o de
muerte para hombres inocentes, víctimas de la perversidad,
el encono y la intriga de otros hombres; con la pluma algunos
farsantes titulados han devuelto al polvo a seres enfermos que
solo necesitaban para vivir un poco más de alimento, de
aire, de luz, y de agua; con la pluma los fariseos interpretadores
de la ley —¡también escrita!— dejaron
en la calle a una viuda con hijos, o despojaron a una familia
de sus bienes, o consiguieron que un justo se fuera al presidio;
con la pluma los dueños del oro firmaron un documento que
quizá encerraba la ruina de alguno; con la pluma hombres
mal intencionados pretendieron manchar más de una fama
pura que el fallo de la posteridad ha reconocido después;
con la pluma los caballeros de industria han firmado la estafa
que los enriqueció momentáneamente; con el manejo
infecundo de la pluma, viven parasitariamente en las oficinas
públicas, jóvenes existencias que debieran emplear
sus fuerzas en el cultivo de la tierra que las independiza, las
dignifica y las mejora; con la pluma, puesta al servicio de la
adulación rastrera a los poderes constituidos, han vivido
y viven hombres sin pizca de vergüenza; con la pluma, en
fin, han pretendido, en vano, hacerse una reputación literaria
duradera, hombres incapaces de trabajarse una obra de aliento
y autores de cuentecitos y versos, más o menos dulzones,
sin valor alguno como estilo o como intención.
Las plumas que cómodamente se anidan en las antesalas ociosas
y perfumadas de los ministerios, en la cátedra sumisa,
rutinaria y dogmática de la enseñanza oficial, en
las redacciones de periódicos sin ideas, escandalosos y
perjudiciales, son plumas requetenvilecidas que sólo merecen
que se las hiciese en mil pedazos.
La pluma, dichosamente en el terreno de los conocimientos y de
los sentimientos, ha hecho bellísimas y benéficas
conquistas, que son para la humanidad su más valioso tesoro.
Gracias a la pluma, los hombres conservan admirables obras de
buen arte literario que siempre proporcionarán dicha, gracias
a la pluma, los sabios fijaron sus observaciones sobre el mundo
que nos rodea y con esa carga de conocimientos, el hombre avanza
y avanza en el carro de la ciencia hasta lograr su felicidad y
liberación.
Quien maneje bien y dignamente la pluma y el arado será,
sin duda alguna, un hombre útil en todo sentido.
Ahora sí, cariñosas mamacitas y buenos papás,
dejad ese prejuicio contra la pala y el machete. En las manos
de vuestros hijos poned no solo la pluma, sino también
el azadón y el arado. Así daréis al mundo
hombres sanos, laboriosos y con una gran conciencia de su propia
fuerza. Y si las madres de una nación enseñan a
sus hijos este doble manejo, hay derecho para creer que esa nación
será envidiable por su empuje, su dignidad, su independencia
y su salud.
J. García Monge
La
Raya, 1-5-1905
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