George Orwell 1903-1950George Orwell (1903-1950)

Emilio J. Corbière

Argenpress.info

Junio del 2003, a cien años de su nacimiento

 

George Orwell fue una personalidad controvertida. De ideas anarquistas y poumistas, durante la Guerra de España. Sin embargo era antisemita y su anticomunismo lo llevó, en los años de la Guerra Fría, a apoyar posiciones reaccionarias.

Por Emilio J. Corbière

"¿Ha leído usted ese libro? Tiene que leerlo, señor. ¡Entonces sabrá usted por qué tenemos que lanzar la bomba atómica sobre los bolcheviques! Con esas palabras, un miserable ciego vendedor de periódicos me recomendó en Nueva York "1984"[Nineteen Eighty Four, 1949], pocas semanas antes de la muerte de Orwell. ¡Pobre Orwell! ¿Podría haber imaginado alguna vez que su propio libro llegaría a ser un artículo tan importante de la semana-de-odio?"
Isaac Deutscher (1954)

Pasamos ya hace tiempo el año fatídico previsto por George Orwell y, nuevamente, su ya legendario libro de mitología política, "1984", fue recordado en diversos tonos por periodistas, críticos, políticos, hombres de Estado y diletantes. Todavía se lo sigue recordando. ¿Cómo fue posible que esa obra sensacionalista, de dudosa seriedad científica, escrita mediocremente, alcanzara el éxito que tuvo durante largas décadas? El libro de Orwell -su verdadero nombre fue Eric Blair- en nada se compara con otros clásicos del género, como el "Goliat", de Jack London, y la "Revolución de los directores", de James Burham.

Hay una explicación, y en cierta forma Isaac Deutscher descubre en el párrafo que encabeza esta nota la clave del éxito orwelliano: la situación conflictiva del mundo después de la última guerra, y el surgimiento del período denominado "guerra fría".

Ese fue el marco en el cual las obras "1984" y "Rebelión en la granja"[Animal Farm, 1945], del escritor inglés, concitaron el interés de grandes sectores del mundo occidental. Tal vez sin proponérselo, Orwell escribió un libro que serviría de base a la propaganda norteamericana de los años cincuenta. Poco importa si el mundo dantesco de Orwell servía tanto para describir el nazismo, el estalinismo o la deshumanización de la sociedad de consumo. Lo cierto es que "1984" vino de perlas a la propaganda política occidental contra la Unión Soviética, y de allí su difusión masiva, aunque su calidad y originalidad literarias fueran bastante discutibles.

Un escritor controvertido

¿Quién era Orwell? Un francotirador, un escéptico que dedicó sus esfuerzos a describir con criterio maniqueo las grandes contradicciones sociales y políticas de nuestro tiempo. Anarquista, semitrotkista en España, laborista en Inglaterra, pensador libre, antisemita encubierto, sus ideas reales dejan trascender una suerte de elitismo. Poseía una imaginación intensa pero su metodología de pensamiento era restringida, unilateral. "1984" no fue, como un crítico la denominó despectivamente, "historieta de horror político". Pero tampoco fue el Swift de su tiempo.

Un plagio consciente

El de Orwell fue un plagio consciente, ya que él mismo lo explicó en otro de sus trabajos. La trama argumental, los principales personajes, los símbolos y el clima de su narración, pertenecieron a un escritor ruso de principios de siglo, totalmente olvidado: Evgenü Zamiatin. En su libro "Nosotros", el ruso desilusionado del socialismo después del fracaso de la revolución de 1905, dedicó sus esfuerzos a anatematizar al partido socialdemócrata obrero fundado por Jorge Plejanov. Cuando sobrevino la revolución de Octubre -en 1917-, Zamiatin se exilió en París, donde escribió su obra póstuma anticomunista.

Rastrear las visiones de Zamiatin sirve para comprender el mundo de horror descripto por Orwell. Los personajes de Zamiatin han perdido de una manera completa su individualidad, se los conoce solamente por números, viven en casa de vidrio que permiten a los policías políticos, como los guardianes, supervisarlos con mayor facilidad. Todo visten uniformes idénticos.

Orwell adaptó la realidad descripta por el ruso, agregándole algunos nuevos elementos, como la televisión. En "1984", los sospechosos son vigilados constantemente por medio de la televisión.

La combinación de "curación" y tortura, mediante la cual los rebeldes de Zamiatin y de Orwell son "liberados" de sus impulsos, creencias y afectos, hasta que empiezan a amar al Benefactor o al Gran Hermano, es casi idéntica en ambos libros.

Más allá del significado real literario y político de la obra de Orwell, el éxito y la popularidad de su mitología han sido absolutos. Palabras acuñadas por él: "neodecir", "ministerio de la Verdad", "policía del pensamiento", "criminopensar", "doblepensar", "semana-de-odio", son ya parte del vocabulario político. Es cierto que se ha utilizado tendenciosamente su libro, y que se le ha hecho decir cosas que nunca dijo. Aspectos de su obra han sido arrancados de contexto, y otros, ignorados o suprimidos por los manipuladores de la propaganda. Pero lo cierto es que toda esa manipulación fue alentada por su propia personalidad contradictoria. Los nazifascistas españoles del Cedade consideraron oportuno, en 1970, incluirlo entre los intelectuales europeos reaccionarios.

