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A propósito del 1o. de mayo

Joaquín García Monge

Los pobres de la tierra.org

1923

 

Rep. Am. 6:33, 1923

(Esta conferencia se dijo hace algunos años a no recordamos qué grupo de obreros de esta capital. En estos días, en que se trata de renovar la fe en la patria y en sus destinos, algunos de sus párrafos pueden ser oportunos; entendidas así las cosas, los sacamos del olvido en que yacían).

Señoras y señores:

La historia del trabajo proletario, tan antigua como el mundo, registra en sus páginas humildes y olvidadas acontecimientos trascendentales dentro de la historia general de la civilización. Nos son desconocidos, ciertamente, la mayoría de sus héroes beneméritos, mas no por eso ha de aminorarse nuestra gratitud hacia ellos.

En dos direcciones, a mi juicio, se desarrolla la historia del trabajo proletario: la una, en lo que se refiere a la invención de los utensilios y al descubrimiento y dominio de las fuerzas naturales que facilitan el trabajo manual y lo hacen más productivo: la otra, en lo que se refiere a las batallas libradas por el proletariado de todos los tiempos y países en pro de su liberación política y económica. Creo que debiera esta historia ser objeto predilecto de estudio de parte de vosotros, los obreros; la conciencia emancipadora de la clase artesana no será robusta y luminosa hasta tanto no conozca a fondo el camino recorrido por los ignorados y heroicos antecesores en el terreno de la libertad y del dominio de las fuerzas naturales: y sin ello, ni será fácil para vosotros explicarse el momento histórico en que vivís y orientarse con más inteligencia y firmeza hacia lo porvenir.

Ya sabemos que las efemérides y los héroes del trabajo no resplandecen con el brillo de los del Estado o los de la Iglesia, ni sus nombres resuenan pomposamente en los largos corredores de la historia; todos ignorados, ni se recuerdan, ni son objeto de culto. La historia oficial que en las escuelas laicas y eclesiásticas se enseña, a ellos si apenas hace superficial referencia, para dar extensión, en cambio, al relato de las hazañas políticas y guerreras de ambas seculares instituciones. Es muy significativo, por cierto, para quien reflexiona, este prudente silencio de las dos poderosas organizaciones autoritarias que comparten en la tierra el dominio sobre los rebaños de hombres. De lo anterior se desprende que la mayoría de los niños que pasan por escuelas y liceos apenas si tienen referencias del trabajo manual como institución de progreso, de verdad el más duradero y provechoso que existe para los hombres. La común ignorancia de esta cosas en los hijos de los proletarios que tuvieron la fortuna de instruirse primariamente, prolonga la común indiferencia por el trabajo, sus héroes, sus fiestas.

Los ilustres progenitores de nuestra raza, los arios, que estaban más cerca de la realidad de las cosas, celebraron las fiestas públicas del trabajo y santificándolas, las incorporaron a las ceremonias religiosas. En los Vedas, los libros sagrados de la India, se habla de las fiestas antiquísimas del arado, de la siembra, de la siega, como formas de culto a la generosa madre tierra, que da todos los días el sustento a los hijos que no la olvidan, que la saben trabajar y la riegan con el sudor de sus frentes. Porque si bien la Biblia habla del trabajo como una maldición y en los mitos de Grecia se cuenta del trabajo como una de las calamidades venidas al mundo —hasta entonces ocioso— por la curiosidad indiscreta de la joven Pandora (la Eva griega), es lo cierto que las religiones naturales que estuvieron más cerca del corazón del pueblo sencillo, consideraron el trabajo independiente o en familia, como una de las actividades más útiles y placenteras de la vida.

¿Y cómo no dedicar un día o dos del año, por lo menos, a la fiesta del trabajo, que es universal, que a todos beneficia? ¿Acaso la toma de la Bastilla o la fuga de Mahoma a Medina, por ejemplo, importan más al mundo que el hecho sencillo y trascendental del obrero desconocido que hace más de tres mil años arrancó a las rocas el petróleo, ese poderoso combustible, creador de progreso ?

