Una guerra estúpida

Edward W. Said

11 de abril del 2003

La Jornada

Lleno de contradicciones, mentiras flagrantes y afirmaciones sin fundamento, el torrente de reportajes y comentarios de unos medios taponados en torno a la guerra contra Irak (que continúa con el patrocinio de algo llamado "la coalición", aunque no sea sino una guerra estadunidense con alguna ayuda británica) ha oscurecido todo lo criminalmente estúpido de su planeación, propaganda y discurso justificador de los militares y los expertos en política.

Durante las últimas dos semanas he viajado por Egipto y Líbano en un intento por mantenerme al tanto del flujo interminable de información y desinformación que sale de Irak, Kuwait, Qatar y Jordania, mucho del cual apunta engañosamente a lo optimista, aunque haya mucho de dramático en su procedencia y su inmediatez. Los canales satelitales árabes, siendo Al Jazeera el más notorio y eficiente, muestran en lo general una visión de la guerra totalmente opuesta al material estándar ofrecido por los reporteros incrustados -especulaciones de que hay iraquíes asesinados por no combatir, levantamientos masivos en Basora, cuatro o cinco "caídas" de Um Qasr y Fao- que, a fin de cuentas, se miran tan sucios y perdidos como los soldados de habla inglesa con los que conviven. Al Jazeera tiene reporteros en Mosul, Bagdad, Basora y Nasariya (uno de ellos, el sensible Taysir Aloni, periodista veterano de la guerra de Afganistán) que presentan un recuento mucho más detallado y en el sitio exacto de los despedazamientos ocasionados por el pesado bombardeo que ya devastó Bagdad y Basora, y de la extraordinaria resistencia e indignación de la población iraquí -que se suponía era tan sólo un sombrío grupo de personas ansiosas de ser liberadas para después arrojar flores a los émulos de Clint Eastwood.

Hay que dejar en claro lo que de absurdo y subnormal tiene esta guerra. Apartémonos un momento de su ilegalidad y su vasta impopularidad. No mencionemos el modo pesante, inaceptable a nivel de lo humano, totalmente destructivo, de las guerras estadunidenses del medio siglo anterior.

Primero que nada, nadie ha probado satisfactoriamente que Irak posea armas de destrucción masiva que entrañen una amenaza inminente para Estados Unidos. Nadie. Irak es un Estado muy debilitado, devaluado, del tercer mundo, gobernado por un régimen despótico odiado: no hay desacuerdo alguno al respecto en ninguna parte, mucho menos en el mundo árabe e islámico. Que represente algún tipo de amenaza para alguien, en su actual estado de sitio, es una noción que da risa, pero ningún periodista de las legiones sobrerremuneradas que pululan por el Pentágono, el Departamento de Estado y la Casa Blanca se ha preocupado por documentar esta cuestión.

Y sin embargo, en teoría, Irak podría haber sido un desafío para Israel en un futuro, pues es el único país árabe que tiene los recursos humanos, naturales y de infraestructura para emprenderla, ya no digamos contra Estados Unidos, pero sí contra la brutalidad arrogante de Israel.

Esta es la causa por la que la fuerza aérea de Begin bombardeó Irak preventivamente en 1981. Nótese entonces la réplica repugnante de las suposiciones y tácticas israelíes (todas ellas, como lo mostraré, sorprendentemente fallidas) en todo lo que Estados Unidos ha estado planeando y poniendo en marcha en su actual campaña de guerra preventiva posterior al 11 de septiembre. Qué vergüenza que los medios sean tan timoratos que no investigan el lento apoderamiento que el partido Likud emprende del pensamiento político y militar estadunidense en torno al mundo árabe. Todos tienen tanto miedo de que les hagan cargos de antisemitismo - cargo que lanza incluso el rector de Harvard sin consideración alguna- que los neoconservadores, la derecha cristiana y los halcones civiles del Pentágono (que tienen agarrada del cuello la política estadunidense) son una especie de realidad que fuerza a todo un país a asumir una actitud de total beligerancia y hostilidad sin freno. Debimos haberlo pensado, pero en aras de la dominación global estadunidense creemos encaminarnos a otro holocausto.

