Reflexiones sobre Estados Unidos

Edward W. Said
La Jornada

3 de marzo 2002

Foro ALCArajo: Mensaje 266 of 1661

No conozco un solo hombre o mujer estadunidense
musulmán o de origen árabe que no sienta que está en
territorio enemigo y que el momento actual nos ofrece
una experiencia especialmente desagradable de
aislamiento, de una hostilidad muy extendida enfocada
a un blanco muy específico. Pese a las ocasionales
declaraciones oficiales de que el Islam, los árabes y
los musulmanes no son enemigos de Estados Unidos, todo
lo demás en la situación actual parece exactamente lo
contrario. Cientos de jóvenes árabes y musulmanes han
sido elegidos para interrogatorio y en número excesivo
han sido detenidos por la policía o la FBI. En las
revisiones de seguridad en los aeropuertos, por lo
regular se separa de la fila a cualquier persona que
tenga nombre árabe o musulmán para darle atención
especial.

Se han reportado muchos ejemplos de conducta
discriminatoria contra árabes; hablar árabe o incluso
leer un documento en ese idioma capta de inmediato una
atención indeseable. Y por supuesto, los medios han
presentado un número abrumador de "expertos" y
"comentaristas" sobre el terrorismo, el Islam y los
árabes, cuya repetitiva y reduccionista cantilena es
tan hostil y distorsiona en tal forma nuestra
historia, sociedad y cultura, que los propios medios
se han vuelto poco más que un arma en la guerra contra
el terrorismo en Afganistán y en otras partes, como
parece ocurrir ahora con el proyectado ataque para
"acabar" con Irak. Ya hay fuerzas estadunidenses en
varios países de importante población musulmana como
Filipinas y Somalia; continúa la campaña contra Irak e
Israel prolonga su sádico castigo colectivo al pueblo
palestino, todo lo cual cuenta al parecer con gran
aprobación en Estados Unidos.

Impresiones equivocadas

Si bien esto es cierto en varios aspectos, también
puede dar impresiones equivocadas. Estados Unidos es
mucho más de lo que George W. Bush, Donald Rumsfeld y
los otros dicen que es. He llegado a detestar la idea
de que debo aceptar la imagen de un país envuelto en
una "guerra justa" contra lo que Bush y sus consejeros
han etiquetado en forma unilateral como terrorismo, en
la cual se nos ha asignado el papel ya sea de testigos
silenciosos o de inmigrantes puestos a la defensiva
que debemos sentirnos agradecidos de que se nos
permita vivir aquí.

Las realidades históricas son diferentes: éste es un
país de inmigrantes y siempre lo ha sido. Es una
nación regida por leyes que no fueron dictadas por
Dios sino por sus ciudadanos. Salvo los más masacrados
de los americanos nativos ?los indígenas que poblaban
este suelo?, todo aquel que vive hoy aquí como
ciudadano estadunidense fue en sus orígenes un
inmigrante venido de otra parte, incluso Bush y
Rumsfeld. La Constitución no estatuye diferentes
niveles de nacionalidad, ni formas aprobadas y
desaprobadas de "conducta estadunidense", ni siquiera
esas actitudes u opiniones que se han llegado a
considerar "no estadunidenses" o "antiestadunidenses".
Esas son invenciones de los talibanes locales que
quieren reglamentar la conducta y la expresión en
formas que me recuerdan en forma estremecedora al
antiguo régimen de Afganistán. Y por más que Bush
insista en la importancia de la religión en el país,
no está autorizado a imponer tales puntos de vista a
los ciudadanos ni a hablar en nombre de todos cuando
hace proclamaciones en China o en cualquier otro lado
acerca de Dios, el país y él mismo. La Constitución
separa expresamente la Iglesia del Estado.