Ante la gratitud de todos los hombres, ¿quién importa más, Napoleón vencedor en Austerlitz o los indefensos primitivos que hallaron en la soledad de los bosques el fuego, creador de las industrias; o el inventor del telar, creador de las nobles ocupaciones de las mujeres honestas; o el inventor de las flechas, que dio a los inermes la primera arma defensiva y de dominio sobre los brutos; o el inventor de la canoa, que inició al hombre, con el dominio de las aguas corrientes —esas poderosas creadoras de civilización— en el dominio de la tierra; o el oscuro labriego que hace más de siete mil años añadió al corvo arado la piedra de sílex y con ella roturó la tierra, aereó sus entrañas fecundas y convirtió al nómada en agricultor; o el que hace seis mil años coció la tierra húmeda e hizo el ladrillo y con él creó la casa estable, como quien dice, la ciudad? ¿Y quién fue aquel genio benemérito que inventó la rueda, artefacto humilde, creadora de la mecánica y por consiguiente, de esas poderosas máquinas que hoy nos maravillan?

¿Quiénes fueron estos distantes obreros civilizadores? ¿Cómo se llamaron? ¿De qué país salieron? Esto lo ignorará siempre el mundo, porque ellos, como todos los verdaderos hombres de progreso, trabajaron para una humanidad que no verían, que de ellos nada sabría. ¡Seres benéficos y magnánimos, tan útiles como el sol que nos alumbra, como la tierra que nos sustenta, incorporados ya definitivamente a esas fuerzas naturales de cuyos beneficios disfrutamos todos los días, aun cuando no nos preguntemos de dónde ni cómo vienen!

No en balde los antiguos, tan sabios en sus cosas, juzgaron las hazañas de estos bienhechores como propias de los dioses y vincularon sus recuerdos a sus encantadoras y sugestivas leyendas. Para ellos, las jornadas del trabajo en lo que se refiere a la invención de los utensilios y al descubrimiento y dominio de las fuerzas de la naturaleza, fueron jot nadas de dioses o dignas de los dioses, de los seres superiores. Por eso es un titán, Prometeo, quien se apodera del fuego, y es considerado Hércules por sus hazañas como un semidiós; y el dios Vulcano honrado se siente con ser herrero y es su fragua un poderoso símbolo de rebelión; el manejo del arado, a los hombres lo enseña un dios marino, Neptuno. A tal punto se engrandeció a los ojos maravillados de los antiguos la fundición de los metales, que no juzgaron humana la obra que salía de las manos callosas del herrero o del forjador y creyeron que de los cielos había descendido el hierro, ese vulgar metal que tan útil ha sido en la historia progresiva del hombre.

En todo esto veo la santificación del trabajo manual que crea las industrias, seca los pantanos, construye las ciudades, aerea los campos roturados y conquista los metales.

Los modernos aceptan el trabajo como una maldición insoportable. Para los antiguos era un honrosa actividad, no desdeñada ni por los príncipes. Los héroes homéricos, Ulises y Aquiles, para citar dos, son hombres inteligentes e industriosos a la vez. Cuando Ulises regresa a Itaca se halla al anciano rey Laertes encorvado sobre el surco, cultivando, hasta hacer llorar a su hijo, el huerto de la familia; y la princesa Nausica no se avergüenza de ir al río, a lavar con sus criadas las ropas reales.

En estos personajes no existe el divorcio entre la inteligencia y la mano. Esto de mirar con desdén el trabajo de las manos y a quienes honradamente de él viven, es un prejuicio de las gentes letradas, prejuicio del cual no se escaparon ni los griegos contemporáneos de Sócrates. En nuestras democracias está profundamente arraigada esta superstición: son muchísimos los que sienten vergüenza de encallecerse las manos o de ponerse el mandil del trabajador. Habrá que hacer muchos esfuerzos para persuadir a los padres, aun los más rústicos e iletrados, de que no es deshonroso para sus hijos ganarse el pan con el esfuerzo de los músculos y que bajo la gorra del obrero puede palpitar un noble entendimiento que piensa y crea.

El trabajo se ha hecho aborrecible desde que el capital lo esclavizó convirtiéndolo en objeto exclusivo de explotación. El día en que el trabajo rompa las cadenas del capital acaparador, codicioso y cruel, saldrá de su tristura y envilecimiento, para convertirse en la fecunda y alegre actividad que antes fue.

