¿Tenemos
que volver a pelear la lucha por la Ilustración?
Salman
Rushdie
The
Independent - La Jornada
23
de enero de 2005
Traducción:
Gabriela Fonseca
Estuve en Washington poco antes de que comenzara la guerra en
Irak, y se me invitó a hablar ante senadores de ambos partidos.
La distinción más obvia entre demócratas
y republicanos era que los republicanos empleaban, para hablar,
exclusivamente lenguaje religioso. Discutían de por qué
no se habían visto en tal o cual reunión de oración.
Un senador me dijo, en tono genuinamente horrorizado, que lo que
más le desagradaba de Osama Bin Laden era que había
llamado a Estados Unidos país sin Dios. Me increpó:
"¿Cómo puede decir que no tenemos Dios? ¡Si
somos increíblemente temerosos de Dios!"
Le contesté:
"Bueno, senador, supongo que él no lo cree así".
Pero su furia por ser presentado como un ser sin Dios era indudablemente
sincero. Tan serio para él como hablar de negocios. Y fue
el cada vez ma-yor poder del Estados Unidos temeroso de Dios,
de la coalición cristiana de la especie Mel Gibson, lo
que en su momento determinó el resultado de las elecciones
presidenciales de noviembre pasado.
Ahora, de
regreso en Gran Bretaña, he descubierto otro tipo de clausura
de los valores liberales, de cara a un resurgimiento de exigencias
religiosas. Pareciera que debemos luchar nuevamente, y desde el
principio, la batalla por la Ilustración también
aquí en Europa. Dicha batalla se libró en contra
del deseo de la Iglesia de poner límites al pensamiento.
La de la Ilustración no fue una lucha contra un Estado,
sino contra la Iglesia.
La novela
La Religieuse, de Diderot, con su retrato de las monjas su comportamiento
era deliberadamente blasfemo: desafió a la autoridad religiosa,
a sus índices e inquisiciones con lo que era posible decir.
La mayoría de las ideas contemporáneas sobre libertad
de expresión y la imaginación vienen de la Ilustración.
Puede ser que hayamos creído que la batalla estaba ganada,
pero si no somos cuidadosos, está muy próxima volverse
"no ganada".
La ofensa
y el insulto son parte de la vida cotidiana de todos en Gran Bretaña.
Lo único que se tiene que hacer es abrir un diario y ahí
hay bastante de qué ofenderse. En la sección de
libros religiosos de cualquier librería puede uno descubrir
que se está condenado a distintos tipos de infiernos ardientes
eternos, lo cual es ciertamente insultante, por no decir acalorado.
Es absurda
la idea de que pueda construirse cualquier tipo de sociedad libre
en que las personas nunca se sientan ofendidas, y donde tengan
el derecho de invocar una ley para defenderlas contra quienes
ofenden e insultan. Al final, debe tomarse una decisión
fundamental: ¿vivimos en una sociedad libre o no? La democracia
no es una reunión para tomar el té donde la gente
se sienta a conversar cortésmente. En las democracias las
personas se disgustan unas con otras. Argumentan vehementemente
en contra de las posturas del otro (pero no llegan a dispararse).
En Cambridge
se me enseñó un método muy plausible para
discutir. Nunca personalices, aunque no tengas ningún respeto
en absoluto por las opiniones de las personas. Nunca seas grosero,
si bien te puedes permitir ser salvajemente grosero respecto de
lo que piensa el otro. Esto, para mí, es una distinción
crucial: la gente debe ser protegida de la discriminación
en virtud de su raza, pero no se puede poner un corral en torno
a sus ideas. En el momento en que se dice que cualquier sistema
de ideas es sagrado, ya sea dentro de un sistema de fe o una ideología
laica; desde el momento en que se declara que un conjunto de ideas
debe ser inmune a la crítica, la sátira, el desacuerdo
o el desprecio, la libertad de pensamiento se vuelve imposible.
Con la "ley
de incitación al odio religioso", el gobierno británico
se ha propuesto crear una imposibilidad. En privado le dirán
a uno que está diseñada para complacer "a los
musulmanes". ¿Pero a cuáles musulmanes, cuándo
y en qué día?