¿Puede ser cierto, según algún parámetro humano normal, que la población iraquí dé la bienvenida a las fuerzas estadunidenses que invadieron el país después de bombardeos tan terribles? Que esa noción ridícula sea uno de los acicates para la política estadunidense, da testimonio de la basura que le cuentan al gobierno de Estados Unidos los dos expertos y acreditados orientalistas -Bernard Lewis y Fouad Ajami (que tienen tiempo siendo la mayor influencia en la política hacia Medio Oriente)- y la oposición iraquí. Muchos de estos opositores perdieron contacto con su país y son proclives a promover su carrera política una vez terminada la guerra, vendiéndole a los estadunidenses lo fácil que sería una invasión.

Lewis, que tiene ya más de 80 años, vino a Estados Unidos hace unos 35 años a dar clases en Princeton, donde su ferviente anticomunismo y su sarcástica desaprobación de todo lo relacionado con los árabes de hoy y el Islam (excepto la moderna Turquía) lo impulsaron al primer plano de las batallas en favor de Israel en los últimos años del siglo XX. Con su orientalismo a la antigua, pronto fue rebasado por los avances en las ciencias sociales y las humanidades que formaron a una nueva generación de académicos que ven a los árabes y al Islam como sujetos vivientes y no como nativos atrasados. Para Lewis, hacer difusas generalizaciones de la totalidad del Islam y lo atrasado de la civilización de ''los árabes'' fue la ruta viable hacia una verdad que sólo podía estar disponible para alguien tan experto como él. No cabía el sentido común que acompaña la experiencia humana; mientras, pronunciamientos resonantes acerca del choque de civilizaciones eran su guía (Huntington halló su lucrativo concepto en uno de los ensayos más estridentes de Lewis acerca del "retorno del Islam"). Como ideólogo y generalizador que recurre a la etimología para demostrar sus argumentos sobre el Islam y los árabes, Lewis encontró un público nuevo entre la camarilla de sionistas estadunidenses para quienes dirigió -en periódicos como Commentary y luego en The New York Review of Books- sus pontificaciones tendenciosas, reforzando las bases de los estereotipos negativos que prevalecen en torno a musulmanes y árabes.

Lo que hizo del trabajo de Lewis algo tan contundente en sus efectos es el hecho de que, sin puntos de vista que lo contradijeran, los estadunidenses cayeron redonditos (los diseñadores de políticas públicas en particular). Eso, más la distancia glacial y la altanería de su trato, hicieron de Lewis una ''autoridad'' aun cuando no ha entrado, mucho menos vivido, en el mundo árabe. Su libro más reciente, What Went Wrong?, se convirtió en un éxito de librería después del 11 de septiembre y es, me han dicho, una lectura obligada para los militares estadunidenses, pese a su vacuidad y sus aseveraciones sin fundamentos, factualmente incorrectas, acerca de los árabes de los últimos 500 años. Leyendo el libro, uno se hace la idea de que los árabes son un montón de primitivos atrasados, mucho más fáciles de atacar y ser destruidos que nunca antes.

Lewis fue quien formuló también aquella tesis fraudulenta de que hay tres círculos concéntricos en Medio Oriente -países con pueblos y gobiernos pro estadunidenses (Jordania, Egipto y Marruecos), con pueblos pro estadunidenses y gobiernos antiestadunidenses (Irak e Irán) y con gobiernos y pueblos antiestadunidenses (Siria y Libia). Todo esto reptó gradualmente hacia el interior del Pentágono y su planeación, sobre todo porque Lewis continuó vomitando sus fórmulas simplistas por televisión y en artículos publicados por la prensa del ala derecha. Así, los árabes no lucharían, no saben cómo; nos darían la bienvenida y, sobre todo, condescenderían por completo ante cualquier poder que los estadunidenses tuvieran a bien llevarles.

