Los caminos de
la política en América Latina
Robinson Salazar Pérez*
Los pobres
de la tierra.org
30 de marzo del 2007
Resumen
Los procesos inacabados de las transiciones
políticas
en América Latina han dado por resultado una fragilidad
institucional en todo la estructura societal, la cual ha sido minada por
la actuación de los poderes de facto de las empresas transnacionales
y los organismos internacionales que toman decisiones sin
tener en cuenta las particularidades del cada país, provocando
una grave crisis política que desdibuja las
formas de representación y somete a un quiebre a los
partidos políticos y demás expresiones orgánicas
de la sociedad. Asimismo, se va produciendo un desbordamiento de
la política hacia las calles, donde asume
nuevas formas de expresión en las congregaciones asamblearia,
foros, cabildos populares y asociaciones plebiscitarias que ponen
en entredicho la democracia procedimental que prevalece en nuestros
regímenes.
Introducción
El saldo de las transiciones en América Latina no es un
resultado altamente provechoso para la consecución de
la democracia, dado que el aliento que trajo todo el proceso
transicional se fue opacando y diluyendo por las condiciones
que se fueron forjando en cada país y región, que
si bien es cierto produjo un discurso cargado de argumentos democratizadores
y escenarios de libertad, los actores no se movieron en
esa dirección, sino que tomaron otros caminos que fueron
torciendo el objetivo que se pregonó.
Si partimos de los tres
tipos de transiciones que se han convalidado entre los especialistas
de la Ciencia Política, tenemos
las fundacionales, las militares-cívico y de extensión
1 todas
ellas dibujaron mapas para cada región y país enmarcados
por la tipología enunciada; sin embargo, las condiciones
socio-políticas fueron dando apertura a otras variables
de tipo movimientista de diversos tipos, desde las más
exigentes por refundar las instituciones hasta las cotidianas
que demanda mayor ejercicio democrático y defensa de los
derechos humanos, todas ellas fueron alterando el curso
de las transiciones, caso específico en Argentina, Venezuela,
Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador y México;
a su vez, surgieron resistencias a los cambios anunciados en
el discurso transicional, los cuales fueron aflorando y
consolidándose hasta convertirse en obstáculos
que desviaron el recorrido de los procesos nuevos a institucionalizarse.
A lo anterior hay que agregarle el incipiente y débil
entramado institucional creado en la postransición, donde
estructuras, gobiernos y formas políticas tradicionales,
viciadas por la corrupción, la impunidad y la componenda
no han permitido funcionar los nuevos arreglos que se anunciaron
en el sistema electoral; las reformas en la impartición
de justicia y el sistema carcelario aun están pendientes,
la economía no impacta en los ingresos de los más
pobres y todo ello se debe a los enclaves institucionales y actorales
prevaleciente, que aferrados al ayer mantienen prebendas y disfrute
del modelo neoliberal , de ahí que los pilares del andamiaje
institucional de la etapa postransicional se encuentren
inviables para la política que hoy se practica. A este
complejo mar de ingredientes políticos, se añade
el rol que han venido desempeñando los organismos internacionales
y las empresas transnacionales, cuya forma ortodoxa de desempeño
no han coadyuvado favorablemente a consolidar la transición,
sino más bien a provocar desarreglos en la urdimbre institucional.
Producto de estas trabas y convivencia
de estructuras tradicionales, con todos sus vicios y entramado
de relaciones de influencias, con los nacientes pilares institucionales,
la comunicación
entre Estado y sociedad se bloqueó. Las relaciones Estado
y sociedad están obstruidas y distanciadas, la vida política
no transita por los canales tradicionales (partidos políticos,
sindicatos u otras formas de representación política);
la política se decide en las calles, cada
quien busca asumir la auto representación y ejercitar
la democracia plebiscitaria, muchas veces tumultuarias y sin
direccionalidad, lo que pone en entredicho la incipiente
democracia procedimental. El agotamiento y descrédito
de la clase política y sus partidos es materia de
discusión y desencanto social en la que se suma muchas
veces la acción directa, la violencia, el rechazo absoluto
de grandes segmentos de la ciudadanía que ha preferido
crear asambleas, radios comunitarias, cabildos radiales, juntas
de vecinos, ollas populares, vigilancia comunitaria, etc., como
una alternativa perentoria ante el vacío de las organizaciones que
están llamadas a gestionar la mediación entre Estado
y sociedad.