Hay algo peor. Al aprobar la Ley de Patriotismo, en
noviembre pasado, Bush y su aquiescente Congreso
suprimieron o abrogaron secciones enteras de las
enmiendas constitucionales primera, cuarta, quinta y
octava, instituyeron procedimientos judiciales contra
individuos que no conceden el derecho a una defensa
apropiada ni a un juicio justo; que autorizan
investigaciones secretas, espionaje y detenciones
ilimitadas, y que, a juzgar por el trato dado a los
prisioneros de Guantánamo, deciden en forma unilateral
si son prisioneros de guerra o no y si se les aplica
la Convención de Ginebra o no, decisión que no puede
ser tomada por una nación en lo individual.

Un discurso brillante

Más aún: como señaló Dennis Kucinich, representante
demócrata de Ohio, en un magnífico discurso
pronunciado el 17 de febrero, el presidente y sus
hombres no estaban autorizados a declarar la guerra
(la operación Libertad Duradera) contra el mundo sin
límite ni razón, a elevar el gasto militar en 400 mil
millones de dólares por año ni a derogar las garantías
constitucionales. Tampoco -añadió, y es la primera
ocasión en que un importante funcionario público
elegido por mandato popular hace tal señalamiento-
"pedimos que la sangre inocente de las personas que
perecieron el 11 de septiembre fuera vengada con la
sangre de aldeanos inocentes de Afganistán".
Recomiendo con énfasis que el discurso de Kucinich,
compuesto con los mejores principios y valores
estadunidenses en mente, sea publicado íntegro en
árabe para que la población de nuestra parte del mundo
entienda que esta nación no es un monolito para uso de
George Bush y Dick Cheney, sino que contiene muchas
voces y corrientes de opinión que el gobierno intenta
silenciar o volver irrelevantes.

El problema actual del mundo es cómo tratar con el
poder sin paralelo y sin precedente de Washngton, que
por cierto no se ha cuidado de ocultar el hecho de que
no necesita coordinación ni aprobación de los demás
países para perseguir lo que el pequeño círculo de
hombres y mujeres que rodea a Bush considera que son
sus intereses.

En lo que se refiere al Medio Oriente, parece que
desde el 11 de septiembre se ha dado casi una
israelización de la política estadunidense. De hecho,
Ariel Sharon y sus asociados han explotado con cinismo
la atención unívoca dada por George Bush al
"terrorismo" y la han empleado como tapadera para
continuar su política fallida contra los palestinos.
Lo importante aquí es que ni Israel es Estados Unidos
ni éste, por fortuna, es Israel: por tanto, aunque
Israel concentre por el momento el apoyo de Bush, es
un pequeño país cuya subsistencia continúa como Estado
etnocéntrico en medio de un mar árabe islámico
requiere no tanto de su conveniente si no infinita
dependencia de Estados Unidos, sino más bien de una
adaptación a su ambiente, y no de éste a Israel. Por
eso creo que al fin muchos israelíes comienzan a darse
cuenta de que la política de Sharon es suicida, y que
son cada vez más los que adoptan como modelo de su
propia perspectiva y resistencia la posición de los
oficiales de reserva que se niegan a servir en los
territorios autónomos. Este es el mejor acontecimiento
que ha surgido de la intifada: prueba que el valor y
el desafío palestinos al resistirse a la ocupación por
fin comienzan a dar fruto.

El bien y el mal

Lo que no ha cambiado, sin embargo, es la postura
estadunidense, en la que Bush y su gente se
identifican (ya desde el mismo nombre de su campaña
militar, operación Libertad Duradera) con la virtud,
la pureza y el bien -y el destino manifiesto- y a sus
enemigos externos con un mal igualmente absoluto.
Quien lea la prensa mundial en las semanas recientes
puede apreciar que el público fuera de Estados Unidos
está al mismo tiempo perplejo y aterrorizado por la
vaguedad de la política de Washington, que se arroga
el derecho de imaginar y crear enemigos a escala
mundial y luego emprende guerras contra ellos sin
conceder mayor importancia a la precisión y la
definición, a la especificación de miras, a la
concreción de objetivos o, lo que es peor, a la
legalidad de tales acciones.