Los trabajadores de nuestro tiempo no saben estas cosas ni las comprenden. Yo creo que los valores tradicionales se revisarán con los años, a medida que se estudie y se reflexione más, y entonces muchos de los cultos oficiales de la actualidad, por ficticios y nocivos caerán; para dar campo á otros cultos más naturales, más hermosos y más justos.

* * *

Tendamos la mirada en otra de las direcciones de la his­toria proletaria: la que se refiere a las conquistas de la clase obrera en el terreno de la emancipación integral. ¿Qué vemos? Una vía dolorosa, sangrienta, trajinada por una multitud de mártires de la libertad, desconocidos casi todos ellos, de los que no se hace mención en los textos oficiales de historia —iluminada a trechos por sucesos importantes— algunos equivalentes a conquistas definitivas en lo que a la libertad atañe, otros como voces de aliento y de esperanza que salen del pretérito y que ya se oyen resonar victoriosamente en el futuro. Veréis entonces desfilar en la Irania antigua al herrero Kahueh en noble reivindicación proletaria; conoceréis el régimen doméstico de los patriarcas bíblicos; sabréis de los profetas hebreos de hace veinticinco siglos, los primeros y formidables oradores de la cuestión social; veréis al magnánimo Cinadón, empeñado en redimir a los ilotas de Esparta, hasta pagar con la vida su temerario y generoso intento; sabréis cómo hacían el trabajo libre los artesanos de Atenas, cómo el esclavo romano se convierte en propiedad que produce y que haya que conservar mientras sea joven y fuerte: el avaro

patrón de Roma anticipa en muchos siglos el prejuicio nocivo de los modernos patrones, de que el obrero es una máquina que a cambio de un salario hay que explotarla hasta dejarla sin vida; veréis a los plebeyos romanos —Espartaco, entre ellos —en huelga, sembrando el espanto en los orgullosos patricios; a los rebeldes labriegos de la Europa feudal; a los insurrectos campesinos de la Germania del siglo XVI; a los obreros del siglo XVII, asociados ya en lucha de clase contra los patrones; sabréis de la exigencia de más altos salarios en el siglo XVIII; veréis al obrero inventor de máquinas y utensilios frente al capitalista codicioso del siglo XIX, a las máquinas admirables reemplazando el trabajo de los obreros; a los operarios franceses sublevados en 1831 contra los atentados de las máquinas y de la gran producción; conoceréis los propósitos emancipadores de la Asociación Internacional de Trabajadores fundada en Londres el 28 de setiembre de 1864: ¡fecha memorable!; conoceréis de los sindicatos y coo­perativas, hoy tan poderosos; de la huelga como forma de reivindicación, veréis por fin a los valientes comuneros del 70 en París y a los trabajadores de Norte América que proclaman ante los del mundo el 1o. de Mayo como la Fiesta del Trabajo.

* * *

Señores:

Para el trabajador centroamericano el 1o. de mayo es doblemente significativo en lo que importa a su condición de hombre y artesano. En un día como este, hace 56 años, e filibustero yanqui desistió de su primera tentativa de conquista armada del territorio que nuestros mayores nos heredaron Y de entonces acá el 1o. de mayo destaca en el horizonte de nuestra historia como una estrella luminosa solitaria que advierte a las generaciones nuevas que la libertad tiene sus elipses y hasta sus ocasos, que debemos estar alerta, porque detrás de los montes nativos aletea el águila de la rapiña jera y que si bien no llega al son de tambores y clarines, resplandece en el oro de las monedas y a paso lento se adueña de las conciencias de los políticos corrompidos, y legalmente, de nuestro territorio. No os extrañe que os hable de defender con valor la posición geográfica que como hombres nos ha tocado en este mundo terrenal, en este día que es el de la solidaridad internacional de los trabajadores, sin distinción de opiniones políticas, religiosas, etc. Pero es lo cierto que en estas rapiñas internacionales, en esta despropiación injusta que hacen los fuertes del territorio de los débiles, no es la conciencia obrera la que los autoriza o en ellos participa, sino la codicia sin límites de los capitalistas propios y extraños y de los políticos sin escrúpulos que de lacayos les sirven.