Existe un fuerte cuestionamiento a las relaciones del Estado
con la sociedad y viceversa, provocada por un desencuentro de
estas dos dimensiones de lo societal, cuyo desarreglo se debe,
en parte, a que el ente político no provee supuestos para
la subjetividad, tampoco predetermina comportamientos y no es
el centro que configura el todo. Esas deficiencias exigen, con
urgencia, un proyecto de reforma del Estado que tenga en
cuenta el nuevo mapa social de la realidad, el mar de identidades
y los reclamos de las ciudadanías emergentes, a fin de
reposicionarse ante ella.
Por su parte, la sociedad debe asumir con mayor responsabilidad
el proyecto democratizador y no esperar que renazca el estado sobre
protector ni el nuevo Leviatán que re-conduzca a la política que
oriente de nuevo las acciones colectivas; sino que
debe asumirse como sujeto, reinventar la nueva política
para que ésta resida en la sociedad y pueda ser ejercitada
con sentido y contenido emancipatorio.
Visto así, lo que está en juego es, en el fondo,
la recomposición de las relaciones entre Estado y sociedad,
transitando por la reforma del Estado y el reposicionamiento
de las comunidades, con el objetivo de que las formas clásicas
de acoplarse sean remplazadas ya que los mecanismos que se utilizan
para garantizar los aspectos relacionales no aseguran un
vínculo estable.
Es aquí donde se exhibe
el reto que pone en una encrucijada
el futuro de la política y los partidos políticos.
2 Si las organizaciones partidistas asumen el compromiso de ver
la función del representante político como el dotador
de un lenguaje y una capacidad de movilización a esos
sectores populares, la política no se desbordaría
a las calles, pero si creen que la función del representante
en una democracia tenga que ser pasiva, ciega, negociadora bajo
un reloj cronometrado que prolonga el tiempo lineal, seguiremos
observando lo que se ve a lo largo y ancho de América
Latina, el desbordamiento de la política hacia las calles.
1. el por qué la Política está en
la calle
Con el tiempo los espacios van adquiriendo
importancia y transformando su significado; en este sentido las
calles, como espacio
público, también han mutado y redimensionado su
significancia, donde la connotación de lo público
representa lo universal, lo colectivo, razón por
la cual es parte de la esfera pública y se
ocupa por el momento de funciones importantes para el todo social
ya que en ella residen hilos asociativos de encuentro,
reencuentro, de confrontación y participación
de la vida comunal.
También es en lo público donde
se realizan los intercambio discursivo de posiciones razonables
sobre los problemas de interés general, lo que permite
estructurar una opinión pública, en tanto que,
este espacio es un territorio simbólico que requiere de
un vocabulario y valores comunes, así como el reconocimiento
mutuo de las legitimidades; simboliza la realidad, las opiniones,
los intereses, la ideología o la expresión contradictoria
y dependerá de la racionalidad que cada quien le otorgue.
3
Es decir, la esfera pública es aquella que se adjudica
el papel de soporte en una relación o encuentro que conlleva
hacia la construcción de la identidad ciudadana;
facilita la expresión comunitaria y le confiere un uso,
de manera que propicia el surgimiento del sentido de apropiación
de pertenencia. Se sostiene, que es el lugar donde convergen
la cultura, la política, lo económico y el tejido
social, así como la organización, reorganización
y expansión de las comunidades de sentido.
La calle atraviesa la historia como ámbito privilegiado
de la vida colectiva, ocupado por múltiples acontecimientos
y por el desborde de las actividades del espacio privado en donde
los peatones transitan la calle en diferentes actitudes.
En la calle predominan los vínculos no programados, es
decir, los de la asociación espontánea, imprevistas
y contingentes, por ello, comprender la vida callejera
equivale a visualizar un abanico de actividades: la gente se
encuentra y se agrupa, las viviendas y los comercios asoman su
actividad, se alínean las filas del transporte colectivo,
los niños juegan, los vehículos estacionan, vociferan
los vendedores, las marchas de protestas y reclamos transcurren,
las esquinas se llenan de propaganda política, se discute
en las mesas de los cafés. Los sucesos se intercalan y
se suceden unos a otros.
La acera es parte de la calle y se ha convertido en el lugar
predominante para las actividades que facilitan el intercambio
cultural. En donde algunos locales extienden sus servicios y
dinamizan el espacio público ayudándolo a mantenerlo
visibilizado, para que el peatón pueda apropiarse de él
(4, ídem). Pero
cuando el espacio no es lo suficientemente generoso para albergar
esas posibilidades, aparece el conflicto.
