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Albert Einstein, 1879-1955¿Por qué socialismo?

Albert Einstein

Monthly Review, Nueva York

Mayo de 1949

Foro ALCArajo: Mensaje #1857

¿Debe quien no es un experto en cuestiones
económicas y sociales opinar sobre el socialismo?
Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el
punto de vista del conocimiento científico. Puede
parecer que no haya diferencias metodológicas
esenciales entre la astronomía y la economía: los
científicos en ambos campos procuran descubrir leyes
de aceptabilidad general para un grupo circunscrito
de fenómenos para hacer la interconexión de estos
fenómenos tan claramente comprensible como sea
posible. Pero en realidad estas diferencias
metodológicas existen. El descubrimiento de leyes
generales en el campo de la economía es difícil
porque la observación de fenómenos económicos es
afectada a menudo por muchos factores que son
difícilmente evaluables por separado. Además, la
experiencia que se ha acumulado desde el principio
del llamado período civilizado de la historia humana
-como es bien sabido- ha sido influida y limitada en
gran parte por causas que no son de ninguna manera
exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo,
la mayoría de los grandes estados de la historia
debieron su existencia a la conquista. Los pueblos
conquistadores se establecieron, legal y
económicamente, como la clase privilegiada del país
conquistado. Se aseguraron para sí mismos el
monopolio de la propiedad de la tierra y designaron
un sacerdocio de entre sus propias filas. Los
sacerdotes, con el control de la educación, hicieron
de la división de la sociedad en clases una
institución permanente y crearon un sistema de
valores por el cual la gente estaba a partir de
entonces, en gran medida de forma inconsciente,
dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de
ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo
que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del
desarrollo humano. Los hechos económicos observables
pertenecen a esa fase e incluso las leyes que
podemos derivar de ellos no son aplicables a otras
fases. Puesto que el verdadero propósito del
socialismo es precisamente superar y avanzar más
allá de la fase depredadora del desarrollo humano,
la ciencia económica en su estado actual puede
arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del
futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un
fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede
establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en
los seres humanos; la ciencia puede proveer los
medios con los que lograr ciertos fines. Pero los
fines por sí mismos son concebidos por personas con
altos ideales éticos y -si estos fines no son
endebles, sino vitales y vigorosos- son adoptados y
llevados adelante por muchos seres humanos quienes,
de forma semi-inconsciente, determinan la evolución
lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia
y los métodos científicos cuando se trata de
problemas humanos; y no debemos asumir que los
expertos son los únicos que tienen derecho a
expresarse en las cuestiones que afectan a la
organización de la sociedad. Muchas voces han
afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana
está pasando por una crisis, que su estabilidad ha
sido gravemente dañada. Es característico de tal
situación que los individuos se sienten indiferentes
o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande,
al que pertenecen. Como ilustración, déjenme
recordar aquí una experiencia personal. Discutí
recientemente con un hombre inteligente y bien
dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi
opinión pondría en peligro seriamente la existencia
de la humanidad, y subrayé que solamente una
organización supranacional ofrecería protección
frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy
calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone
usted tan profundamente a la desaparición de la raza
humana?»

Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie
habría hecho tan ligeramente una declaración de esta
clase. Es la declaración de un hombre que se ha
esforzado inútilmente en lograr un equilibrio
interior y que tiene más o menos perdida la
esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la
soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente
está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa?
¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil
contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin
embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy
consciente del hecho de que nuestros sentimientos y
esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y
que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y
simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser
social. Como ser solitario, procura proteger su
propia existencia y la de los que estén más cercanos
a él, para satisfacer sus deseos personales, y para
desarrollar sus capacidades naturales. Como ser
social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto
de sus compañeros humanos, para compartir sus
placeres, para confortarlos en sus dolores, y para
mejorar sus condiciones de vida. Solamente la
existencia de estos diferentes y frecuentemente
contradictorios objetivos por el carácter especial
del hombre, y su combinación específica determina el
grado con el cual un individuo puede alcanzar un
equilibrio interno y puede contribuir al bienestar
de la sociedad. Es muy posible que la fuerza
relativa de estas dos pulsiones esté, en lo
fundamental, fijada hereditariamente. Pero la
personalidad que finalmente emerge está determinada
en gran parte por el ambiente en el cual un hombre
se encuentra durante su desarrollo, por la
estructura de la sociedad en la que crece, por la
tradición de esa sociedad, y por su valoración de
los tipos particulares de comportamiento. El
concepto abstracto «sociedad» significa para el ser
humano individual la suma total de sus relaciones
directas e indirectas con sus contemporáneos y con
todas las personas de generaciones anteriores. El
individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y
trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la
sociedad -en su existencia física, intelectual, y
emocional- que es imposible concebirlo, o
entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la
«sociedad» la que provee al hombre de alimento,
hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de
pensamiento, y la mayoría del contenido de su
pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las
realizaciones de los muchos millones en el pasado y
en el presente que se ocultan detrás de la pequeña
palabra «sociedad».