Por lo demás, el cariño al suelo en que nacimos providencialmente es una forma de amor a la humanidad, de contribución de un país al mejoramiento mundial, porque a ello directamente servimos cuando limitamos nuestras fuerzas y anhelos de progreso al grupo de conciudadanos que puede oírnos o seguirnos. Además, la obra del avance humano hacia una saludable redención no puede hacerse de un golpe, por un acuerdo espontáneo de todos los hombres: es la obra de pequeños grupos, de la propaganda tenaz por largos años y dentro de los límites familiares del país, de la ciudad, de la aldea en que nacimos. El amor a la humanidad, en el amplio sentido de las prédicas, de puro extenso se diluye y no pasa de una amable intención.

Hagamos lo posible, pues, por engrandecer a Costa Rica, a Centro América, que es lo que tenemos a mano; que nuestro vecino tenga casa confortable, libro que leer, deleites artísticos baratos en las horas de descanso, auxilio cariñoso en ios días de enfermedad, de vejez o de infortunio, campos libres que recorrer en los días primaverales, libertad de pensamiento, asociaciones mutuas de apoyo y engrandecimiento y sobre todo, señorío de la tierra que pisa. Porque sin este señorío del suelo nativo, en balde se hacen, a mi juicio, esfuerzos colectivos por la reivindicación de otros derechos. Porque el derecho fundamental y primario es el de habitar, el de ser el dueño de la tierra en que se vive; si dejamos que hombres o instituciones codiciosas lo acaparen para su particular beneficio, si vemos impasibles que el conquistador forastero poco a poco la compra, si nada hacemos por conservarla ante todo y cultivarla después, estamos perdidos, en camino hacia la peor de las esclavitudes, la del proletario que no pasa de ser un mero inquilino en la tierra de sus padres. Esto es una amenaza y una vergüenza. Si el 1o. de Mayo, si la Fiesta del Trabajo debe serlo de reflexión y de recogimiento, meditemos sobre esta gran temeridad: La concesión que estamos haciendo a la codicia extraña de las tierras heredadas de nuestros mayores, las mismas que ellos noblemente supie­ron defender hace 56 años y las que estamos obligados a conservar y a hacer productivas —mediante colonias agrícolas— para sustento y riqueza de propios y foráneos y garantía de nuestra libertad amenazada, porque un pueblo que pierde el señorío de su tierra no puede ser un pueblo libre, desde luego que el suelo que pisamos es el que nos da la firmeza, el sustento, la independencia y la alegría. De modo, pues, que el 1o. de Mayo será para vosotros un doble símbolo de redención.

* * *

Pasemos ahora a la trascendencia solidaria y mundial de la fecha que hoy festejamos como la del Trabajo.

Fueron los operarios yanquis quienes iniciaron en 1886 tal fiesta con esta palabras:

A partir del 1o. de Mayo de 1886 ningún obrero trabajará más de 8 horas al día: 8 de trabajo, 8 de reposo, 8 de educación.

Los trabajadores de Europa acogieron esta proclama con entusiasmo: la Liga Socialista de Londres organizó su pri mera demostración en 1890, en el Hyde Park, a manera de protesta de los trabajadores británicos contra las explotaciones opresivas del capitalismo. En el 89 el Congreso Socialista Internacional de París imitó estas rebeldes iniciativas. ¡De entonces acá cuánta sangre proletaria ha costado la celebración del 1o. de Mayo en los Estados Unidos, Francia e Italia, porque el anuncio de las jornadas de 8 horas llenó de espanto a los detentadores de la riqueza y a los gobiernos, sus obligados defensores! ¡Cuánto han preocupado a las clases dirigentes de Europa y América estas paradas, sin galones ni cornetas, de proletarios silenciosos y, sin embargo, temibles! ¿Y eso por qué?, me diréis.

Es que la proclama de los trabajadores yanquis, si los obreros del mundo llegaran a realizarla, cambiaría el aspecto de la vida social y económica de nuestro tiempo. Porque esa proclama implica una triple revolución: económica, higiénica y educativa. Ocho horas de trabajo, como quien dice un dique poderoso puesto a la codicia del patrón insaciable, que desearía que sin descanso trabajaran sus máquinas y los obreros que las guían. Ocho horas de descanso, lo bastante para reponerse de todas las fatigas, renovar los entusiasmos y los bríos y retornar a la fábrica, no como un desecho soñoliento, sino alegre y bien dispuesto. Ocho horas de descanso, de modo que la vida proletaria sea más sana, menos triste, más larga.