Cuando la política desaloja al diálogo de
su reciento, no funciona. Lo mismo acontece con el Estado si
cierra las puertas para la conciliación y la comunicación
con los diversos actores del mapa social, los distintos grupos
de intereses lo descartan y deshabilitan como opción para
la negociación, achatando el recurso dialógico
en el quehacer político.
Si el diálogo es desechado como un valor para construir
comunidad y consensos proclives a los acuerdos, aflora el lenguaje
de la diatriba y la descalificación; asimismo, las
instancias por donde debe transitar la política se
opacan y crea un impasse que da pie para que se
abra un espacio emergente que le de cabida a las acciones
confrontativas: las calles.
En otro orden de ideas, el Estado y los gobiernos en su
condición actual de inamovilidad y cumpliendo meramente
su función administrativa distanciada de la gobernabilidad, no
procesan las demandas ciudadanas, antes por el contrario, las
desdeñan, hacen caso omiso de ellas y hasta las criminalizan
o las envían al poder judicial, en donde se dilatan porque
este poder se está saturando con tanta controversia
y decisiones de cientos de problemas que son de naturaleza política
y los tienen que doblegar a la naturaleza jurídica.
Muchas veces la decisión apegada a derecho desnaturaliza
la demanda y otras veces llega a mutilar las aspiraciones y reclamos
de algunos de los actores reclamantes y desata una ola de ingobernabilidad;
a su vez, hay que reconocer que el poder judicial no posee los
instrumentos jurídicos, la sapiencia ni la pericia para
desembarazarse de toda la descarga que los dos poderes, Ejecutivo
y Legislativo le arrojan.
Otra manifestación del
por qué la política
está en las calles, es la poca elasticidad del Estado
para procesar demandas, su actitud refractaria ante el
objeto reclamado incentiva la radicalización de
las peticiones y éstas se nutren en el espacio
vacío de las calles, donde el referente es nulo y la anarquía
toma cuerpo en las movilizaciones. Es decir, se llega a
un tipo de guerra de posición en donde los reclamos, por
ser tan radicalizados, no pueden tener ningún tipo de
satisfacción; las instituciones se declaran insolventes
y se asiste a un escenario caótico, donde los saldos de
los reclamos anteriores se suman a las demandas actuales. Ante
este peligro, la verdadera política tiene que modificar
la forma del Estado a través de la incorporación
y satisfacción real de las demandas democráticas
5,
de lo contrario el caos será la mejor expresión
de estatus de la política.
Este apretado espectro describe la complejidad y el enmarañamiento
que existe entre el Estado y la sociedad, cuyo resultado no es
favorable para construir democracia; antes por el contrario,
se está convirtiendo en un abrevadero de comportamientos
políticos que no son distintos a los tradicionales liderazgos
compulsivos, autoritarios, clientelares y corporativistas, sólo
que esta vez bajo un ropaje híbrido, algunos con un
discurso nacionalista reivindicativo, pero otros con un
accionar dudoso que se deriva del destino que han tomado los
movimientos populares bajo estos personajes de la política
contemporánea latinoamericana.
La política, las calles y la multiplicidad de actores
Las calles, como concepto urbanístico, tienen un agregado
valórico en estos años, y se convierten en el espacio
público que se carga de sentido en la medida que
los distintos y diversos actores políticos sitúan
en ellas sus demandas para convocar, agregar y desarrollar nuevas
acciones colectivas. En ese agregado no sólo concurren
los actores vinculados directamente con la demanda, sino otros
que ven el vínculo, la oportunidad y la necesidad de abrazar
una acción que vaya marcando un arco convergente, de ahí que
autoconvocados sean gran parte de los actores que ocupan los
espacios públicos.
Autoconvocados son parte de una red emergente de asociatividad
que en las calles se van agregando con su participación
e interlocución, ingredientes que le dan forma al espacio
público y lo convierten en espacio público estratégico.
Se agregan cuando observan y se dan cuenta que la denuncia,
el atropello, la negación de un derecho y/o violación
de alguna garantía constitucional también le afecta,
por lo que decide agregarse al contingente o a la voz plural
reclamante.