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del
individuo de la sociedad es un hecho que no puede
ser suprimido -exactamente como en el caso de las
hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que
la vida de las hormigas y de las abejas está fijada
con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos
hereditarios, el patrón social y las correlaciones
de los seres humanos son muy susceptibles de cambio.
La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el
regalo de la comunicación oral han hecho posible
progresos entre los seres humanos que son dictados
por necesidades biológicas. Tales progresos se
manifiestan en tradiciones, instituciones, y
organizaciones; en la literatura; en las
realizaciones científicas e ingenieriles; en las
obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido,
el hombre puede influir en su vida y que puede jugar
un papel en este proceso el pensamiento consciente y
los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma
hereditaria, una constitución biológica que debemos
considerar fija e inalterable, incluyendo los
impulsos naturales que son característicos de la
especie humana. Además, durante su vida, adquiere
una constitución cultural que adopta de la sociedad
con la comunicación y a través de muchas otras
clases de influencia. Es esta constitución cultural
la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la
que determina en un grado muy importante la relación
entre el individuo y la sociedad como la
antropología moderna nos ha enseñado, con la
investigación comparativa de las llamadas culturas
primitivas, que el comportamiento social de seres
humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo
de patrones culturales que prevalecen y de los tipos
de organización que predominan en la sociedad. Es en
esto en lo que los que se están esforzando en
mejorar la suerte del hombre pueden basar sus
esperanzas: los seres humanos no están condenados,
por su constitución biológica, a aniquilarse o a
estar a la merced de un destino cruel, infligido por
ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad
y de la actitud cultural del hombre deben ser
cambiadas para hacer la vida humana tan
satisfactoria como sea posible, debemos ser
constantemente conscientes del hecho de que hay
ciertas condiciones que no podemos modificar. Como
mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre
es, para todos los efectos prácticos, inmodificable.
Además, los progresos tecnológicos y demográficos de
los últimos siglos han creado condiciones que están
aquí para quedarse. En poblaciones relativamente
densas asentadas con bienes que son imprescindibles
para su existencia continuada, una división del
trabajo extrema y un aparato altamente productivo
son absolutamente necesarios. Los tiempos -que,
mirando hacia atrás, parecen tan idílicos- en los
que individuos o grupos relativamente pequeños
podían ser totalmente autosuficientes se han ido
para siempre. Es solo una leve exageración decir que
la humanidad ahora constituye incluso una comunidad
planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar
brevemente lo que para mí constituye la esencia de
la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la
relación del individuo con la sociedad. El individuo
es más consciente que nunca de su dependencia de
sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho
positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza
protectora, sino como algo que amenaza sus derechos
naturales, o incluso su existencia económica. Por
otra parte, su posición en la sociedad es tal que
sus pulsiones egoístas se están acentuando
constantemente, mientras que sus pulsiones sociales,
que son por naturaleza más débiles, se deterioran
progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera
que sea su posición en la sociedad, están sufriendo
este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de
su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y
privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de
la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su
vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la
sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal
como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera
fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad
enorme de productores que se están esforzando
incesantemente privándose de los frutos de su
trabajo colectivo -no por la fuerza, sino en general
en conformidad fiel con reglas legalmente
establecidas. A este respecto, es importante señalar
que los medios de producción -es decir, la capacidad
productiva entera que es necesaria para producir
bienes de consumo tanto como capital adicional-
puede legalmente ser, y en su mayor parte es,
propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue
llamaré «trabajadores» a todos los que no compartan
la propiedad de los medios de producción - aunque
esto no corresponda al uso habitual del término. Los
propietarios de los medios de producción están en
posición de comprar la fuerza de trabajo del
trabajador. Usando los medios de producción, el
trabajador produce nuevos bienes que se convierten
en propiedad del capitalista. El punto esencial en