Ajami es un shi'a libanés, educado en Estados Unidos, que hizo fama como comentarista pro palestino. Hacia mediados de los 80 era ya profesor en Johns Hopkins y ferviente ideólogo del antinacionalismo árabe, y fue adoptado rápidamente por la camarilla de sionistas del ala derecha (ahora trabaja para gente como Martin Peretz y Mort Zuckerman) y para grupos como el Consejo de Relaciones Exteriores. Le encanta describirse como un Naipaul de la no-ficción y cita a Conrad, aunque en realidad suena tan ñoño como Jalil Jibrán. Además Ajami es propenso a las frasecitas cortas y pegajosas, ideales para la televisión, no para un pensamiento reflexivo. Es autor de dos o tres libros tendenciosos y mal informados, y tiene influencia por ser considerado un ''informante nativo'', por lo que puede arengar a los televidentes con su veneno mientras degrada a los árabes al rango de criaturas subhumanas cuyo mundo y actualidad no le importan a nadie. Hace diez años comenzó a desplegar un ''nosotros'' como modo de invocar una colectividad imperial autojustificativa que junto con Israel nunca hace nada malo. Los árabes son culpables de todo, por tanto merecen ''nuestro'' desprecio y hostilidad.

Irak le sacó un veneno especial. Fue uno de los primeros impulsores de la guerra de 1991 y pienso que confundió deliberadamente la mente estratégica estadunidense, básicamente ignorante, para que creyera que ''nuestro'' poder pondría las cosas en su lugar. Dick Cheney lo citó en un discurso importante en agosto pasado, diciendo que los iraquíes ''nos'' darían la bienvenida como libertadores en ''las calles de Basora'', la cual resiste combatiendo mientras escribo esto. Al igual que Lewis, Ajami no ha residido en el mundo árabe desde hace años, aunque se rumora que es cercano a los saudis, de quienes dice son los modelos de la futura gobernabilidad del mundo árabe.

Si Ajami y Lewis son las figuras intelectuales dominantes en la planeación estadunidense en Medio Oriente, uno no puede sino sobrecogerse por lo trivial y débil de la política que irrumpió en el Pentágono y la Casa Blanca, de la que surgen tales ''ideas'' y escenarios como un golpe rápido en un Irak amigable. El Departamento de Estado, después de una larga campaña sionista contra sus llamados "arabistas", fue purgado de toda visión contrapuesta, y Colin Powell, recordemos, no es sino un sirviente fiel del poder.

Así que como el Irak de Saddam tiene potencial para armar líos contra Israel, se le destina una eliminación militar y política, sin importar su historia, la complejidad de su sociedad, su dinámica interna y sus contradicciones. Paul Wolfowitz y Richard Perle dijeron exactamente eso cuando eran asesores de Benjamin Netanyahu en la campaña electoral de 1996. Saddam Hussein es, por supuesto, un tirano horrible, pero parecería que la mayoría de los iraquíes no hubiera sufrido terriblemente a causa de las sanciones estadunidenses y estuvieran deseosos de aceptar más castigo en la remota posibilidad de ser "liberados". Después de una liberación así, cuál perdón. A final de cuentas miren la guerra de Afganistán, que además de los bombardeos lanzó sandwiches de mantequilla de cacahuate. Sí, Karzai está en el poder, pero no es uno muy estable, y los talibanes, los servicios secretos paquistaníes, los campos de amapola, todo eso está de nuevo, como también los señores de la guerra. No es una matriz muy brillante para aplicarla en Irak, que no se parece a Afganistán, de todas maneras.