La asignatura pendiente que tienen los partidos políticos
para encaminar la política hacia los espacios públicos
y desde ahí atender y debatir, conjuntamente con
la sociedad, sobre los asuntos generales que le compete resolver,
la están revalidando los actores populares, quienes se
han encargado de realizar este trabajo pero bajo un paraguas
distinto, lo que esta provocando una expansión horizontal
de las demandas en donde la protesta se distribuye hacia muchos
sectores nuevos de la sociedad.
La resonancia de las demandas y exigencias ciudadanas, en algunos
casos, no tienen eco para ser articuladas en el sistema político
por la verticalidad existente y el teflón que cubre al
estado para blindarlo de insensibilidad. En otros campos de acción
colectiva la situación es distinta, existe un intento
para que la protesta social sea recibida en el ámbito
de las instituciones del Estado, de modo que éstas pasen
a ser atendidas de manera inmediata y alejarlas de la sensibilidad
hacia la movilización, no obstante este curso normal
es obstruido por la insolvencia del Estado y las pocas respuestas
efectivas para satisfacer las demandas, cerrando toda posibilidad
de arreglo y negociación y abriendo las calles para la
movilización.
Entonces, los actores desatendidos se van a las calles y las
disputan a otros actores y agentes económicos bajo la
lógica de situar en ellas sus demandas. Situar la demanda
en la calle no es una acción de denuncia o de simple revelación
de que existen y demandan derechos, sino una acción comunicativa,
que implica signos, simbología, interlocución y
acción, donde lo que se quiere denunciar se expresa en
diversas formas; abre muchas ventanas de interlocución,
llama la atención del “otro”, agrega actores,
incrementa el diálogo abierto de manera horizontal, construye
discurso, problematiza y le da cuerpo a los movimientos.
Con estos elementos, la calle se carga, poco a poco, de significaciones
que depositan los distintos actores que dan vida al movimiento
popular. Lo importante de este espacio público estratégico
es que no es estático, sino que puede situarse en una
calle emblemática como en una plaza o punto de encuentro,
caso Plaza de mayo en Buenos Aires, el Zócalo en México; también
puede trasladarse a otra ciudad o sitio, porque es el sentido lo
que le da el carácter de autoportable, como lo lleva a
cabo el Ejercito Zapatista y la Asamblea Popular de los Pueblos
de Oaxaca y aun los Foros regionales; de ahí que “la
calle” no sea una que tiene nombre, aunque en algunos países
sí es así, pero la gran mayoría de las protestas
y movilizaciones se dan en “las calles” y el sentido
y conjunto de significaciones se la otorga el movimiento.
Visto así, la calle es un espacio en disputa, la pretenden
los agentes económicos para extender el mercado hasta
los espacios transitables, la utilizan los vehículos y
los transeúntes para trasladarse de un lugar a otro, la
saturan los medios publicitarios para vender a través
de la imagen, es codiciada por el narcomenudeo, los buhoneros
y la ocupan los movimientos populares para situar sus demandas
y derechos, sin que deje de aparecer el factor represor de las
fuerzas del estado para controlar y someter a los demandantes.
Bajo este cuadro, la calle es un espacio de disputa y quien logra
dotarla de sentido y significado la puede utilizar como un espacio
público estratégico para su accionar.
La calle ocupada por los movimientos populares es un dínamo
que distribuye productos para la sociedad. Desde la revelación
del sujeto sin derecho que se asoma y reclama hasta la rebeldía
que esgrime cuando no son atendidas sus demandas. En una fuente
de creación de referentes simbólicos que vincula
el movimiento y la demanda con el trabajo, la cultura, la vida
cotidiana, el saber y el modelo económico predominante,
convirtiéndose en la síntesis que permite, desde
un plano observacional, vincular una demanda con otros factores
de opresión, exclusión y represión.
Entonces la calle no sólo es espacio público para
situar la demanda, sino el espacio estratégico que sirve
de instancia pedagógica para el aprendizaje de lo que
acontece, para descubrir la lógica de los procesos y,
ante todo, el lugar donde se re-crea la sociedad con las redes
asociativas de interlocución.
Diálogo, consenso, disenso, discurso y representaciones
simbólicas son los nutrientes que la calle está re-creado
cuando es ocupada por sujetos que se revelan [como tales]; estos
dispositivos que dan cuerpo al sujeto no son para tener una identidad,
sino para proponer una acción que otros sujetos no revelados
puedan desarrollar, de ahí que la calle sea eso, un espacio
de aprendizaje y apropiación de identidad como actor político.