este proceso es la relación entre lo que produce el
trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en
valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es
«libre», lo que el trabajador recibe está
determinado no por el valor real de los bienes que
produce, sino por sus necesidades mínimas y por la
demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en
relación con el número de trabajadores compitiendo
por trabajar. Es importante entender que incluso en
teoría el salario del trabajador no está determinado
por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas
manos, en parte debido a la competencia entre los
capitalistas, y en parte porque el desarrollo
tecnológico y el aumento de la división del trabajo
animan la formación de unidades de producción más
grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado
de este proceso es una oligarquía del capital
privado cuyo enorme poder no se puede controlar con
eficacia incluso en una sociedad organizada
políticamente de forma democrática. Esto es así
porque los miembros de los cuerpos legislativos son
seleccionados por los partidos políticos,
financiados en gran parte o influidos de otra manera
por los capitalistas privados quienes, para todos
los propósitos prácticos, separan al electorado de
la legislatura. La consecuencia es que los
representantes del pueblo de hecho no protegen
suficientemente los intereses de los grupos no
privilegiados de la población. Por otra parte, bajo
las condiciones existentes, los capitalistas
privados inevitablemente controlan, directa o
indirectamente, las fuentes principales de
información (prensa, radio, educación). Es así
extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de
los casos absolutamente imposible, para el ciudadano
individual obtener conclusiones objetivas y hacer un
uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en
la propiedad privada del capital está así
caracterizada en lo principal: primero, los medios
de la producción (capital) son poseídos de forma
privada y los propietarios disponen de ellos como lo
consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato
de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una
sociedad capitalista pura en este sentido. En
particular, debe notarse que los trabajadores, a
través de luchas políticas largas y amargas, han
tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de
«contrato de trabajo libre» para ciertas categorías
de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la
economía actual no se diferencia mucho de
capitalismo «puro». La producción está orientada
hacia el beneficio, no hacia el uso. No está
garantizado que todos los que tienen capacidad y
quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe
casi siempre un «ejército de parados». El trabajador
está constantemente atemorizado con perder su
trabajo. Desde que parados y trabajadores mal
pagados no proporcionan un mercado rentable, la
producción de los bienes de consumo está
restringida, y la consecuencia es una gran
privación. El progreso tecnológico produce con
frecuencia más desempleo en vez de facilitar la
carga del trabajo para todos. La motivación del
beneficio, conjuntamente con la competencia entre
capitalistas, es responsable de una inestabilidad en
la acumulación y en la utilización del capital que
conduce a depresiones cada vez más severas. La
competencia ilimitada conduce a un desperdicio
enorme de trabajo, y a esa amputación de la
conciencia social de los individuos que mencioné
antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor
mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo
entero sufre de este mal. Se inculca una actitud
competitiva exagerada al estudiante, que es
entrenado para adorar el éxito codicioso como
preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para
eliminar estos graves males: el establecimiento de
una economía socialista, acompañado por un sistema
educativo orientado hacia metas sociales. En una
economía así, los medios de producción son poseídos
por la sociedad y utilizados de una forma
planificada. Una economía planificada que ajuste la
producción a las necesidades de la comunidad,
distribuiría el trabajo a realizar entre todos los
capacitados para trabajar y garantizaría un sustento
a cada hombre, mujer, y niño. La educación del
individuo, además de promover sus propias
capacidades naturales, procuraría desarrollar en él
un sentido de la responsabilidad para sus
compañeros-hombres en lugar de la glorificación del
poder y del éxito que se da en nuestra sociedad
actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía
planificada no es todavía socialismo. Una economía
planificada puede estar acompañada de la completa
esclavitud del individuo. La realización del
socialismo requiere solucionar algunos problemas
sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es
posible, con una centralización de gran envergadura
del poder político y económico, evitar que la
burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante?
¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del
individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático
al poder de la burocracia?

 

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