Un antisemita encubierto

No era para menos. El escritor inglés era un antisemita encubierto. Y esto, ocultado o ignorado por los intelectuales liberales occidentales, no había pasado inadvertido para los fascistas españoles. En el libro "El camino de Wigan Pier", Orwell aborda al fascismo con unos confusos ataques. "Para combatir al fascismo, es necesario entenderlo, lo cual implica reconocer que contiene alguna cosa buena, además de muchas malas".

Aunque en "1984", uno de los personajes perseguidos es un judío (¿tal vez Trotsky?) son continuos sus ataques antisemitas en varios de sus libros. Veamos algunas muestras:

"El Imperio Británico es sencillamente un aparato que sirve para darles monopolios comerciales a los ingleses, o mejor dicho, a las pandillas de judíos y escoceses" ("La marca").

"El dueño era un judío pelirrojo, un hombre extraordinariamente desagradable. Hubiera sido un placer aplastarle las narices a ese judío" ("Sin blanca en París y Londres").

"los tres comunistas y el joven judío subieron por la calle y siguieron dándole a la solidaridad proletaria, a la dialéctica y a lo que dijo Trotsky en 1917. En realidad, los cuatro eran iguales" ("Subir por la calle").

"El pero de todos era el judío de la esquina, el propietario del Knockout Trousers Ltd. Se había dado cuenta de que no era una prostituta, pero pensaba que viviendo donde Mary no tardaría mucho en serlo, y se le hacía la boca agua. Cuando la veía bajando por el callejón, se apostaba en la esquina, con un abultado pecho bien sacado y la mirada torva y lujuriosa puesta inquisitivamente en ella" ("La hija del reverendo").

Este hombre contradictorio, por momentos extravagante, tuvo una gran valentía personal para jugarse por sus ideas, por lo que creía, muy a su manera, que era la verdad. Peleó con los guerrilleros del POUM (Partido Obrero de Unidad Marxista) en la primera línea del frente catalán, durante la guerra civil española. Pero nunca fue un marxista, y si estuvo junto a los heterodoxos trotkistas españoles, fue justamente porque eran heterodoxos y él, en realidad, era políticamente un disidente solitario.

Desilusión y desesperación

"1984" es la historia de su propia desilusión sobre cierto izquierdismo sectario predominante en los años treinta. Desilusión convertida en desesperación. La suya no fue la única esperanza frustrada. ¡Cuántos socialistas y comunistas vieron atónitos y en silencio aquellas criminales purgas stalinistas! ¡Cuántos demócratas y liberales guardaron silencio en todo el mundo, incluido el Papa, sobre los crímenes de Stalin! ¡Hasta Romain Rolland mantuvo discreto silencio cuando se conocieron los asesinatos masivos ordenados por Stalin! Orwell fue de los que no callaron, y escupió al cielo toda la bilis contra esa barbarie.

Isaac Deutscher, que había conocido y tratado a Orwell, describe al autor de "1984" y a su obra de la siguiente manera: "Fue la última llamarada agonizante y febril de su vida cuando Orwell escribió ese libro. De ahí la extraordinaria, la deslumbradora intensidad de su visión y de su lenguaje, y la casi física inmediatez con que sufría las torturas que su imaginación creadora hacía padecer a su protagonista. Identificaba su propia existencia física con el cuerpo decaído y encogido de Winston Smith (el sufriente torturado) al que comunicaba, por así decirlo, su propia agonía. Proyectó los últimos espasmos de su propio sufrimiento en las páginas finales de su último libro. Pero la explicación principal de la lógica interna de la desilusión y del pesimismo de Orwell, no se encuentra en la agonía mortal del escritor, sino en la experiencia y el pensamiento del hombre vivo, y en su reacción convulsiva de su racionalismo llevó hacia el fanatismo, un fanatismo que arremete contra una sociedad totalitaria gobernada con sadismo impersonal, descarnado. Un horror que paraliza la historia. Esa desesperación orwelliana no ha hecho nada para ayudar a la gente a enfrentar el horror, a progresar en su comprensión, para detenerlo, vencerlo y superarlo. Es que el Orwell ya estaba en un callejón sin salida y sin esperanza.

El dilema planteado por Orwell trasciende su propia obra. Apunta más bien a su personalidad, y a las respuestas que podamos darle a su actitud. Por un lado, está su libro, los horrores que allí describe, como una advertencia. Por el otro -y esto es, a nuestro juicio, fundamental-, está su personalidad, acorralada por el miedo y la desesperanza. Enfrentar esa situación angustiante puede ayudar, puede ayudarnos a reencontrar la responsabilidad por el destino de la humanidad, antes que abandonarnos -como lo hizo Orwell- a la ira y a la desesperación de un gigantesco "demonio-víctima" propiciatoria que es su "1984".

Para los argentinos de estos días, sin embargo, hay un lacerante mensaje adicional de Orwell. En su libro aparece la figura siniestra del "desaparecido", ese ser humano sin nombre que un día es secuestrado por la policía del régimen y del cual no se tendrán más noticias, como forma suprema del exterminio, del terror y del cinismo. En esto, hay que reconocer que Orwell ha sido un testigo espiritual para "una época de desprecio".

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