Ocho horas de cultura espiritual, tantas como para ocu­parlas en las nobles disciplinas del estudio y del arte. Ocho horas diarias de estudio proletario que en sí bastarían para trasformar el mundo. Estudio quiere decir reflexión, amplitud de horizontes y aspiraciones en la vida, comprensión más profunda y clara de la naturaleza y de sus fuerzas y de las relaciones sociales; estudio quiere decir propósitos de ennoblecimiento, de mejora en las costumbres personales. El estudio, la intimidad del arte asociado al trabajo libre, surtidores de idealismo, que llenan la vida de encanto y la hacen más bella y pasadera. Hacen que el obrero se estime mis, que sea más limpio, más ordenado, más amigo de embellecer su existencia, de hacer el hogar más confortable; más lo encariñan con las máquinas, a las que comprende mejor y con más acierto maneja.

El estudio trae consigo la emancipación de la inteli­gencia, que de todas es la suprema emancipación, porque ella ilumina la oscuridad en que uno vive, siembra las dudas en el espíritu, crea la inquietud del progreso, indica el rumbo nuevo que debemos tomar, desembaraza el trayecto erizado de dificultades; el estudio nos da la comprensión de las ideas ajenas y nos hace tolerantes con ellas, cuando por algún motivo no concuerdan con las nuestras; es el creador de una opinión pública inteligente en los países. El estudio es lo que daría a la clase obrera la conciencia clara de sus antecedentes sociales y de los destinos que le corresponden; el estudio acabaría con muchos de los fanatismos proletarios, jacobinos o clericales, que para mí, son lo mismo. Y mientras los fanatismos subsistan, la ciencia renovadora no se abrirá paso entre las masas, y los gobiernos en ellos hallarán el justificativo que mantiene muchas supersticiones perjudiciales en la escuela y en las instituciones. Así pensaba Renán.

A propósito de esta trascendental jornada de las 8 horas de educación, recuerdo una anécdota de un terrateniente español en Chile. Voy a referirla: Mantenía en su finca a centenares de inquilinos, carne sufrida de explotación agrícola. Los hijos de estos inquilinos eran muchos y vagaban como animalitos por la hacienda. Un día le dije: "¿Por qué no abre una escuela para estos niños?" (1) "¡Escuela!, exclamó sorprendido. ¡No me diga! Si estas gentes cuanto más brutas más trabajan! Enseñe Ud. a leer periódicos a los obreros y ya los verá Ud. descontentos, pidiendo aumento de salario y disminución de trabajo".

Esta declaración es monumental y no tengo para qué comentarla. Es ella la que justifica la actitud de todos los despotismos, civiles o religiosos; los despotismos fomentan la ignorancia, que es la madre de las servidumbres. El estudio, el impreso barato y de libre circulación, la escuela, la conferencia son sinónimos de malestar, de rebeldía contra las cosas tal como están. Por lo mismo, que el trabajador no disfrute de ellos. Así reflexiona el despotismo y es preciso entender de una vez que no es posible la libertad política, si no existe la de la mente: los pueblos mudos de palabra y de entendimiento son carne de servidumbre al capricho de un vulgar tirano. Sin ir muy lejos, para poner un ejemplo, la independencia política de nuestra América fue la obra de los hombres más cultos de entonces. Y no podía ser de otro modo; los libertadores de pueblos tienen que ser los más instruidos, porque es el cultivo de la inteligencia el que amplía el horizonte de las aspiraciones y sacude el yugo de todas las opresiones. Así lo han comprendido los conductores de las clases proletarias. Y de todos vosotros es conocido el empeño del liberalismo por democratizar la enseñanza, por facilitar de mil modos a los jóvenes de todas las clases sociales, las ocasiones de instruirse gratuitamente, de mejorar la condición en que viven.