Ahora bien, la política en la calle puede ser peligrosa
si compite con las instancias institucionales, llámense
partidos políticos, sindicatos, parlamentos u ONG; ahí sí podemos
preocuparnos por el riesgo que corre la democracia; pero si hay
una inhabilitación de la estructura institucional, los
partidos políticos aún no se deciden refundarse
o reestructurarse, ni mucho menos tienen claro cómo representar
a las ciudadanías emergentes con sus demandas, no queda
otro recurso que la auto representación, no como un tipo
ideal, sino como una acción contingente que debe asumirse
mientras se dan los procesos de cambios y situacionales de los
encargados de representar a la sociedad.
La auto representación no es un valor democrático,
antes por el contrario, tiende a atomizar a la sociedad, volcando
sobre ella una infinitud de comunidades de sentido. Lo preferible
es que existan formas orgánicas que den cabida a la multidiversidad
de actores y demandas, mientras ello se da, la sociedad debe
ir resolviendo sus problemas y afrontando las adversidades, y
lo está haciendo bajo los recursos que tiene a mano: la
calle.
Hasta ahora, la política en la calle ha funcionado en
parte, como lo hemos comentado, para revelar sujetos sin derechos,
ligar demandas, vincular actores, construir arcos convergentes,
alianzas de demandas, acciones colectivas contra malos gobernantes,
fraudes electorales, robos contra la nación y algunos
brotes de desobediencia civil al surgir una ley o decreto que
atenta contra sus limitadas libertades. No está exenta
de bloqueos, distorsiones y apropiaciones que de esa política
hacen agentes políticos y militares para capitalizar la
fuerza popular y conducirla hacia destinos inapropiados o fútiles
para los demandantes.
Sin embargo, no todo está depositado en una bolsa sin
fondo, hay logros, avances y reivindicaciones alcanzadas, una
de ellas es que la política no ha cambiado de rumbo, sino
de lugar, si bien no reposa en los partidos políticos,
está en la calle agenciada por los actores populares;
sigue siendo de naturaleza dialógica, las prácticas
que se realizan en los espacios públicos estratégicos
han derivado en expresiones asamblearias, cocinas populares,
radios comunitarias y creaciones culturales que dan cuerpo, voz
y discurso, pero ante todo, una amalgama de significados que
se sitúan en el espacio público y lo hacen verdaderamente
público, sacándolo del anonimato y colocándolo
justo en medio de la opinión general; las experiencias
de los Piqueteros en Argentina, Los Sin Tierra en Brasil, las
organizaciones populares en Colombia y Perú, son expresiones
empíricas de estas aseveraciones.
La opinión general o pública hace parlante a la
calle, las asambleas, los foros, las expresiones simbólicas
culturales y política, enlaza saberes y preocupaciones
y potencia la movilización. La opinión pública
que sale de los espacios públicos estratégicos
es el vínculo necesario que pone el acento entre la vida
cotidiana y la política, posibilitando que la política
visite la casa, esté en la sala, se pasee por el comedor
y comunique con el vecino, es ahí donde está el
valor de la política en la calle.
Indudablemente, esta tarea no es desarrollada por un sujeto histórico,
sino por una diversidad de actores que han decidido dar inicio
a la construcción de una “ciudadanía emancipada”,
la cual concebimos como el actor que se asume con derechos y
capacidad para re-situarse en el espacio público, revelándose
como sujeto desciudadanizado y exigiendo una ciudadanía
con derechos, donde los derechos lo coloquen en posibilidad de
ejercitar sus responsabilidades. Esta ciudadanía que busca
construir, la erige con un distanciamiento del Estado y de los
partidos políticos, dado que las veces que ha dejado en
manos de estos dos pilares institucionales sus derechos, no ha
crecido, antes por el contrario, su condición humana y
política se han deteriorado.
Emancipada porque no está ligada a los dos referentes
que le dieron vida política en décadas anteriores.
Con respecto al Estado, en caso de seguir apegada a él,
sería reproducir el Leviatán; con los partidos,
no cabe la posibilidad porque están atrapados en la disyuntiva
de cómo dotar de ciudadanía universal y específica
a la vez, a la multidiversidad de actores, entre ellos indígenas,
homosexuales, discapacitados, mujeres, jóvenes, minorías étnicas,
jubilados, campesinos.
Ante esta complejidad, se asoma un nuevo tipo de ciudadanía
emancipada, fuera de los tutelajes y con un perfil distinto.
