Clausura de la cumbre del Grupo de los 15:

Ahora el viento viene del Sur

Luis Bilbao

Rebelión

3 de marzo del 2004


Si lo acordado hoy en la cumbre del Grupo de los 15 (G-15) se lleva a la práctica, el mundo asistirá en el curso de este año a la consumación de un vuelco en las relaciones de fuerza. Esa es la causa por la cual el gobierno de Estados Unidos impulsó una acción suicida de la conducción de la oposición interna al presidente Hugo Chávez, con la esperanza de que una masiva movilización y un elevado número de muertos en el día de la inauguración de la reunión, hundieran el encuentro del G15, abortaran los planes de acción internacional en gestación y, de paso, debilitaran a Chávez siquiera en el terreno internacional.

Ocurrió lo inverso. Y ahora Washington tiene ante sí un nuevo fracaso, por partida doble. El acordado relanzamiento del G-15 (en realidad integrado ahora por 19 países) es una lápida al ensueño del así llamado "neoliberalismo". La escualidez ahora inocultable de la oposición venezolana (la movilización no convocó a más de ocho mil personas, pese a que la televisión privada y el conjunto de la prensa comercial agitaron el llamado con tonos vibrantes) y su empleo desembozado de la violencia le quita al golpismo agrupado bajo la denominación "Coordinadora Democrática" cualquier efectividad, sea para desestabilizar a Chávez, sea para presentarse ante la opinión pública internacional como factor de defensa de la democracia.

Con las resoluciones adoptadas hoy, los más desarrollados entre los países subdesarrollados y oprimidos por las metrópolis salen nuevamente al ruedo planetario. A condición de que se hagan realidad resoluciones tales como la creación de un Banco del Sur, una Universidad del Sur, un sistema multimediático del Sur y planes económicos tendientes a suturar la sangría de la deuda externa, promover el intercambio científico-tecnológico, buscar formas de intercambio complementario y de comercio Sur-Sur, el planeta ingresará en un nuevo período histórico. Después de un eclipse de tres lustros durante los cuales los tres grandes centros económicos internacionales -Estados Unidos, la Unión Europea y Japón- dominaron con la idea de que todo futuro imaginable comenzaba por aceptar la subordinación a sus conceptos y sus planes, aquello que antaño se denominaba Tercer Mundo reaparece con una nueva forma, nuevos componentes y, sobre todo, en un mapa político diferente al que le atribuía una tercera vía entre el imperialismo y el socialismo, por entonces identificado con la Unión Soviética.

Con el estrepitoso fracaso en la convocatoria a sus propias bases y el empleo directo de la violencia callejera, la oposición en Venezuela llegó al fondo del callejón sin salida en el que entró a fines de 2001, cuando puso en marcha su plan para derrocar a Chávez. Ahora le queda el terrorismo, la marginalidad, la inexorable decadencia, aunque sus fuentes de oxigenación, situadas no sólo en Washington, continuarán mostrándola como alternativa al gobierno de la Revolución Boliviariana.

Curiosa paradoja: el presidente estadounidense George W. Bush es la última tabla de salvación para la oposición venezolana. Pero los crujidos en los cimientos sobre los que se sostiene la Casa Blanca empujaron a Bush a contar con la oposición venezolana como tabla de salvación. La debilidad patética de esta última está a la vista incluso de quienes no quieren verlo. La del poderío encarnado en Bush, todavía no. Es claro, sin embargo, que en esta oportunidad se combinaron las flaquezas y no los puntos fuertes en los que pueden apoyarse los estrategas del Departamento de Estado y los dirigentes golpistas en Venezuela. El resultado se verá a partir de mañana mismo.

Desde luego toda idea triunfalista desconocería que un acorde se hace necesariamente con notas diferentes y que en el G-15 -y en cada uno de sus componentes- no suena aún con nitidez la llamada "dominante". Y que hay componentes definitivamente desafinados, como algunos de los que no asistieron pero sobre todo el presidente colombiano Álvaro Uribe, quien llegó tres horas después de instalada la reunión y se fue poco después, sólo para hacer una reivindicación del neoliberalismo, del ingreso al Plan Pueblo-Panamá y decir, probablemente traicionado por su subconsciente, que se sentía allí "como un astronauta". Aun así, el hecho obvio de que el presidente Hugo Chávez lograra a la vez mostrar la debilidad de quienes pretenden derrocarlo y la capacidad de relanzar al G-15 con un plan osado y una neta hegemonía dentro de un conjunto integrado -para nombrar sólo casos bien conocidos- por los gobiernos de México, Colombia y Chile, es indicativo de los nuevos vientos que soplan en el mundo.

Resta la prueba de fuego: el G-15 conformó un Triunvirato con los presidentes del país que entrega la presidencia (Venezuela), el que la recibe (Argelia) y el que la tomará el año próximo (Irán). Representados por sus cancilleres, deberán preparar a contrarreloj la realización de los planes aprobados. El Triunvirato se reunirá en Argel hacia agosto, para verificar lo hecho y dar el impulso necesario, de modo que en la cumbre del año próximo, el proyecto esté en marcha. Por lo pronto, India propuso dividir por países el tratamiento de grandes problemas, por ejemplo el SIDA en Africa y dispuso un fondo de 100 millones de dólares para ese cometido. Chávez aplaudió la idea y sumó 20 millones. India se encargó del tema medicamentos y Venezuela asumió Educación. Esta XII° cumbre del G-15 debía realizarse en 2002. El golpe de Estado de entonces lo impidió. El sabotaje petrolero posterior desaconsejó su realización en 2003. En sus palabras de clausura el presidente Chávez explicó esta demora y agradeció a los países que, en lugar de buscar otra sede, optaron por esperar que las condiciones cambiaran en Venezuela. A la vista de una cumbre con la presencia de nueve presidentes y del protagonismo decidido de un país como India, esa demora no fue pérdida de tiempo "No hay mejor momento que éste para relanzar el G-15" agregó Chávez, tras esbozar el cuadro de situación social en que se encuentra el mundo tras dos décadas de "neoliberalismo".

Luis Bilbao es director de América XXI

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