España
Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique - Rebelión
2 de abril del 2004
Los atentados del 11 de marzo en España, producto de la guerra de Irak y del enfrentamiento que opone la red de Al-Qaeda a Estados Unidos y a sus aliados, han servido para recordarnos de forma trágica que, un año después de la ofensiva contra Bagdad, el mundo es más inestable, más violento y más peligroso.En contra de lo prometido por el presidente George W. Bush, el conflicto "preventivo" en Mesopotamia no ha disminuido la intensidad del terrorismo islámico. Todo lo contrario. Su onda expansiva, ampliada además por la forma desastrosa en que se está produciendo la ocupación de Irak, alcanza una y otra vez a territorios que hasta el momento no se habían visto afectados: Bali, Arabia Saudí, Marruecos, Turquía y ahora la Unión Europea. En esta ocasión, y de manera infame, ha golpeado a estudiantes y trabajadores, muchos de ellos emigrantes, que se desplazaban en trenes de cercanías de la ciudad de Madrid.
Más allá de las repercusiones que tan abominables actos puedan tener en el escenario internacional, seguramente no resulte inútil, en vista de los considerables cambios que ha provocado en España, extraer algunas lecciones, no solamente políticas.
Por primera vez, la acción de un comando terrorista ha desencadenado una conexión inédita entre un acontecimiento trágico (el propio atentado), un ímpetu mediático aderezado con mentiras de Estado y una cita electoral importante (las elecciones legislativas). Pocas veces, en la historia de un estado democrático, habíamos visto superponerse y chocar con tanta fuerza tres intensos espacios temporales: el tiempo de los hechos, el tiempo mediático y el tiempo político.
Semejante choque solo podía desencadenar cambios sustanciales. Conocíamos los efectos de los medios de comunicación sobre nuestras "democracias de opinión". Tras los atentados de Madrid y sus consecuencias electorales, ¿tendremos que empezar a hablar de "democracias de emoción" (1)? Porque parece indiscutible que la emoción causada por la tragedia de Atocha influyó de forma considerable en la decisión de los electores tres días más tardes, en el momento de depositar la papeleta en las urnas.
Mucho más cuando ha quedado probado que el Partido Popular de José Mª Aznar, al que todas las encuestas daban como vencedor la víspera del 11 de marzo, intentó utilizar en su beneficio esta emoción, manipulando la información, ocultando los indicios que llevaban a la pista islámica y acusando hasta el último momento a su "enemigo preferido", la ETA.
Mientras el país permanecía bajo la impresión de los atentados, la campaña electoral fue suspendida. Sin embargo fue sustituida por una verdadera guerra de información.
Con el fin de engañar a la opinión, el partido popular recurrió a la fuerza de choque de los medios gubernamentales (en particular las cadenas de televisión públicas), así como a la influyente red de medios cómplices (El Mundo y La Razón, la cadena COPE, etc.).
Frente a la información oficial, el escepticismo de muchos ciudadanos era transmitido por diarios como El País o El Periódico y emisoras de radio como la SER. Por otra parte, la gente expresaba sus dudas a través del correo electrónico, de los "chat" y de los teléfonos móviles en forma de millones de mensajes. Así se formó en unas horas (la batalla comunicativa decisiva tuvo lugar el sábado 13 por la tarde) una eficaz red de resistencia antimentiras y de contra información que consiguió movilizar a cientos de miles de electores. Su voto dio la victoria al Partido Socialista Obrero Español y a su candidato, José Luis Rodríguez Zapatero.
Una de las lecciones morales que debemos sacar es la excepcional sensibilidad de los ciudadanos ante las manipulaciones mediáticas. La gente, en España o en cualquier parte, ya no soporta que le engañen y denuncia la deriva falseadora de los medios de comunicación como uno de los problemas más graves de la democracia contemporánea.
El partido popular había abusado ampliamente del control de la información. Tanto para difundir las mentiras que justificaban su participación en la guerra de Irak, a la que la mayoría de la población se oponía, como para disimular su responsabilidad en la catástrofe ecológica del Prestige. Seguramente pensaba que gracias a la hipnosis mediática creada por un atentado tan cruento, una mentira más colaría perfectamente. Pero la revuelta comunicativa de los ciudadanos ha hecho que muerda el polvo.
En cuanto a la caída de Aznar, que algunos en Francia, en vísperas del 11 de marzo, no dudaban en presentar, escrutando a "Sarkozy el nuevo", como un modelo para la derecha, su infortunio debería recordar el sabio consejo que los Antiguos solían dar a los dirigentes políticos, sobre todo cuando estos eran arrogantes: "La roca Tarpeya queda cerca del Capitolio (2)".
Notas:
1.- Cf. Paul Virilio, Ville panique, Galilée, Paris, 2004. Véase en particular el capítulo titulado "La démocratie d'émotion" (La democracia de emoción), p. 35.
(2) La colina del Capitolio era el centro religioso de la Antigua Roma. Este era el sitio en donde los vencedores recibían los honores del triunfo. En la cima del Capitolio se encontraba la roca Tarpeya, desde la que se arrojaba a los dirigentes condenados a muerte por traición.