¿Qué significa derrotar al "terrorismo maligno" en un
mundo como el nuestro? No puede significar erradicar a
todo el que se oponga a Estados Unidos, tarea infinita
y extrañamente inútil, ni tampoco cambiar el mapa al
gusto estadunidense y poner a quienes creemos que son
los "chicos buenos" en lugar de criaturas malignas
como Saddam Hussein. La radical simplicidad de todo
esto es atractiva para burócratas de Washington cuyo
dominio es puramente teórico, o que, sentados tras
escritorios en el Pentágono, tienden a ver el mundo
como un blanco distante para el poder de su país, muy
real y prácticamente sin rival al frente. Y es que, si
uno vive a 15 mil kilómetros de cualquier Estado
maligno conocido y tiene a su disposición hectáreas
enteras de aviones de guerra, 19 portaviones y docenas
de submarinos, más millón y medio de hombres armados,
todos ansiosos por servir a su patria con el ideal de
combatir lo que Bush y Condoleezza Rice insisten en
llamar el mal, lo más probable es que uno desee usar
todo ese poder alguna vez en alguna parte, sobre todo
si el gobierno insiste en pedir (y obtiene) miles de
millones de dólares para acumularlos al ya cuantioso
presupuesto de defensa.

Desde mi punto de vista lo más estremecedor de todo es
que, con pocas excepciones, los intelectuales y
comentaristas más prominentes del país han tolerado el
programa de Bush, y en algunos casos flagrantes han
intentado sobrepasarlo en sofisterías sobre la propia
virtud, autoelogios sin críticas y argumentos espesos.
Lo que no aceptan es que el mundo en que vivimos, el
mundo histórico de naciones y pueblos, es movido por
la política y puede ser entendido por medio de ella,
no por enormes categorías absolutas como el bien y el
mal, con Estados Unidos siempre del lado bueno y sus
enemigos en el malo. Cuando Thomas Friedman sermonea a
los árabes y les dice que deben ser más autocríticos,
a sus palabras les falta precisamente un poco de
autocrítica. Supone que en alguna forma las
atrocidades del 11 de septiembre le dan derecho a
predicar a otros, como si sólo Estados Unidos hubiera
sufrido daños terribles, y como si las vidas perdidas
en otras partes del mundo no merecieran lamentos ni
pudieran dar pie también a importantes conclusiones
morales.

Uno advierte las mismas discrepancias y ceguera cuando
los intelectuales israelíes se concentran en sus
propias tragedias y dejan fuera de la ecuación el
sufrimiento mucho mayor de un pueblo desposeído que
carece de un Estado, de un ejército, de una fuerza
aérea o de un gobierno apropiado, es decir, de los
palestinos, cuyo castigo a manos de Israel continúa
minuto a minuto, hora tras hora. Esa especie de
ceguera moral, esa incapacidad de evaluar y sopesar
comparativamente las evidencias de los pecadores y las
de las víctimas de los pecados ?para usar un lenguaje
moralista que normalmente evito y detesto? está a la
orden del día, y el deber del intelectual crítico es
no caer en ella y hacer campaña activa para que otros
no caigan. No basta con decir en tono hueco que todo
el sufrimiento humano es igual y después seguir
lamentando básicamente las propias miserias; es mucho
más importante ver lo que hace la parte más poderosa y
cuestionarlo en vez de justificarlo. La voz del
intelectual se opone y enjuicia al gran poder, que
todo el tiempo requiere de una conciencia que lo
restrinja y clarifique y de una perspectiva
comparativa, de modo que la víctima no acabe cargando
con la culpa, como suele suceder, y el poder real no
se vea animado a hacer su voluntad.

