Otros tres soldados estadunidenses mueren en una emboscada en las afueras de Mosul
Los hijos de Hussein, ¿nuevos mártires?
Robert Fisk
La Jornada - Rebelión
26 de julio del 2003
Bagdad, 24 de julio. Los árabes jamás le han hecho ascos a la muerte. La ven muy a menudo. Somos nosotros los occidentales -con nuestros peligrosos y conquistadores ejércitos y nuestra fácil identificación del mal- los que nos sentimos afectados en nuestras fibras morales a la vista de la foto de un cadáver en la morgue. No puedo pensar en ningún iraquí -o en ningún palestino o libanés, para el caso- que no haya visto con sus propios ojos las víctimas decapitadas de incursiones aéreas y matanzas, cadáveres de soldados despedazados por los perros en los desiertos de Irak, o las fosas comunes del Kurdistán. Como El Bosco o Goya, lo han visto todo.Así pues, la mañana de este viernes los iraquíes saldrán en masa a las calles de Bagdad a mirar las fotografías de Uday y Qusay, que pronto se volverán iconos, y su reacción será muy diferente a la que muchos de nosotros esperamos. Algunos dirán sí, son ellos, los hermanos terribles, los "cachorros de león" del monstruo de Bagdad. Eso, por supuesto, es lo que los occidentales queremos que digan. Y otros preguntarán -buena pregunta, por cierto- ¿por qué no pudimos verlos ayer, o el miércoles?
Otros más rumiarán la vieja creencia árabe en el moamarer, el complot, la conspiración. ¿Acaso los estadunidenses se tardaron porque falsificaban las fotografías? ¿Digitalizaron los rostros de los hermanos para hacerlos aparecer muertos cuando en realidad están vivos?
Pensemos, por ejemplo, en la herida de bala en la cabeza de Uday, la que le arrancó los dientes y parte de la nariz. A muchos iraquíes les habría gustado hacer ese disparo fatal. Pero ¿y si Uday se quitó la vida en vez de rendirse al enemigo? ¿Y si cayó combatiendo y guardó su última bala para sí mismo? Es una idea atractiva a la naturaleza tribal de la sociedad iraquí: han pasado la vida combatiendo a extranjeros. ¿Acaso Uday no hacía lo mismo?
Y la historia, que tiene una forma poco agradable de reorganizar el más ensayado de los acontecimientos, podría conspirar para convertir estas fotografías en imágenes de mártires. Que es, con seguridad, lo que harán los milicianos baazistas. Sí, los hermanos tal vez eran crueles. ¿Pero cobardes? Ese será el mensaje.
En otras palabras, la publicación de estas fotografías resultará una pincelada de genio... o un error histórico de consecuencias catastróficas.
Las autoridades de ocupación analizan la idea de colocar las fotos por toda Bagdad. Pero tengamos por seguro que pronto se les usará como imágenes de mártires en carteles que llevarán un mensaje un tanto diferente: "esta es la obra de los estadunidenses". "La obra de los ocupantes." Y aquí, sospecho, es donde vendrá el problema. Queremos mostrar pruebas de que nuestros enemigos han desaparecido. Publicamos fotografías del cadáver de Himmler para demostrar a los alemanes que el Reichsfuhrer de las SS en verdad se había suicidado. Notemos aquí, de paso, que siempre nos hemos referido a los monstruos de la Alemania nazi por sus nombres familiares, en la misma forma en que llamamos familiarmente a los monstruos de Irak por su primer nombre, como primos horribles y no como torvos asesinos. Pero ni siquiera se trata de eso.
Porque en Irak, sospecho, habrá un número cada vez mayor de hombres jóvenes que en esas fotos verán no la necesidad de plegarse al cambio de régimen, con la conciencia de que pueden creer en un nuevo porvenir, sino la de cobrar venganza en los extranjeros que ocupan Irak, para evitar nuevas humillaciones y ocupaciones. Tal vez no hayan sido baazistas. Tal vez hayan odiado a los hijos de Saddam. Pero la muerte puede acarrear a los caídos un notable cambio de fortuna.
Y es que la vida cotidiana en las calles de Bagdad no inclina a los iraquíes a amar a sus nuevos ocupantes y aceptar con mansedumbre la "democracia" que queremos imponerles sólo porque podamos demostrar que sus viejos amos están muertos.
