Alvaro Montero MejíaRespuesta a Oscar Arias S.

El futuro lo construimos hoy

Álvaro Montero Mejía

28 octubre de 2003

Texto de Oscar Arias, publicado en la Nación, 26 de octubre del 2003

Los pueblos necesitan urgentemente proyectos y objetivos nacionales que acompañen su búsqueda legítima de democracia social, bienestar y progreso material. A veces los pueblos se equivocan y eligen hasta delincuentes, embaucadores o charlatanes como Alemán, Menen, Bucarán o Fullimori. Todos ellos aplicaron las recetas fondomonetaristas y fracasaron. Sus gobiernos todo lo vendieron o lo malversaron y hoy esos pueblos tienen que comenzar de cero.

No solo los pueblos sino también las oligarquías necesitan profetas y más aun cuando atraviesan períodos históricos de honda descomposición e incapacidad. Así reaparece en el escenario político el Expresidente y Premio Nobel, Dr. Oscar Arias.

El ha venido a ponerle punto final a los viejos postulados del pensamiento social costarricense, a la social democracia, al social cristianismo y al socialismo democrático, quienes sus principios en notables obras sociales e institucionales. Don Oscar, actual superhéroe de la nueva oligarquía, ha expuesto sus ideas sobre la privatización de varias instituciones, privatización que él denomina "apertura". El presenta sus concepciones como innovadoras y modernas y pretende que las aceptemos como tales.

Más que un pensamiento elaborado, su artículo es una secuencia de lugares comunes, de pura palabrería sobre "revolución informática", "atracción de inversiones", "competencia", o "empleos dignos para la juventud". Frases sueltas o verdades de Perogrullo que se convierten en paja seca si no se acompañan de razonamientos de fondo que les den sustento; pura retórica sin contenido y un intento por embellecer el neoliberalismo, que equivale a perfumar un perro muerto.

Con la desintegración del llamado socialismo real en la Europa del Este y el inicio del dominio preeminente del capitalismo desarrollado, sostenido en la unipolaridad y el comercio mundial controlado por el mundo rico, la globalización les impone su rigor y sus reglas del juego a todos los pueblos del mundo. Es urgente comprender que estamos ante un nuevo estadio del capitalismo desarrollado, ante un capitalismo de manos libres, sin ningún contrapeso y absolutamente determinado a reducir a polvo cualquier asomo de dignidad, soberanía e independencia de los países periféricos. El Papa lo ha llamado "capitalismo salvaje", porque el mundo se ha convertido en una jungla, donde rige la ley del más fuerte: Zoellick a la vista; guerras al canto. Una cosa es entender y reconocer, como aconseja Oscar Arias, "los cambios de la historia" y otra muy distinta es someterse a ellos y aceptar la sumisión como norma de vida.

Muchos hombres y mujeres de Costa Rica, lejos de "conspirar para impedir un debate nacional sobre nuestras instituciones" como dice Arias, aspiramos ardientemente a él, a fin de sacar en claro qué nos impone el futuro, si acabar con ellas, como propone Don Oscar o transformarlas de tal manera que se tornen cada vez más eficientes y vigorosas. Este debate tiene, naturalmente un sesgo ideológico y hoy más que nunca. Solo algunos tontos, u otros demasiado vivos, podrían insistir en ese cuento de "el fin de las ideologías". Porque son las ideas las que acompañan las visiones antagónicas del mundo: la de Arias, que imagina una globalización esencialmente positiva, que nos impone retos productivos y nos otorga oportunidades crecientes, y la de aquellos que pensamos que globalización equivale a poder imperial y que ciencia, desarrollo y progreso deben estar estrechamente unidos a solidaridad, dignidad, soberanía e independencia.

La discusión esencial no gira en torno al viejo tema del desarrollo y ni siquiera en torno a las telecomunicaciones, el ICE o la Seguridad Social. La visión que escapa a la comprensión de Don Oscar Arias y sus poderosos aliados, es que la discusión de fondo es sobre quiénes son y serán en el futuro los dueños de este país, o si aceptaremos que pase a manos ajenas. Y ese futuro sólo lo asegura el presente, es decir, hacer una política con un sentido nacional y patriótico, que sin apartarnos del mundo, garantice que también el futuro será nuestro.

 

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