Un sermón intelectual

Hace una semana me quedé paralizado cuando un amigo me
preguntó qué opinaba de una declaración suscrita por
60 intelectuales estadunidenses que fue publicada en
los principales diarios de Francia, Alemania, Italia y
otros países europeos pero no apareció en Estados
Unidos, excepto en Internet, donde pocos se enteraron
de ella. Esta declaración tomaba la forma de un
pomposo sermón en el que se destaca que la guerra
contra el terrorismo y el mal es "justa" y apegada a
los valores estadunidenses, según los define este
grupo que se ha erigido en intérprete de nuestra
nación. La declaración, pagada y patrocinada por algo
llamado Instituto para los Valores Estadunidenses,
cuyo principal objetivo ?bien dotado de recursos
económicos? es propagar ideas en favor de las
familias, la "paternidad", la "maternidad" y Dios,
estaba firmada por Samuel Huntington, Francis
Fukuyama, Daniel Patrick Moynihan, entre muchos otros,
pero fue escrita básicamente por la académica
feminista conservadora Jean Bethke Elshtain, y su
argumento principal sobre la "justicia" de la guerra
fue inspirado por el profesor Michael Walzer, supuesto
socialista aliado del lobby pro israelí, cuyo papel es
justificar todo lo que Tel Aviv hace recurriendo a
principios vagamente izquierdistas. Al firmar esta
declaración, Walzer ha renunciado a toda pretensión de
izquierdismo y, al igual que Sharon, se alinea con una
interpretación bastante cuestionable de Washington
como un virtuoso guerrero contra el terror y el mal,
con el fin de hacer creer que Israel y Estados Unidos
son naciones semejantes con objetivos similares.

Nada puede estar más lejos de la verdad, puesto que
Israel no es el Estado de sus ciudadanos sino de todo
el pueblo judío, mientras que Estados Unidos es sin
lugar a dudas el Estado de sus ciudadanos únicamente.
Además, Walzer nunca tuvo el valor de expresar que al
apoyar a Israel apoya a un Estado estructurado sobre
principios etnorreligiosos, a lo cual con típica
hipocresía se opondría en su país si éste se declarara
blanco y cristiano.

Al margen de las inconsistencias e hipocresías de
Walzer, el documento se dirige en realidad a "nuestros
hermanos musulmanes" que supuestamente entienden que
la guerra estadunidense no es contra el Islam, sino
contra quienes se oponen a toda clase de principios,
algo con lo cual resulta difícil no estar de acuerdo.
¿Quién puede oponerse al principio de que todos los
seres humanos son iguales, que es malo matar en nombre
de Dios, que la libertad de conciencia es excelente,
que "el sujeto básico de la sociedad es la persona
humana y la función legítima del gobierno es proteger
y propiciar las condiciones para el florecimiento
humano?" De ahí en adelante, sin embargo, Estados
Unidos resulta ser la parte afectada y, aun cuando se
reconocen muy brevemente algunos de sus errores
políticos (sin mencionar nada específico en detalle),
se le presenta como una nación apegada estrictamente a
principios exclusivos de ella: que toda persona posee
una dignidad moral y un estatus inherente, que las
verdades morales universales existen y son asequibles
a todos, que es importante la civilidad cuando hay
desacuerdos y que la libertad de conciencia y religión
es un reflejo de la dignidad humana esencial y es
universalmente reconocida.

Magnífico. Porque si bien los autores de este sermón
dicen que a menudo estos grandes principios se
contravienen, no se hace ningún intento sostenido por
decir dónde y cuándo ocurren tales transgresiones, o
si es más frecuente la contravención que la
observación de ellos, ni nada así de concreto. Sin
embargo, en una extensa nota al pie de la página,
Walzer y sus colegas hacen una lista de cuántos
"asesinatos" de estadunidenses han ocurrido a manos de
árabes y musulmanes, entre ellos los de los infantes
de marina en Beirut en 1983 y los de otros
combatientes militares. Por alguna razón a estos
militantes defensores de Estados Unidos les parece
valioso hacer semejante lista en tanto que los
asesinatos de árabes y musulmanes ?entre ellos los
cientos de miles muertos por Israel con armas y apoyo
estadunidenses, o los cientos de miles muertos por las
sanciones estadunidenses contra la inocente población
civil de Irak? no se mencionan ni contabilizan.