Por ejemplo, mencionaré el momento de este jueves en que Mohamed Eadem metió la llave en la cerradura de la morgue del hospital Kindi, se tapó la nariz con un pañuelo desechable y abrió la puerta de una gran congeladora para mostrarme dos atados de restos humanos, algo infinitamente peor que las últimas fotografías de Uday y Qusay. Allí en el piso yacían las víctimas olvidadas de este día en la guerra de Irak, un montón de huesos ennegrecidos y carne incinerada en bolsas de plástico.
Tres soldados estadunidenses más perecieron hoy en una emboscada en las afueras de Mosul: la venganza llega rápido en esta peligrosa nación, porque esos hombres de la división aerotransportada 101 murieron escasas 36 horas después de que los hijos de Saddam fueron abatidos en un lugar cercano. Los dos cuerpos empequeñecidos en la morgue del hospital Kindi permanecían sin identificar y sin que nadie les prestara atención, una razón más de que los iraquíes detesten a sus ocupantes.
Claro está que este día nos dedicamos al asunto de las fotografías y a las muertes de los estadunidenses. La división 101 era la misma unidad que acabó con Uday y Qusay Hussein el martes, y había cierta probabilidad de que los guerrilleros que emboscaron al convoy cerca de Qayarah actuaran en represalia: de hecho, esta tarde hubo noticias de otra emboscada a estadunidenses en el suburbio bagdadí de Doura, en la que un vehículo militar Humvee fue volado por una mina terrestre.
En cambio nadie se molestó en preguntar por los dos iraquíes asesinados a tiros por los estadunidenses en la ciudad perdida de Hay al-Gailani. Esta mañana, a las 7, dos hombres cometieron el crimen de cruzar con su vehículo una cerca de alambre de púas tendida sobre un camino en el que soldados estadunidenses habían colocado de pronto una barricada. "No se detuvieron en un puesto de revisión", fue la explicación dada por esas muertes -sometidos a ataques cotidianos, los estadunidenses consideran que ese es un error fatal-, aunque pocos podían imaginar el horror que yacía detrás de esas palabras.
En Hay al-Gailani habitan los más pobres de los pobres de Bagdad; es un lugar de ruinosas cabañas de madera y casas de adobe que datan del siglo XIX, de albañales abiertos donde caminan descalzos niños de cabello cenizo.
Así pues, a las 7 de esta mañana venían dos hombres por el camino. No se detuvieron. Los estadunidenses acribillaron su automóvil, que estalló en llamas. Y luego los soldados simplemente se marcharon. Durante media hora el vehículo ardió sin control. Nadie sabe si sus ocupantes iraquíes ya habían perecido por los balazos o si fueron quemados vivos.
Lo que resulta claro es que los hombres y mujeres de Hay al-Gailani tuvieron que esperar hasta que el vehículo se enfriara para poder sacar de los achicharrados asientos delanteros los terribles restos humanos. "No eran más que huesos y carne", me dijo Eadem. "Y por supuesto no quedaba ninguna identificación, pues hasta las placas del auto se quemaron, así que nadie tenía idea de quiénes eran estos hombres y a los soldados desde luego no les importaba."
Cuatro pobladores de Hay al-Gailani se presentaron en el hospital a las 10:30 horas con bolsas de plástico en las que llevaban los restos. Ningún soldado estadunidense visitó la morgue o llamó para preguntar por la identidad de los hombres que sus compañeros acababan de matar, aunque en algún lugar de Bagdad esta noche debe haber parientes que se pregunten por qué sus seres queridos no han regresado a casa. El auto quedó abandonado a media calle, perforado por las balas, rodeado por multitud de enfurecidos iraquíes que golpeaban el toldo con los puños. Los estadunidenses dejaron hasta su alambre de púas enroscado alrededor del vehículo.
¿Habrá una mejor manera de reclutar más hombres para la batalla contra la ocupación? Por supuesto, los únicos cadáveres que interesaban a los estadunidenses son los de Uday y Qusay. En cuanto a los restos en la morgue del Kindi -y ninguna foto de ellos, por favor-, al viejo Mohamed Eadem lo asaltó una idea.
"A veces tengo corazonadas acerca de los muertos que traen aquí", me dijo. "Tengo la impresión de que los hombres que venían en ese auto eran hermanos. No sé por qué. Es una sensación."
De cualquier modo, eran hermanos por los que ningún estadunidense tenía interés... y de cuya muerte ningún iraquí sería informado.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya