La miseria de Oscar Arias
Alvaro Montero Mejía
Los pobres de la tierra.org
Enero
del 2007
El pueblo de Costa Rica esta enfrentado
uno de los momentos más decisivos de su historia.
Nos debatimos ante la alternativa de dejarnos
atrapar por el proceso imperial de anexión y sumisión
o asumimos, por nuestra propia cuenta, las decisiones fundamentales
del Estado Nacional.
Óscar Arias representa, en este preciso momento, la punta
de lanza de las fuerzas anexionistas. Él encabeza a los
grupos económicos nacionales y extranjeros, que exigen
la aprobación del Tratado de Libre Comercio con los Estados
Unidos.
A pesar de enarbolar un premio Nobel de
La Paz, Arias está a
punto de sumir al pueblo de Costa Rica en una confrontación
cuyas consecuencias y desenlace nadie está en condiciones
de prever. Lo cierto es que la polarización social avanza
y el país se encuentra dramáticamente dividido
entre la pequeña minoría plutocrática que
lidera el propio Oscar Arias, y las grandes mayorías nacionales
que incluyen a los trabajadores manuales e intelectuales, a los
empresarios patriotas, a los agricultores y a las juventudes
de Costa Rica.
Este es el contexto, el escenario en que
el actual Presidente, cuya legitimidad resulta más que dudosa, la emprende contra
el Presidente de Cuba Fidel Castro y contra el proceso revolucionario
de esa nación hermana. Los ataques ni siquiera se ubican
en el terreno ideológico, asunto difícil para un
hombre que tiene tan pocas ideas. Arias solo se sumerge en el
viejo y maloliente albañal de la Guerra Fría.
Lo interesante aquí es preguntarse ¿por qué lo
hace; qué han hecho Cuba y Fidel para suscitar en Óscar
Arias tanto escozor y tanta virulencia? ¿cuáles
son las razones de fondo que lo impulsan de manera tan reiterada
y torpe a emprenderla contra un hombre y un proceso que se han
ganado el respeto de pueblos enteros y de los hombres y mujeres
más eminentes de la tierra?
Por supuesto que nadie puede creerle a
Oscar Arias cuando habla de paz y democracia. ¿No viene acaso llegando de Washington
donde departió sin ruborizarse con un déspota tan
estúpido y cruel como Nerón? ¿Qué le
dijo a Bush? ¿Qué reclamo le hizo por los 3000
jóvenes estadounidenses enviados por él a la muerte
en virtud de una mentira; por las decenas de miles de iraquíes
inocentes asesinados con sus bombas inteligentes; por la destrucción
inmisericorde de Faluya; por los maltratados, vejados y torturados
de Abu Graiv o de Guantánamo; por las cárceles
secretas alrededor del mundo o por sus astronómicos gastos
en armas y otros medios de destrucción masiva? ¿Qué reclamo
le hizo el premio Nobel de La Paz a ese campeón mundial
del dolor y la muerte?. No le dijo nada. No le reclamó nada.
Sólo fue a pedir. Convirtió su premio Nobel en
un azafate para que Bush depositará en él algunas
migajas.
Pero vuelvo preguntar ¿Fue sólo por congraciarse
con Bush y obtener algún modesto premio por lo que se
lanzó contra Fidel y contra Cuba? ¿No habrá otra
razones de fondo por las que Arias se sienta obligado a pagar
el altísimo precio de un servilismo ostensible? ¿Qué piensa
obtener a cambio del desprestigio mundial que le acarrearan esos
ataques? porque Arias tiene, naturalmente, todo el derecho de
discrepar de Cuba, de Fidel y el socialismo cubano. Pero las
cosas que Arias dijo, sólo se atreven a expresarlas un
reducido y desacreditado núcleo de extremistas de derecha,
de terroristas confesos y filo fascistas, atrincherados principalmente
en Miami.
Oscar Arias continúa profundamente aislado de la parte
más noble y sana del pueblo costarricense: de los jóvenes,
quienes incluso lo expulsaron de la Universidad; de los intelectuales
honestos con quienes no debate ni discute; de los pequeños
y medianos agricultores, a quienes el TLC amenaza con hundir
en la ruina; de los maestros, de más del 75% de electores
que no votó por él, de la inmensa mayoría
de sacerdotes y creyentes, cristianos auténticos, quienes
no comulgan con las ruedas de molino del neoliberalismo rampante.
Y ahora, con la bajeza de sus declaraciones se separa radicalmente,
de esa Nuestra América, la de Simón Bolívar,
San Martín, O Higgins, Eloy Alfaro, Juanito Mora o José Martí,
la América Latina progresista, la de los millones y millones
que han decidido romper con el servilismo, con la cobardía,
con la mentira, con la injusticia y a cuyos dirigentes honestos
y valientes, ofende Oscar Arias de manera absolutamente gratuita.
Arias, a quien parecen preocuparle tanto
los entierros, puede estar absolutamente seguro que vendrán a cargar su féretro
la gavilla de bandidos, delincuentes y mercenarios que viven
del negocio, bien pagado, de la contrarrevolución. Y del
mismo modo como no encontraron una virgen en la corte de Francia
para coronar a Napoleón, tampoco aparecerá en
el mundo, un hombre justo que le haga una oración fúnebre.