Aun no está consolidada la ciudadanía emancipada,
hay expresiones valiosas e importantes, una de ellas es la manera
como van construyendo sus espacios autónomos estratégicos
en su accionar movilizado, donde las asambleas, los talleres,
foros y otras formas de asociatividad le dan un sello particular.
Expliquemos algunos rasgos.
Los Espacios autónomos estratégicos (EAE): Asambleas,
foros, cocinas y radios comunitarias
Los espacios autónomos estratégicos se caracterizan
por ser un ámbito ampliado de la lucha popular en donde
se re-crean formas de cooperación, participación
plural y diversas actividades de los actores que lo protagonizan.
En él afloran y se ponen en práctica las experiencias
organizativas que los distintos actores sacan de su “caja
de herramientas” estructurada en los años de vida
política; instrumentan algunas innovaciones y otras las
aplazan para un mejor momento, todo mediante el diálogo
que coloca a la política como eje articulador y orientador
de las nuevas dinámicas comportamentales y la habilita
como mecanismo constructor de consensos, acuerdos y respeto al
disenso.
En el espacio autónomo estratégico se nota la experiencia
y la capacidad organizativa que tiene el movimiento; asimismo
convoca a la multiplicidad compleja de subjetividades, en el
sentido político / cultural que le dan cuerpo y sentido
a la lucha, sin dejar de lado los roces y desencuentros internos
motivados por la naturaleza heterogénea de las organizaciones
populares de hoy día; sin embargo, las singulares experiencias
políticas, los trayectos que recorren los distintos razonamiento
y cómo se procesa el conflicto entorno a ejes de la demanda,
la permanencia de la organización y las alianzas estratégicas
son ricas en debates y creaciones políticas.
En este sentido, es de formidable interés que reviste
la construcción de estos espacios autónomos estratégicos,
ya que de ellos se derivan un ramillete de acciones que pasan
de los diálogos informales hasta los intercambios de experiencias
y saberes a través de conferencias que tienen un formato
distinto a las acostumbradas, puesto que se imparten en una presentación
de relatos que parten de preguntas generales y específicas
y ligadas al momento político que viven.
Este formato de conferencia es un intercambio
de saberes que se ha erigido sobre experiencias concretas y adquiere
una modalidad de relato político que siembra cultura política
en el espacio autónomo estratégico.
En esa línea de acción y reproducción del
espacio autónomo estratégico, se llevan a cabo,
en los más consolidados, plenarios de las discusiones,
talleres orientados a la discusión política sobre
algunos ejes temáticos predeterminados, pretendiendo con
ello sembrar y cultivar los nuevos valores de la cultura política
y abrir el horizonte de la lucha.
Un espacio digno de ser analizado con detalle son las asambleas,
cuyo funcionamiento es el principio de la construcción
del EAE, en la medida que toma forma asamblearia el intercambio
político, con la particularidad de que se desarrolla bajo
un piso horizontal, sin mediación de líder alguno,
con moderación informal que va ajustándose a un
abanico de varios temas pero perfilándose, en cuanto progresa
el intercambio de opiniones, en asuntos torales que van depurando
el debate y centrando la construcción discursiva en lo
que atañe a las tareas a cumplir en lo inmediato.
La dinámica asamblearia guarda varias aristas, desde la
formadora de cultura política hasta la disciplina en la
conducción de los temas debatidos; desde el respeto al
otro hasta la tolerancia como virtud cívica; de su apertura
educativa hasta la de congregar actores que construyen consenso.
En fin, es un laboratorio que no queda en lo debatido en la reunión,
sino que de esa experiencia de relación intersubjetiva
pueden salir tareas, acciones y nuevas metas.
Un aspecto importante de estos espacios autónomos estratégicos
es su valor simbólico-expresivo que abre las compuertas
con doble vía, por un lado, dar a conocer lo que son y
lo que representan en la lucha que encarnan; por otro, abren
una avenida para que otros sujetos en la misma situación,
intercambien, se sumen en arcos convergentes, se solidaricen
y hagan causa común, lo cual indica que hay en ellos la
vocación de construir domos convergentes para ampliar
la lucha y llevarla a los linderos de la lucha de clases, que
es un ámbito mas complejo y hasta ahora no muy discutido.
Otro lado de lo simbólico es la producción de mensajes,
imágenes, signos y símbolos que dan una identidad
a la lucha, no vinculada a los ejes mediáticos, ni similar
a la campaña de los partidos políticos. Existe
una creación colectiva depurada, simple, cargada de contenido
y pedagógica de la lucha, la demanda y los sujetos que
están tras de esa acción. Tiene significados múltiples,
para mostrar la lucha, para ilustrar la movilización,
para cargar de contenido la acción y, además, vinculante
con otras demandas de actores cercanos.
