George W. Bush, el jefe
Gore Vidal
Resumen Latinoamericano - Rebelión.org
23 de marzo del 2003
George W. Bush, el presidente, el hombre destinado a terminar lo que comenzó su padre, desde el mismo despacho oval, en 1991. El candidato que llegó a la presidencia con menos votos que su oponente; el presidente que, según pronostica el escritore intelectual estadounidense Gore Vidal, dejará la presidencia con las cotas más bajas de popularidad. Pero antes tomará Bagdad.
El presidente George W. Bush es, asimismo, comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses y este rol se ha convertido en predominante durante los largos meses en que la Casa Blanca está preparando el asalto a Bagdad.
«Allí donde debáis servir, allí donde seáis enviados, podéis estar seguros de que América os está reconocida y que vuestro comandante en jefe confía en vuestra capacidad y está orgulloso de vosotros», proclamó George W. Bush el pasado mes de enero entre las aclamaciones de los militares de la 1ª división de caballería en Fort Hood, en Texas.
En dos años, el presidente de Estados Unidos ha pasado de ser un neófito en materia de relaciones internacionales a ser el responsable de una operación militar que implica a más de 250.000 soldados y que prevé borrar del mapa al dirigente iraquí Sadam Hussein.
Sus cabellos han encanecido, su rostro parece más demacrado. A sus 56 años, George W. Bush tiene diez años menos que cuando su padre dirigió en 1991 la Guerra del Golfo contra el mismo país.
El ex gobernador de Texas, conocido por una juventud escandalosa -desde la óptica de la moral conservadora republicana- y por ser un estudiante mediocre, más ligado a la industria petrolera y del béisbol que a la diplomacia, protagonizó una metamorfosis -pública al menos- para subir escaños en la política y llegar a ser lo que hoy preconiza, un presidente asceta.
Afirma que no prueba el alcohol, que reza cada día, y pide a sus colaboradores en la Casa Blanca que trabajen en un «ambiente recogido». Ultimamente el presidente estadounidense aparenta estar imbuido de una calma despreocupada que la revista "Newsweek" comparó con la que Gary Cooper mantenía cuando interpretó el papel de sheriff en la película "El tren silbará tres veces".
Sus meteduras de pata en público, ligadas tanto a sus mala dicción y pobre dominio del lenguaje como a su falta de cultura, son célebres.
El presidente aparenta una clara preferencia por la simplicidad. «Hay mucho más en juego que la seguridad de América (S). La libertad está en juego y yo considero que eso es algo muy serio», afirmó recientemente un Bush que difunde el «nosotros» y «los otros».
Limita lo más posible el tiempo que debe pasar en la residencia presidencial y, en cuanto puede, se refugia en su residencia oficial de veraneo de Camp David, donde corre, lee y ve películas entre reunión y reunión con sus colaboradores.
Entre estos se encuentran Condoleezza Rice, consejera de seguridad nacional; Karl Rove, consejero político; y Andrew Card, secretario general de la Casa Blanca. Sin olvidar al vicepresidente, Richard Cheney, hombre fuerte en la sombra, que desayuna una vez a la semana con Bush.
Pero es en su rancho de Crawford, en las planicies de Texas, donde el presidente de Estados Unidos se encuentra consigo mismo, y es en este lugar donde Bush recibe a sus mejores aliados, a los acólitos más fieles.
Es ahí donde George W. Bush y algunos de sus leales gobernantes europeos, con el británico Tony Blair y el español José María Aznar a la cabeza, se sienten impregnados del ambiente, ponen sus botas encima de la mesa mientras beben cerveza y hablan un mismo idioma, aunque no se sepa realmente cuál es. El burdo e infantil mimetismo idiomático que adoptó Aznar pasará a la pequeña historia del actual jefe del Gobierno español. Es cuando menos reseñable que todo un presidente estadounidense concite un consenso tan claro en todo el mundo -incluido en su propio país- cuando de sus capacidades intelectuales se trata.
Ya hemos apuntado que como estudiante fue mediocre, y es conocido también que sus asesores se las vieron y desearon para tapar o disimular sus lagunas en la campaña electoral de 2000. Fue habitual escuchar cómo confundía países o cómo era incapaz de ubicarlos en el mapa. Lo mismo sucedía cuando se le preguntaba por mandatarios de países «no demasiado conocidos».
Pero eso no pareció importar a los estadounidenses que le votaron, es decir, a los poquitos estadounidenses que le votaron, que de todas formas fueron menos que los que optaron por su oponente Al Gore -poquitos también-, aunque eso no sirvió de mucho al candidato demócrata.
Existe una respuesta bastante extendida para explicar la razón de que Estados Unidos cuente con un presidente como George W. Bush. El estadounidense medio, según este razonamiento -que seguramente resulta simplista-, se identifica con alguien que es como él. Lo ven como «uno de nosotros».
La explicación no vale gran cosa, entre otras cosas porque son muy pocos los estadounidenses que acuden a votar. ¿Además, que es eso del estadounidense medio?
Las encuestas tampoco valen de mucho: tal y como apuntaba el escritor e intelectual estadounidense Gore Vidal en una entrevista que GARA publicó hace dos semanas, «no hay que creérselas, son mentira».
En todo caso, por si alguien se cree las encuestas, éstas reflejan que el presidente estadounidense está perdiendo popularidad poco a poco. Y esto ocurre así, según los analistas, porque la economía de su país no termina de levantar cabeza -y el paro aumenta sin cesar-. La economía, y el desenlace de la «guerra», marcarán de forma ineludible el futuro político de George W. Bush.
Obviamente, el desenlace del ataque estadounidense marcará el devenir de otras muchas cuestiones en todo el mundo, pero en relación a lo que nos ocupa en este artículo, baste decir que, si damos credibilidad a un reciente sondeo, George W. Bush perdería el poder ante un candidato demócrata -sea quien sea- si las elecciones presidenciales tuvieran lugar hoy en Estados Unidos. Ese sondeo es sin duda una mala noticia, otra más, para el actual gobierno de Irak.
* Escritor, EEUU