Este primero de mayo no es para jolgorios y francache­las, al contrario, es para recogerse y meditar; es el día de la acción directa, de la organización de las fuerzas obreras, del propio mejoramiento; en este día las filas artesanas del mun­do se manifiestan simultáneamente, y con ello se quiere de­mostrar que son poderosas, que sus opresores deben temerlas; en este día los trabajadores deben convencerse una vez más de que el pensamiento y la voluntad de los obreros manuales en lo futuro no debe delegarse a otros (Congresos, candidatos, por ejemplo) sino conservarlos entre ellos. Entiendan esto bien, ahora que las sirenas de la política inician su farsa tradicional; y ya que de esto hablamos, recojan y mediten esa página sa­ludable del gran venezolano Cecilio Acosta:

"Da lástima en países como estos, llamados por sus dones naturales a aprovechar la fecundidad de su suelo y las invenciones de las artes, ver que sólo se presenta al escenario segunda, tercera y ulteriores ediciones de la misma obra teatral de nuestras parcialidades impenitentes, que se contentan con verse un día vestidas de farándula, para ir al siguiente a la platea a ver representar a sus contrarios, a quienes preparan su próxima caída, sin más provecho en todo esto que una ridícula farsa y no con poca frecuencia una sangrienta tragedia. Da indignación mirarlas ensañarse las unas contra las otras, enrostrarse los mayores crímenes y tratarse como enemigos irreconciliables, fuera del campo de la doctrina, fuera de la justicia histórica, y contando con el pueblo ignorante, al cual se le inocula la saña para que se ensañe también. Da vergüenza que aparezcan como hipócritas los que no practican en los negocios lo que predican en la prensa, y como farsantes los que preparan astutamente su comedia para engañar a un público embobado".

* * *

Que sea este día el de la Pascua de Resurrección de los Trabajadores y que así como los jugos renovados de la tierra cubren ahora de esmeralda nuestros campos antes mustios, y llenan de tiernos brotes, olorosas flores y sazonados frutos los ramajes antes escuetos de los árboles, y así como las lluvias descienden sobre los sedientos llanos y montes y todo lo bañan de frescura, que en vuestras almas florezca toda una primavera de buenos propósitos, prometedora de un otoño rico en hechos benéficos.

Que en este día sea vuestro primer anhelo trabajar por el mejoramiento de vuestra clase social y con ello habréis trabajado por el de Costa Rica. Que la asociación entre vosotros continúe ya que la fiesta que hoy os congrega es un síntoma halagador de que podéis marchar unidos. Que se multipliquen los gremios y con ellos los lazos firmes de la solidaridad obrera. Que sean incontenibles vuestros anhelos de estudio; dad una acogida cariñosa y protectora al impreso que os deleite instruyéndoos, al arte que os ennoblezca y os regocije, al conferencista que os instruya. No lo olvidéis, sin el estudio, sin el cultivo de la inteligencia poco progresaréis.

Recordemos en este día algunos de los artistas que han dignificado en sus obras el trabajo proletario: al divino Hesiodo de la Grecia antigua, que indica sabiamente cómo la observación de la naturaleza es la que guía con más acierto los trabajos del agricultor, que os aconseja, adelantándose en muchos siglos a los actuales pensadores de la renovación social, que os apartéis de las nocivas discusiones de la plaza pública. Al dulce Virgilio, que os enseña amablemente cómo debéis cuidar las abejas laboriosas, y exalta hasta los cielos la magnífica independencia de los labradores; a Emilio Zola, en cuyas novelas desfilan los obreros con los contornos de cíclopes; a Whitman y a Hugo, esos dos formidables vates de la democracia; a Millet, el admirable pintor de las faenas rurales; a Meunier, ese prodigioso creador de arte proletario, que halló cómo también es bello el gesto de los segadores, en el mismo mármol que inmortaliza el gesto de los dioses; al catalán Clavé, el creador de las sociedades corales obreras; a la señora Beecher y a Turgueneff, que tanto influyeron con las revelaciones desgarradoras de su Cabana del Tio Tom y de los Relatos de un Cazador, en la emancipación de los esclavos negros y siervos rusos del pasado siglo.

