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La vuelta de Zelaya y el sabor de la democracia

Jenaro A. Díaz-Ducca*

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22 de setiembre del 2009


El anuncio del regreso del Presidente Constitucional José Manuel Zelaya a Honduras puede verse como sacado de un drama cinematográfico del nuevo siglo. Cruzando zonas boscosas, decenas de retenes militares y puestos de control, José Manuel Zelaya arribó a Tegucigalpa este 21 de setiembre. Acompañado de cuatro personas muy cercanas, arriesgando su vida, y burlando la “inteligencia” militar y policial de la que ostentara el dictador Micheletti, Zelaya se ha puesto una vez más a la altura de las circunstancias históricas que le ha tocado vivir. Ofreciendo durante las semanas de su derrocamiento y exilio forzado un ejemplo de tenacidad y fe en la democracia y en el pueblo de Honduras, Zelaya ha sabido dar la cara como poquísimos mandatarios no solo en Latinoamérica sino en el mundo, arriesgando su propia vida por el restablecimiento de la democracia y junto a las circunstancias de abril del 2002 en Venezuela, ha logrado revertir un golpe de Estado.

Acogido como “invitado de honor” por la Embajada de Brasil en Tegucigalpa, miles de hondureños y hondureñas se han concentrado en esa ciudad para brindarle su apoyo y darle una emotiva bienvenida como el Presidente que el pueblo eligiera y cuyo mandato debe terminar constitucionalmente apenas el dictador Micheletti acepte, por las buenas o las malas, la realidad política de su país y el globo.

Por otro lado, Oscar Arias acudía raudo y solícito al llamado de la Secretaria de Estado Hillary Clinton, con quien deseaba fotografiarse una vez más. Hacía eco de las palabras de la víspera del presidente Obama, donde éste reafirmaba su fe en el Pacto de San José como vía única para solucionar la crisis política y económica de la hermana nación hondureña. Arias, con un palmo de narices, ha quedado mal con Dios y con el Diablo: tanto los demócratas que han apoyado a Zelaya, como los golpistas que han respaldado a Micheletti, ven en Arias a una marioneta del gobierno de los EE.UU. El título del Premio Nóbel queda maltrecho como credencial para legitimar un golpe de Estado, al tiempo que el mandatario costarricense (quien ha sido acusado a su vez de un golpe “sigiloso” en el 2006) ha quedado desechado como el desteñido mediador de una comoditicia “negociación” que nació muerta. Triste papel para un Premio Nóbel y para Costa Rica, una nación que para muchos es un ejemplo de democracia y libertad en el mundo.

Quiéranlo o no el Departamento de Estado, los sectores neoliberales, y la prensa comercial del continente, el Presidente Zelaya ha retornado a su país para restablecer mediante el apoyo multitudinario del pueblo el orden constitucional en Honduras, terminar su periodo legal, y preparar las próximas elecciones nacionales en un ambiente, esperamos, de relativa calma y de profunda transparencia. Esto último, por supuesto, si la Embajada de los EE.UU., las Fuerzas Armadas hondureñas, y los sectores oligárquicos están dispuestos a jugar en lugar de patear la mesa, como lo hicieron el 28 de junio pasado. Todavía le queda al evidentemente trastornado dictadorzuelo Micheletti una salida tan digna como lo permitirá su indigno papel histórico: que trate de huir hacia Miami, Panamá o Colombia y se declare “perseguido político”, igual que tantos “opositores” venezolanos o “disidentes” cubanos.

Sea cual sea el patético final del criminal gobierno de Micheletti, y el proceso (breve y creemos que relativamente sencillo) de restitución del presidente Zelaya, lo que se abre ahora es una nueva era en Honduras y Latinoamérica. En Honduras, juicio a los golpistas, elecciones probablemente democráticas hasta donde lo permitan las fuerzas retrógradas en la nación y más allá, una Asamblea Constituyente que facilite reformas que aspiren hacia la profundización de la garantías democráticas, civiles, y la democracia participativa. En Latinoamérica, nos quedará la agridulce experiencia de que aunque los golpes de Estado en nuestra Patria Grande siempre estarán gestándose en los oscuros rincones del Imperio, de igual manera los ciudadanos y ciudadanas deberemos mantenernos vigilantes y prestos a levantarnos pacíficamente para resguardar y disfrutar el frágil pero dulce sabor de la democracia.


* Jenaro A. Díaz-Ducca es profesor y músico costarricense. Edita la revista latinoamericanista Lospobresdelatierra.org – hola@lospobresdelatierra.org

 

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