¿Qué dignidad puede haber en la humillación israelí de
Palestina, con la complicidad e incluso la cooperación
estadunidense, y dónde radica la nobleza y conciencia
moral de no decir nada mientras se asesina a niños
palestinos, se mantiene bajo sitio a millones de
personas y otros millones más tienen que vivir como
refugiados sin patria? ¿O, para el caso, de los
millones de muertos en Vietnam, Colombia, Turquía e
Indonesia, con apoyo y consentimiento de Washington?

Nueva guerra fría

En conjunto, esta declaración de principios y quejas
dirigida por los intelectuales estadunidenses a sus
hermanos árabes no parece una manifestación de
conciencia real ni de auténtica crítica intelectual
contra el uso arrogante del poder, sino más bien es la
descarga inicial de una nueva guerra fría declarada
por Washington, al parecer con la cooperación,
irónicamente, de esos islamitas que han afirmado que
"nuestra" guerra es al lado de Occidente y de Estados
Unidos.

Hablando como alguien que tiene raigambre tanto
estadunidense como árabe, esta suerte de retórica de
aerosecuestrador me parece profundamente cuestionable.
Si bien se disfraza de explicación de principios y
declaración de valores, en realidad es exactamente lo
contrario, un ejercicio de no saber, de cegar a los
lectores con una retórica patriotera que estimula la
ignorancia en tanto pasa por alto la política, la
historia y los temas morales verdaderos. Pese a su
vulgar comercio de grandes "principios y valores", lo
único que hace es esgrimirlos con una bravuconería
dirigida a amilanar y someter a los lectores
extranjeros. Tengo la impresión de que este documento
no se publicó en el país por dos razones: una, porque
recibiría críticas tan severas de los lectores
estadunidenses que acabaría siendo desechado entre
carcajadas, y dos, porque se le diseñó como parte de
un mecanismo de muy alto presupuesto, recientemente
anunciado por el Pentágono, que coloca la propaganda
como parte del esfuerzo bélico, destinada por lo tanto
al consumo externo.

Sea como fuere, la publicación de "¿Qué son los
valores estadunidenses?" augura una era nueva y
degradante de producción de discursos intelectuales.
Cuando los intelectuales del país más poderoso en la
historia del mundo se alinean en forma tan flagrante
con ese poder, y presionan en favor de la causa que
ese poder impulsa en vez de instar a la prudencia, a
la reflexión, a la comunicación y comprensión
genuinas, volvemos a los viejos malos tiempos de la
guerra intelectual contra el comunismo, que hoy
sabemos engendró tantos pactos, colaboraciones e
invenciones por parte de intelectuales y artistas que
debieron asumir un papel enteramente distinto.

Subsidiados y respaldados por el gobierno (en especial
la CIA, que llegó incluso a subvencionar revistas como
Encounter y a financiar investigaciones académicas,
giras, conciertos y exhibiciones artísticas), estos
intelectuales y artistas de militancia irreflexiva y
acrítica dieron en las décadas de 1950 y 1960 una
nueva y desastrosa dimensión a la noción de honradez y
complicidad intelectual. Y es que ese esfuerzo vino
aunado a una campaña interna para ahogar el debate,
intimidar a los críticos y restringir el pensamiento.
Para muchos estadunidenses como yo, se trata de un
episodio vergonzoso de nuestra historia, y debemos
estar en guardia contra su retorno y oponernos a él.

Traducción: Jorge Anaya
© Edward W. Said


http://www.rebelion.org/sociales/said030302.htm


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