* * *

Recordemos también en este día a los apóstoles de la redención obrera: a Agrícola Perdigier, el gran promotor de la unión de los obreros, para que se alejen de los desgarramientos, las intrigas y los chismes de parroquia, que tanto los aislan y detienen en su progreso; a Luisa Michel, la heroica Virgen Roja, desvelada siempre por la suerte de los oprimidos; a Ruskin, preocupado porque los obreros y obreras de Londres tuvieran buenos libros, morada confortable y abrieran sus almas a las ennoblecedoras emociones del arte; al viejo Tolstoi, que hizo las desventuras de los campesinos que sufrían en torno suyo; a Kropotkine, ese poderoso anciano, sombra protectora de los oprimidos de la tierra y a tantos otros que sin las altas dotes de éstos, poseyeron hasta el sacrificio, el valor y la constancia. A Elíseo Réclus cuya vida ejemplar estuvo siempre al servicio de la clase proletaria y el que desde la tumba os repite este sentencia definitiva: "Los oprimidos no hallarán libertadores fuera de sí mismos". Quiere esto decir que los progresos de toda índole que ocurran en vuestra clase deben ser de iniciativa vuestra, sustentados y robustecidos con los empeños asociados de vosotros, sin contar con intermediarios extraños. Desechad, pues, esa peligrosa ilusión parlamentaria, de los que os halagan las orejas diciéndoos que con leyes del Congreso obtendréis becas para vues­tros hijos en el extranjero, protección contra los accidentes del trabajo y hasta una casa del pueblo para que en ella vayáis a discutir vuestros intereses, antagónicos en la mayoría de los casos con los de la minoría dirigente (la Cámara inclusive). Recordad que el Congreso ha decretado dos veces, si no me equivoco, la creación de una Escuela de Artes y Oficios para vuestros hijos. ¿Existe? No deis oído a los ardides de sirena que emplean los politicastros para que les aseguréis con vuestros votos una posición ociosa decorativa en el Congreso. Entre los valores tradicionales de la política que tendréis que revi­sar en lo futuro y echar abajo, está esa desastrosa superstición parlamentaria y democrática.

Que sea objeto de vuestro estudio y meditación la vida y la obra de estos vuestros amigos verdaderos, —artistas, inventores, pensadores— que a la distancia en el tiempo y en el espacio, os reconforten con sus enseñanzas durables y saludables. Que salgáis de aquí propuestos a estudiar la Historia del Trabajo en las dos direcciones de que os hablé al principio. Sin este estudio careceréis de tradición, como quien dice, de apoyo, de estímulo, de guía, de ejemplo que imitar o desechar, caminaréis a tientas en un presente que no os explicáis, hacia un futuro más incierto aún.

Y convertid en hechos vuestros propósitos de mejora. Recordad que el infierno está empedrado de buenas intenciones; con ello os digo que éstas no bastan para luchar como buenos; es preciso que las realicéis; haced vuestra vida de proletarios más alegre y más sana, saliendo a nuestros bellos y luminosos campos en los días de fiesta. Allí leed a Réclus y él os enseñará a comprender las bellezas del arroyo y de la montaña, las profundas enseñanzas que la Naturaleza presen­ta a la consideración inteligente de quienes la estudian. Esto, por otra parte, sería una amena cultura del patriotismo, ya que sólo conociendo, recorriendo nuestros campos natales, aprendemos a amarlos. Además, con ello continuaréis la tradición de nuestra raza: los antecesores griegos ennoblecieron el cuerpo, lo cultivaron para que fuera bello, escultural, sano. Considerado como un don divino, el cuerpo humano debe ser naturalmente la morada de un espíritu magnánimo. Las excursiones campestres os pondrían en contacto con el campesino, cuya conciencia oscura hay que iluminar: naturalmente alejado de los negocios espirituales, sin los anhelos ni las inquietudes del que desea mejorar, arrastra una vida sórdida, sin ideas, triste. ¡Cuanto se haga por dignificar, por embellecer su vida es un bien para el país y para la libertad humana!

Asociaos para hacer vuestras casas bonitas, higiénicas y confortables, ya que en ellas pasaréis casi todas las horas del estudio y del descanso. Asociaos para discutir los asuntos que os interesan como ciudadanos y como obreros y haced las mejoras por vuestra propia cuenta, a medida de vuestras fuerzas, sin esperar auxilios de intervenciones extrañas que os cobrarán el ciento por uno.