La capacidad
de esta ley para proteger a "los musulmanes" me parece
cuestionable. Es perfectamente posible que, en cambio, se utilice
en contra de los musulmanes, antes de usarse contra cualquier
otra comunidad. Hay en Inglaterra grupos racistas y de extrema
derecha que argumentarán que son los musulmanes los que
están incitando al odio religioso, y usarán esta
ley en ese sentido, o al menos lo intentarán.
Tampoco hay
duda de que existen líderes musulmanes ansiosos de perseguir
le-galmente, por ejemplo Los Versos Satánicos, y que tratarán
de hacerlo si la ley es aprobada. De tal modo que esta legislación
desencadenará algunas expresiones de intolerancia de importantes
dimensiones.
Los ya de
por sí descontentos sijs han obligado a que se cierre la
obra Behzti, de Gurpreet Kaur Bhatti, en Birmingham, y el gobierno
no ha hecho nada por criticar lo que fue, en efecto, una acción
criminal. El escritor de origen paquistaní Hanif Kureishi
hizo uno de los mejores comentarios sobre este asunto cuando afirmó
que el teatro también es un templo, al igual que el templo
ficticio que había en la obra. Los cristianos evangélicos
rápidamente captaron el mensaje y protestaron contra la
transmisión, por la BBC, de Jerry Springer: la ópera.
Me llamó
la atención que el editor de la revista de vanguardia literaria
Granta, Ian Jack, declarara que estaba perfectamente de acuerdo
en que la policía británica de-fendiera al condado
de Wapping cuando trabajadores de la imprenta fueron a huelga,
y entendió, en cambio, que no defendiera el teatro de Birmingham
de los ofendidos sijs. Pido perdón por no ver la lógica
del principio de "compostura" que él invocó.
Me parece que decir que aunque no entendamos qué es lo
que disgusta a los ofendidos debemos evitar enojarlos, es ser
un liberal fracasado. Eso es condescendencia. Es como decir "pueden
ustedes tener su pequeña religión ahí, en
el rincón, y nosotros no los molestaremos".
Lo que este
tipo de actitud consigue por último, y lo que logrará
la ley, es socavar el principio de libre expresión que
afecta a todos en Gran Bretaña, religiosos o no. Si no
podemos tener una discusión abierta de las ideas con que
vivimos, nos estamos metiendo en una camisa de fuerza.
Desde luego
importa si la gente tiene el derecho de llevar un argumento hasta
el punto en que alguien se sienta ofendido por lo que se dijo.
No tiene ningún mérito apoyar la libre expresión
de alguien con quien de por sí estamos de acuerdo o cuyas
opiniones nos son indiferentes. La defensa de la libre expresión
comienza cuando la gente dice algo que uno no puede tolerar. Si
no defiendes su derecho a decirlo, no crees en la libre expresión.
Sólo crees en la libre expresión mientras no se
te meta por la na-riz. Pero la libre expresión sí
se le mete por la nariz a las personas. Nietzche, como nos recordó
recientemente Matthew Parris, llamó al cristianismo "la
mayor de las maldiciones" y "la única imperfección
inmortal de la humanidad" ¿O sea que Nietzche se-ría
perseguido judicialmente hoy?
En este país
existe larga tradición de comentarios irreverentes, crudos
y críticos sobre la religión; algunos de eminentes
pensadores y otros de nuestros cómicos favoritos. Como
cuando Rowan Atkinson, interpretando a su personaje Black Adder,
señaló que "el mal tiempo es la forma en que
Dios nos dice que debemos quemar a más católicos".
Aunque el
gobierno no crea que estos comentarios pueden llegar a la corte,
el hecho de que exista dicha posibilidad y que ésta dependa
del juicio del procurador general, será suficiente para
abrir el telón de la autocensura y la censura corporativa.
Será
un día muy triste si esta mala ley llega a hacerse efectiva.
De ser así tendremos que destruirla y llevarla a distintas
cortes con la esperanza de que alguien reconozca que es manifiestamente
absurda.
Salman Rushdie
es presidente de la organización Pen, de escritores, y
miembro activo en la campaña La Libre Expresión
no es Ofensa, de dicha agrupación.
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