La oposición iraquí expatriada siempre ha sido un grupo heterogéneo. Su líder, Ahmad Chalabi, es un hombre brillante, hoy buscado por desfalcador en Jordania, sin una base social más allá de la oficina de Paul Wolfowitz en el Pentágono. El y sus asistentes (por ejemplo el muy mezquino Kanan Makiya, quien dijo que el inmisericorde bombardeo estadunidense de su tierra natal, perpetrado desde gran altitud, era "música para mis oídos") más algunos ex miembros del partido Baaz, los clérigos shia y otros le vendieron al gobierno estadunidense el cuento de las guerras rápidas, los soldados que desertan, las multitudes vitoreantes, sin evidencias ni experiencia viva. Uno no puede, por supuesto, culpar a esta gente por querer librar de Saddam Hussein al mundo: todos estaríamos mejor sin él. El problema es la falsificación de la realidad y la creación de escenarios ideológicos o metafísicos, que los planificadores de políticas estadunidenses, básicamente ignorantes, se tragaron, y le impusieron antidemocráticamente a un presidente fundamentalista y a un público en gran medida malinformado. Podría haber resultado que Irak era la luna y el Pentágono y la Casa Blanca eran la Academia de Lagado, de Jonathan Swift.

Otras de las premisas que subyacen tras la campaña en Irak son proposiciones que suspenden el pensamiento, como aquella de tener el poder de redibujar el mapa de Medio Oriente, poniendo en operación "un efecto dominó" al llevarle democracia, suponiendo que el pueblo iraquí constituye una especie de tabula rasa sobre la cual se pueden grabar las ideas de William Kristol, Robert Kagan y otros profundos pensadores de la extrema derecha. He dicho en algún artículo previo que tales ideas las probó primero que nadie Ariel Sharon en Líbano, durante la invasión de 1982, y luego en Palestina, desde que asumió el cargo hace dos años. Esto trajo mucha destrucción pero poca seguridad, paz y obediencia subalterna que presumir. No importa: las fuerzas especiales estadunidenses han practicado y perfeccionado el asalto repentino de hogares civiles junto a los soldados israelíes en Jenin. Conforme avanza esta guerra de Irak, tan mal concebida, es difícil creer que más allá de este episodio sangriento las cosas cambiarán, pero si se involucran Siria e Irán, y los frágiles regímenes se sacuden aún más, si se inflama la indignación árabe hasta su punto de ebullición, uno no puede sino imaginar que la victoria en Irak no se parecerá en nada a los mitos simplistas que nos venden Bush y su pandillita.

Pero lo que realmente desconcierta es que la ideología estadunidense reinante esté todavía atada a la visión de que el poder estadunidense es fundamentalmente benigno y altruista. Esto sin duda explica la furia expresada por los eruditos y funcionarios estadunidenses ante la entereza iraquí para resistir, o de que se muestre por televisión a los prisioneros estadunidenses. Esto les parece peor que bombardear mercados y ciudades enteras o mostrar filas de prisioneros iraquíes arrodillados o tendidos boca abajo en la arena. De pronto, las convenciones de Ginebra no se aplican en Camp X-Ray, pero sí para Saddam, y cuando sus fuerzas se ocultan en las ciudades eso es trampa, mientras que tender una alfombra de bombas desde los 10 mil metros de altura es jugar limpio.

Esta es la más estúpida y atropellada guerra de los tiempos modernos. No es sino la arrogancia imperial sin preparación en los asuntos del mundo, sin traza de competencia ni experiencia, a la que ni la historia o la complejidad humana le ponen freno, inmisericorde en su violencia brutal y en su cruel juguetería electrónica. Llamarle "basada en la fe" es darle a la fe un nombre peor del que ya tiene. Con líneas de abastecimiento vulnerables y muy largas, plena de locuacidad analfabeta y un ciego machacado militar, planeada muy pobremente, con ineficiencia logística y explicaciones redundantes y tramposas, la guerra de Estados Unidos contra Irak encuentra su encarnación más perfecta en el pobre George Bush y su dificultad para no perder el hilo de esos textos que le prepararon y que casi ni leyó. La otra encarnación es la petulancia verbosa de Rummy Rumsfeld, que manda a tantos jóvenes soldados a morir o a matar a tanta gente como sea posible. Qué ganancia, o para el caso qué pérdidas entraña esta guerra, es algo literalmente impensable. Compadezcamos a los iraquíes civiles que todavía tendrán que sufrir tanto antes de que finalmente sean liberados.

* Intelectual estadunidense de origen palestino. En 2002 recibió el Premio Príncipe de Asturias
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera




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