Entre la batalla y la pantalla
Los medios pretenden convertir la guerra en un mero espectáculo
Carlos Powell
Rebelión
24 de marzo 2003
Primero fue lo de aquél ultrajante concepto de "guerra humanitaria". Ahora, con esta aberración de la "guerra preventiva", lanzada después del 11 de septiembre por Washington, y reforzada por la Ley Patriótica, que otorga amplio margen de maniobra al Presidente Bush, algo -algo importante- ha cambiado también en la cobertura mediática oficialista estadounidense de la guerra. Entre la cobertura de las dos guerras anteriores, Kuwait y Afganistán, y la de esta invasión que comienza en Irak en estos días, hay diferencias considerables. Me parece que el punto central de este nuevo enfoque es lograr hacer pasar a un segundo plano al soldado de carne y hueso, a ese muchacho anónimo y humilde que siempre va a los frentes de guerra y aunque gane su país, él siempre pierde. Cómo se está articulando este cambio mediático, es el punto de vista que quisiera defender en este artículo.Si usted pasa de la transmisión de un partido de la liga de basketball de Estados Unidos a la cobertura de la invasión de Irak por tropas anglonorteamericanas, no verá mucha diferencia, excepto que en el baloncesto las estrellas meten pelotas en un aro y en este otro juego el aro son edificios y la pelota son bombas. La cancha principal donde se juega este partido es una ciudad donde viven 5 millones de civiles que, por lo demás, no quieren ver el partido. La idea, sin embargo, es que todos (y particularmente el telespectador estadounidense) presenciemos un espectáculo horrendo un poco como si estuviésemos ante una contienda deportiva.
Claro, habrá un ganador y un perdedor, pero no veremos muertos desangrándose o hinchándose al sol, o devorados por las aves de rapiña. Nosotros, explican los militares de la coalición, hacemos la guerra por obligación, por humanismo, pero no somos salvajes. Nuestra guerra es limpia, y si matamos, es por error de cálculo o por accidente. Por esta vía pues, la guerra ya no sería inhumana ni salvaje. Sería un poco como mostrarnos un partido de básquetbol donde los jugadores no transpiran. Imposible. La transpiración de la guerra es la sangre.
De manera general, lo que a mi juicio más se ha intensificado es el aspecto "soft" o "light" de la actividad bélica y esto tiene que ver con ese importante deslizamiento del enfoque que mencioné antes: desplazar la imagen del soldado a un segundo plano en las pantallas. Sabemos que en el imaginario colectivo estadounidense no dio buenos resultados mostrar tanta carnicería en las guerras anteriores, y gradualmente se ha ido buscando la manera en que el espectáculo esté a la vez omnipresente en los televisores (porque se vende muy bien), pero que sea soportable para las grandes mayorías norteamericanas convencidas de que su país está llevando el bienestar y la libertad a todos los rincones del mundo.
Entonces, ¿Quién está ocupando en la pantalla el espacio del soldadito?
Los comunicados oficiales que emanan del Estado Mayor conjunto -que repiten y agrandan sin cesar los narradores y comentaristas oficialistas estadounidenses-, están permanentemente exaltando las virtudes "increíblemente" superiores de las armas de última generación: el poder "letal" de un tanque, la "inteligencia" de una bomba, la "increíble precisión" de un misil de un millón de dólares lanzado desde un portaaviones, la "discreción operativa y la alta tecnología de punta" de un avión espía y la "autonomía" y "versatilidad" de un caza-bombardero. Incluso, un comentarista militar llegó a decir, con total impudicia, que la bomba "inteligente" reúne tantas características "positivas", que se le pueden aplicar las tres B de "buena, bonita y barata" (sólo cuesta 350 mil dólares, pero no sé cómo justificaría los otros dos adjetivos).
Dicho de otra manera, misiles, tanques, aviones, buques porta-aviones, submarinos y bombas teledirigidas por satélites están siendo expuestos como las estrellas del equipo, las que meten infaliblemente el balón en el aro. No es que el soldadito esté desapareciendo del campo de batalla, sino simplemente del primer plano de la pantalla de televisión. Así, debidamente educadas, las multitudes tendrán que idolatrar no ya a héroes de carne y hueso, sino a aparatos ultrasofisticados. Aunque los tiempos no son modernos, sino patéticamente postmodernos, todo esto nos recuerda la pantomima aleccionadora de Charles Chaplin.
El amarillismo periodístico de la carnicería de las guerras, obviamente es algo perverso. Pero actúa sobre un mecanismo mental humano que se presta a ello, el morbo latente en cada uno de nosotros. En cambio, este inédito hecho mediático que consiste justamente en lo contrario (esconder la carnicería), paradójicamente me parece más perverso y peligroso aún que la morbosidad amarillista, porque es una estrategia de Estado fríamente calculada por un grupo de personas en detrimento de millares de otras. Porque su objetivo manifiesto es omitir esa parte que necesitamos para comprender el todo.
Aún así, esto tiene otra dimensión. Al enfocar de esta manera enfática y repetitiva los atributos del soldado y no al soldado mismo, al atribuirle a los atributos del guerrero las virtudes del guerrero, se trastocan los papeles, y el ser humano pasa a ser un atributo de las armas, un ayudante, un elemento secundario. Parece insultante que nos hablen de una bomba "inteligente", pero es una manera eficaz de desplazar al ser humano que la manipula, como si nos dijeran que ese artefacto no necesita de nadie para hacer "su trabajo", cosa que ya he oído decir a algunos comentaristas norteamericanos.
¿Se le puede hacer creer a la gente que no es Michael Jordan el artífice de su genialidad, sino la marca de sus zapatos deportivos, la tela de sus pantalones o, peor aún, que no es él quien acierta en el aro, sino el balón por sí mismo, dotado de inteligencia y autonomía? Si así lo repitieran, descaradamente, durante horas, los comentaristas deportivos, entonces aquellas personas que tienen como única relación con el deporte (y con el mundo) el aparato de televisión y ven en los locutores de estos medios a sacerdotes indiscutidos, terminarían, muy probablemente, por tragarse el cuento. Esto es, tristemente, lo que sucede entre millones de personas en Estados Unidos. Sucede en muchos otros países también, pero es en este país poderoso militarmente donde acceden a la presidencia individuos de la calaña de George W.
Bush. Que además no llegó a su sitio en elecciones limpias (véase "Supreme Injustice: How the High Court Hijacked Election 2000", Alan Dershowitz, OUP) Detrás de las imágenes de armamento ultrasofisticado con que nos están saturando, recordemos que hay soldaditos de carne y hueso. Y que detrás de esta fachada aséptica, la guerra sigue siendo una sucia carnicería humana. A pesar de todo el equipo que lleva encima, el soldadito que recibe un proyectil se desangra igual que cualquier otro ser humano.
Y al final, nos mostrarán imágenes de la soledad del desierto, con algunos vehículos en llamas o ya carbonizados, alguna edificación humeante, dispersos aquí y allá, como esas bolsitas de popcorn que quedan desparramadas en el suelo cuando se han ido los fanáticos. No habrá entonces tiempo para muchos comentarios profundos, porque en la agenda de este espectáculo hay otros juegos que esperan, en otras canchas del mundo.