Quizá no todos los movimientos populares tengan
la misma forma y dimensiones de sus logros, algunos persisten
y han dado frutos, tales como desplegar y ejercitar sus herramientas
políticas, otros no han arribado a esa meta y se han quedado
en el camino, quizás por haberse incorporado a la institucionalización
del sistema como los sectores, no poco significativos, de piqueteros
en Argentina como los denominados la Federación Tierra
y Vivienda, el MTD Evita de Emilio Pérsico. Estas organizaciones,
con su postura política proveyeron al presidente Kirchner
de capital político, cosa que al asumir el aparato del
Partido Justicialista no tenía; de igual manera se incorporó a
las huestes oficiales el Movimiento Sin Techo de Paraguay y otros
más que abandonan la lucha a cambio de canonjías.
No obstante, quedan otras organizaciones que pueden ser analizadas
bajo el paraguas de los campos de la acción colectiva
atravesadas por la política y el conflicto en toda América
Latina, y encontramos muchos casos que ilustran lo que reseñamos.
Algunos movimientos Piqueteros en Argentina, espacios asamblearios
de los cocaleros en Bolivia, gestión y desarrollo del
Movimiento Sin Tierra de Paraguay, MST de Brasil y Bolivia, movimientos
de vecinos y radios comunitarias en Perú y Venezuela,
son avances significativos, incluso los espacios que se están
restituyendo en Venezuela en los barrios son de alto contenido
político que va más allá de las aspiraciones
y de la elasticidad de los partidos políticos y del mismo
gobierno.
La experiencia venezolana está invitando a la reflexión,
muchos proyectos minúsculos se siembran con una vocación
transformadora cuyo único límite es la burocracia
gubernamental y los recursos; pero el capital político,
la capacidad organizativa, las formas de deliberación,
cómo colocan la demanda en el espacio público,
cómo resuelven los disensos y remontan los obstáculos
son aprendizajes propios de una ciudadanía emancipada
de la tutela de los partidos políticos y del Estado, sin
embargo, su tránsito por el sendero de la ciudadanía
emancipatoria es largo y poco recorrido.
Emancipada por estar distante de los referentes tradicionales,
de las prácticas políticas amañadas, corporativas,
ligadas al fraude y la componenda. Emancipatoria cuando pase
de espacios autónomos estratégicos de aprendizaje –EAEA– a
tocar asuntos que tienen que ver con el poder, las clases sociales,
las formas de producir distinto para alcanzar la equidad, la
justicia social y el mundo alternativo.
Las iniciativas de emancipación devienen de los sectores
populares y no de la izquierda tradicional, ese aspecto hay que
valorarlo, sin embargo, ello tiene una explicación que
vincula las transformaciones en las estructuras sociales con
las de poder, las cuales han afectado, incluso, a la clase nacional
dominante, donde el poder de facto ha construido nuevas formas
de dominio y explotación desplazando a la burguesía
desarrollista y sus sectores nacionalistas. También, se
han desarticulado las relaciones socio-laborales, industriales
y de negociación colectiva, al movimiento obrero se le
ha pulverizado en la medida que sus organizaciones no guardan
la misma vitalidad de los años anteriores, cancelando
así una de las vertientes que alimentaban a los partidos
de la izquierda tradicional.
Los movimientos sociales, que han abierto y activado sus cajas
de herramientas movilizadoras e ideológicas, asumen un
mayor rol frente a los partidos de la izquierda preocupados por
mantener viva su militancia. Quieren y buscan hacer de la política
un ejercicio cotidiano, una actividad propia de las masas que
desean participar legal y legítimamente; pretenden que
la política sea una práctica que vaya más
allá de las contiendas electorales, que sea un accionar
que esté presente en el entorno inmediato, útil
para todos los diálogos y conflictos; posibilitadora de
espacios de reflexión y potenciadora para ejercitar la
democracia.
Lo importante en todo este debate que se abre en América
Latina es no apresurar los pasos de los procesos políticos,
ni tratar de nutrir las acciones colectivas con ingredientes
de nuestra imaginación, porque no sería grato minimizar
los logros en la inversión social, orgánica e ideológica
que se viene haciendo desde los sectores populares. Intentar
avizorar una toma del poder con gestión obrera en Bolivia,
un asalto al Estado en Argentina, un ejército popular
armado en Venezuela o una declaratoria de socialismo en América
Latina es producto pletórico del deseo libertario, pero
no es congruente con la realidad.
