La leyenda de las dos Torres

Jorge Jiménez

Revista Kasandra.org

Setiembre 2001

Milenios después de que Yavé confundiera las lenguas en Babel y dispersara a los hombres por la faz de la Tierra, obligándoles a dejar la Torre y la Ciudad inconclusa, un pueblo nuevo ocupó un continente desconocido en los tiempos remotos. Ese pueblo finalmente se volvía a agrupar después de la Gran Dispersión que se indicara en el Génesis. Sus Tetrarcas y Faraones Imperiales quisieron reemprender el vetusto proyecto. Pero esta vez tomaron precauciones astutas y efectivas. Y razonaron así: "Yavé ya confundió las lenguas y nos dipersó por la ancha espalda de la Tierra. Cedimos en nuestro empeño por alcanzar los cielos y desde entonces Yavé descansa y envejece..." Entonces se dijeron unos a otros: "Construyamos una ciudad con dos Torres que lleguen hasta el cielo; así coronaremos nuestra fama, desde ahí gobernaremos el mundo entero, el mundo que Yavé nos otorgó al propiciar nuestra dispersión y la multiplicación de las lenguas". Pero los Tretarcas y Faraones Imperiales eran sagaces y hablaron de este modo: "Yavé ha envejecido y ha descuidado las andanzas de los hombres sobre la Tierra. Conspiremos y tendamos una celada al anciano". Emprendieron, entonces, una embajada para agasajar a Yavé. El arcaico Dios recuperó su vanidad juvenil y accedió a las lisonjas humanas. Los embajadores embriagaron a la deidad y la decapitaron. Volvieron a la Tierra y dijeron al Concejo de los Tretarcas y Faraones Imperiales: "Hemos cumplido nuestra embajada, ¡Dios ha muerto!" Con paso firme y seguro, entonces, emprendieron el proyecto y se dijeron unos a otros: "Esta vez construyamos dos Torres, la una será el espejo de la otra y ya nada podrá destruirlas". La ciudad prosperaba y el pueblo se arrobaba viendo el ascenso imparable de las Torres. Para su edificación arrancaron metales de las entrañas de la Tierra, templaron cristales impolutos en factorías lejanas, emplearon brazos de pueblos sojuzgados, amasaron concretos y ladrillos extraídos con dolor y penas muchas. Los Tretarcas y Faraoones imperiales sustituyeron al derrotado Yavé por Hermes, Dios del comercio y del robo, Dios de la acumulación y del orgullo
ostentoso, y le ofrendaron billetes que decían en su idioma "In God we trust". Las Dos Torres campearon victoriosas por décadas, llevaron el nombre de Hermes y se proclamaron indestructibles.
Una mañana del milenio nuevo, Yavé resucitó, envió dos lenguas de fuego y derribó las Dos Torres... el viejo Dios Iracundo les dejó este mensaje:
Yavé os ama.

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