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Antropología y zapatismo

Gilberto López y Rivas

La Jornada

14 de enero de 2005


A 11 años del inicio de la rebelión de los mayas zapatistas es posible reflexionar en torno al impacto que este movimiento ha tenido en la antropología mexicana dedicada a la cuestión étnica.

La antropología, como toda ciencia social, no es inmune a convertirse en instrumento de dominación al servicio del Estado, siguiendo la lógica del poder; o, desde la perspectiva opuesta, utilizar sus marcos interpretativos a partir de la lógica de la resistencia como elementos liberadores de las clases subalternas. Durante décadas numerosos antropólogos en América Latina reforzaron los mecanismos indigenistas constitutivos de una política de Estado para enfrentar la diversidad étnico-lingüístico-cultural de nuestras naciones; esto es, la otredad.

El indigenismo, ya sea en sus vertientes integracionistas que pretendían asimilar a las distintas etnias a la nacionalidad dominante; o en sus variedades más sofisticadas de "participación", o "transferencia de funciones y recursos" a los pueblos indígenas desde los aparatos de Estado; o en su reconversión nativista con indígenas "por profesión", como directores de burocracias indigenistas o comisiones presidenciales, siempre será una política contrapuesta a los intereses de los pueblos y las comunidades indígenas.

Desde el momento en que irrumpió el EZLN en la escena nacional, los días del indigenismo estaban contados. El diálogo de San Andrés fue la festiva celebración de sus funerales, y aunque todavía sus fantasmas se aparecen en ámbitos regionales o del gabinete foxista, no existe hoy quien reclame su continuidad y pertinencia. No era así hace 26 años, cuando un grupo reducido de antropólogos señaló en un foro de consulta popular organizado por el Instituto Nacional Indigenista lo siguiente: "El llamado 'problema indígena' no requiere de indigenismo alguno, de viejo o de nuevo cuño. Más bien, los indigenismos que en el mundo han sido, son parte del 'problema' que hay que resolver. La cuestión étnica es un asunto demasiado serio para ponerlo en manos de los indigenistas. Pero es obvio que éstos insisten en seguir manejando la denominada 'política indígena', tanto por conveniencia propia como por mandato de un sistema que requiere la sujeción y la manipulación de los amplios grupos étnicos." Fue precisamente en ese foro que se propuso: "El cese de todo indigenismo y, en consecuencia, la disolución de todo aparato burocrático desvinculado de las masas indígenas y ajeno a sus intereses, llámese instituto, dirección general, museo o de cualquier otra manera."

La ruptura con el indigenismo definió los campos de la antropología mexicana relacionada con la cuestión étnica a partir sobre todo de los años 80. Rompimiento que coincidió, por cierto, con la lucha librada desde el Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales contra el Instituto Lingüístico de Verano y las complicidades del gobierno mexicano con este organismo de penetración imperialista, misma que se sintetizó en un documento memorable intitulado El ILV en México: Declaración Mariátegui.

No fue el indigenismo el único tema de debate en el campo de la cuestión étnica. También se discutió sobre la naturaleza de los complejos étnicos, sosteniendo que éstos constituyen entidades sometidas al proceso histórico y cuyas bases socioculturales, condiciones de reproducción y formas de vinculación política, continuamente se modifican; de aquí la posibilidad de los pueblos indios de transformarse sin renunciar a su identidad contrastante. Es más, en la mayoría de los casos, las etnias no son producto de la continuidad milenaria, sino de las múltiples adaptaciones y refuncionalizaciones a la cambiante realidad colonial y nacional.

Por ser entidades históricas, los sistemas étnicos son, al mismo tiempo, fenómenos siempre contemporáneos; aun el pasado hay que verlo en función del presente y el futuro. Las etnias existen firmemente relacionadas con la estructura socioeconómica y política en que se insertan. De aquí que las entidades étnicas no sean "armónicas" o "equilibradas", sino que se encuentran incididas por su integración en la matriz clasista, no son independientes de la misma. Por ello, la necesidad metodológica de ver a las etnias en sus contradicciones; lo cual no demerita o descalifica los ideales o arquetipos, las tendencias del imaginario colectivo o el "deber ser" de los pueblos.

Fue en esta dirección que se da la confrontación con las corrientes etnicistas y, en particular con Guillermo Bonfil y su "México profundo", ya que para la corriente antropológica etnomarxista, los indígenas no enfrentan un mundo genérico "occidental", sino a clases sociales específicas y sus representantes en el aparato de Estado. A partir de la base clasista, el problema indígena constituye un fenómeno sociopolítico que no puede reducirse a lo cultural. Por su carácter sociopolítico, las etnias subordinadas se vinculan con otros sectores explotados de la sociedad, aunque sus reivindicaciones deben conservar su especificidad.

Así, la cuestión étnica deviene en parte constitutiva de la cuestión nacional y, en consecuencia, las etnias o pueblos indígenas resisten a un proyecto nacional hegemónico que sólo puede ser confrontado exitosamente con un proyecto nacional contra hegemónico alternativo. La solución de la problemática étnica requiere de la acción política de los indígenas como sujetos históricos, como protagonistas políticos y constructores de su propio futuro.

El EZLN, con su proyecto de autono-mías que se consolida con las juntas de buen gobierno, cierra el ciclo de la dependencia y el paternalismo, y con ello cancela toda relación de clientelismo y corporativismo que practicó el Estado mexicano, con la debida asesoría antropológica.

 

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