Haceos vuestro calendario de trabajadores y que entre los días del año fijéis los que más os convengan para dedicarlos al culto del Trabajo: deberes de gratitud tenéis para los que han inventado nuevos aparatos que facilitan el trabajo de vuestras manos; para los que han descubierto y domado las fuerzas naturales que centuplican el fruto de vuestros esfuerzos; para los que han muerto gloriosamente en las jornadas de la libertad proletaria; para las trágicas víctimas del trabajo campesino y urbano; para los pensadores que os han señalado en sus escritos el camino de vuestra redención; para los artistas que sintieron las nobles actividades del trabajo y las inmortalizaron en la novela, el cuento, el lienzo, el mármol; leer sus libros, estudiar sus obras, recordar su vida, meditar sus altos pensares; todo esto puede serviros de estímulo para asociaros en fiesta pública. Sin olvidar a vuestros niños, a quienes debéis festejar, para que vivan contentos y sanos y puedan a su debido tiempo, recoger la herencia de belleza y libertad que les leguéis.

* * *

Reconforta ciertamente ver asociadas a vosotros en este fía, como en los demás del año, a vuestras valerosas compañeras. ¡Que sean bienvenidas! Ellas lo merecen; su sexo solo es ya una garantía para que de hecho y definitivamente las incorporéis a las fiestas del trabajo. Creo que el trabajo como actividad creadora que se convierte en un hábito fecundo y placentero, a las mujeres se debe. Han sido ellas las inicia­doras de la agricultura y de las formas primitivas del trabajo: el casero, el que se hacía en familia, como lo vemos entre los patriarcas de la Biblia o en las páginas encantadoras de La Odisea.

A paso que el hombre primitivo se dedica a la cacería, a la pesca o a la guerra sanguinaria, o al ocio placentero, sus resignadas compañeras son las que trabajan; son las que mantienen en el hogar la brasa encendida, la brasa bienhechora, de la cual saldrá con el tiempo la fragua, la fundición de los metales, la creación de las industrias, la formación de la ciudad, de la civilización, en una palabra; son las que cardan las lanas, las que estimularon la invención del telar y con él los vestidos; de la estufa y con ella las cocina, es decir, la salud, el regocijo del alimento, la vida familiar y social, el hogar, el matrimonio, que es sacrificio, en un solo término.

Es la mujer la que fija en la humana especie los hábitos de observación que el trabajo bien hecho implica y que desarrollados en el hombre han sido el semillero de invenciones y descubrimientos útiles, emancipadores. Si así lo entiende la Biblia, cuando atribuye al pecado de la primera mujer en el paraíso la maldición del trabajo, bienvenido el cargo que se le hace. El mundo debe a esa pecadora la civilización de que hoy disfruta.

Creo que más en lo justo y en lo sensato estuvieron los pueblos antiguos —cuya herencia nuestra de orgullo \nos llena— al personificar en una mujer —Deméter— a la diosa de la civilización y de la agricultura, esa honrosa, noble e inteligente actividad que convierte al nómada en un ser estable, con casa, hijos, ciudad, riquezas e independencia. Del Trabajo (un herrero) y del Amor (una linda diosa), según los antiguos, nacieron el fuego y el matrimonio, como quien entiende, el hogar y la familia. No en balde todos los tiem­pos han considerado a la mujer el guardián de la casa, que conserva el fuego familiar y cría los hijos. ¡Santa Misión!

Y una mujer también —Proserpina— hija de Deméter en el mire griego, es la que simboliza —según unos— la Primavera, la diosa radiante que esmalta de florecillas los campos antes yertos y desata los arroyos bulliciosos y benéficos, antes cautivos.

Pues bien, que desde este 1o. de Mayo, todas vosotras, mujeres proletarias, os alcéis sobre el suelo de la patria como nuevas y radiosas Proserpinas, que de los cielos descendéis a confortar las almas de vuestros esposos, de vuestros hijos, de vuestros hermanos, de vuestros novios, hasta romper ese hielo de indiferencia y de pasivismo que en todas las cuestiones —de preferencia en las sociales— mantienen el espíritu obrero yerto y sin vida. Imponeos esta obra sagrada y habréis servido como buenas a los intereses de vuestra clase, los de Costa Rica y los de la humanidad.


J. García Monge

 

 

 

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