Lo que sí podría ayudar es alentar el debate en
el interior de las organizaciones y en los foros alternativos
sobre la necesidad de no perder de vista el poder, pieza
de la política con un gran valor significativo que reclama
el nuevo ejercicio político, sin él, las batallas
son muchas pero sin visualizar al verdadero enemigo.
El enemigo y el poder está implícito
en el ejercicio para confrontar a los poderes de facto
de las empresas transnacionales y de los medios de comunicación;
también en hacer alianzas estratégicas con el Estado
para disminuir el peso de las empresas que lucran con los recursos
estratégicos de los países de América latina
y contrarrestar el modelo neoliberal es una estrategia de corto
y mediano plazo en algunos países.
Antes de que se desarrolle la lucha por
el poder emancipatorio, de construir los vínculos
de los movimientos populares con las clases sociales y las
nuevas estrategias de lucha, debemos identificar dónde
se están localizados los laboratorios
de acciones colectivas que construyen los nuevos espacios autónomos
estratégicos a fin de detectar sus efectos multiplicadores
en caso de coyunturas nacionales o regionales y desde ahí nutrir
las luchas por el poder.
El inventario nos dirá cuánto hemos avanzado, qué nos
falta recorrer y el quehacer; antes de un inventario, intentar
un quehacer es inútil, porque no se sabe con qué se
cuenta y la acción puede ser trunca.
Lo alcanzado hasta ahora es loable, el haber construido las bases
de una ciudadanía emancipada, sin los nutrientes
tradicionales de partidos políticos y del Estado es muy
significativo; sin embargo, como proyecto inédito, lo
que falta por recorrer es complejo, dado que el sendero
de América Latina marca una búsqueda de la
emancipación desde abajo y son singulares las características
que le distinguen y totalmente distintas a los cánones
del socialismo real que se derrumbó a finales del Siglo
pasado.
En conclusión, hay apertura para nuevos sucesos y proyectos
inéditos, hasta ahora nada está escrito, pero las
calles, los movimientos populares, los actores emergentes, la
construcción de nuevas subjetividades nos mandan la señal
de que hay que re-pensar la realidad y por ende muchas teorías
de las ciencias sociales. El desafío es mayúsculo
y no podemos obviarlo.
4. Bibliografía y notas
Cerletti Jorge L. 2003, Políticas emancipatorias, critica
al Estado, las vanguardias y la representación. Biblos,
Argentina.
Chávez Ramírez, Alejandra, 2007, Globalización,
Espacio y Ciudad: El reordenamiento espacial en Colima, Tesis
de doctorado, CIDHEM, México.
Garretón, Manuel A.: “La transformación de
la acción colectiva en América Latina”, revista CEPAL,
nº 76, Chile, abril 2002, pp. 7-24.
Garretón, M. A.: “La política toma hoy caminos
por fuera de los partidos”, entrevista, en El Clarín, Argentina, 7-11-2004.
González, Ines, comp., 2003, Respuestas de la sociedad
civil a la emergencia social, CEDES, Argentina.
Laclau, E.: “La izquierda ya no está aislada”,
entrevista con Ernesto Laclau, Página/12, Argentina,
25-04-2005.
Lewkowicz Ignacio, 2004 Pensar sin Estado, la subjetividad en
la era de la fluidez, Paidós, Argentina.
Macón, Cecilia, 2006, Pensar la democracia, imaginar la
transición (1976-2006), Ladosur, Argentina.
Petras James y Veltmeyer Henry, 2005, Movimientos sociales y
poder estatal, Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador, Lumen México,
Argentina.
Roitman Rosenmann, Marcos: “La izquierda y el poder político
en América Latina (1970-2004)”, 6-6-2005, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=16114
Insumiso2000@yahoo.com.mx
* Sociólogo, doctorado en Ciencias Políticas
y Sociales, autor de Lectura crítica del Plan Puebla
Panamá, Democracias en riesgo en Latinoamérica,
Comportamiento de la sociedad civil latinoamericana, Nuevas
practicas políticas en Argentina, entre otros;
autor de 40 artículos dictaminados y Director de la
Red de Investigadores Latinoamericanos por la democracia y
la Paz: www.insumisos.com
Volver
arriba