EEUU: Entre el ser y la nada
Julio Yao
marzo 2003
El título original de este artículo era, "¿Por qué
Irak?". Mas, tras
recapacitar que poco o nada podríamos añadir a lo
ya dicho
brillantemente por Noam Chomsky, Samir Amin,
Eduardo Galeano, Ignacio
Ramonet, John Le Carré, Ramsey Clark, el senador
Robert Byrd y tantos
otros, sobre los motivos del lobo, sentimos como
aguijonazo ético la
necesidad irrefrenable más bien de compartir
ciertas reflexiones, ahora
que estamos (sí, estamos) al borde del precipicio;
es decir, entre el
ser y la nada.
Lejos han quedado las amargas, pero ciertas
advertencias de que la
administración Bush ha restaurado una versión
empeorada del "Destino
Manifiesto", que los llevó a creer que EE.UU.
tenía un "Mandato de la
Civilización" impuesto a ellos por el mismísimo
Dios para "civilizar a
los salvajes". Bush dijo, recientemente, que sus
soldados deben
prepararse para actuar en los "más oscuros
rincones del planeta"
(refiriéndose a nosotros los pobres, los
"condenados de la Tierra", los
que no tenemos derecho a la existencia).
Lejos también (más no tanto), quedan las
acusaciones de que la
administración Bush ha rendido póstumos honores a
Adolfo Hitler, al
reeditar -enriquecida en modo superlativo- la
"doctrina" del derecho de
emplear la fuerza contra países enemigos o
percibidos como tales, y
contra pueblos y razas inferiores, indeseables,
fracasados:
descartables.
La nueva Doctrina de Estrategia de Seguridad
Nacional, uno de cuyos
pilares es el concepto nazifascista de "Guerra
Preventiva", anterior a
Atila, ha llevado a la administración Bush a
considerar seriamente una
salida kafkiana para coronar en Irak su insaciable
ambición de ser los
amos del planeta, con el empleo de armas nucleares
(sí, la "solución
Hiroshima") en Irak, región de (aunque les duela a
algunos) "Las Mil y
Una Noches".
Lo malo es que no sólo acabarán con "Alí Baba y
los Cuarenta Ladrones":
también matarán a Aladino, al genio de la lámpara
y al viejo que la
pregonó como cualquier chuchería por las calles
perdidas del Oriente.
De paso, también enviarán a la pira aquella
alfombra mágica con que,
desde niños, aprendimos a hacer volar nuestras
fantasías. El Aguila de
las Huevos de Oro, de esas narraciones orientales,
también morirá en
las garras de esta otra Aguila que, igual, morirá
en el intento.
¡Bárbaros!
Aunque parezca lo mismo morir de bala que
desaparecer en un holocausto
radioactivo, en el fondo existe una pequeña pero
radicalmente
importante diferencia: la bomba atómica borró toda
distinción entre
guerra y aniquilamiento, entre las artes y
ciencias marciales y el
asesinato que, en el caso de Irak, será genocidio.
Y no es que no pueda
llevarse a cabo un genocidio con armas
convencionales (como lo
practicaron en Panamá, Irak, Libia, Yugoslavia,
Afganistán) o con armas
económicas (como lo ejecuta diariamente la
pandilla de Davos contra los
"condenados de la Tierra".
¿Quiénes, en efecto, son los bárbaros? La Unión
Soviética tuvo (y Rusia
tiene aún algunos misiles) arsenal atómico
suficiente para destruir a
Estados Unidos y el mundo varias veces, pero nunca
lo empleó. La
República Popular China, tan vilipendiada por
Occidente por su
"comportamiento" en derechos humanos, hizo
voluntariamente la promesa
pública - al hacer estallar su primer artefacto
nuclear - (1) que China
jamás emplearía misiles atómicos contra países
carentes de armas
nucleares y (2) que China jamás atacaría con
misiles atómicos a
potencias nucleares salvo en defensa propia; es
decir, en caso de ser
agredida.
EE.UU., en cambio, ha fundido la política nuclear
con las armas
convencionales, colocando este arsenal combinado
bajo la
responsabilidad, perdón, la disposición, de Donald
Rumsfeld, un
frenético, histérico, fanático y piromaníaco
halcón que no abriga
aprehensiones ante la Historia y que está
considerando seriamente
lanzar una lluvia atómica sobre Irak. Sobre Irak,
¡que en doce años de
incursiones aéreas de EE.UU. y Gran Bretaña, no ha
derribado un solo
avión!
La diferencia que va de una política nuclear
asesina a una política
nuclear disuasiva o defensiva puede ser la misma
que distingue a las
genuinas o verdaderas civilizaciones de aquellas
meras construcciones
temporales de poder que, de tiempo en tiempo, se
asoman a lo largo de
la Historia sin un sustento sólido que les asegure
una permanencia, un
sitio en el futuro de la Humanidad.
Por eso, y por muchas otras razones (ponemos un
ejemplo) China ha sido
y es una civilización para la Humanidad. En
cambio, EE.UU. todavía es
una mera construcción del y desde el poder
temporal, carente de
identidad profunda y de compromiso ético consigo
mismo y hacia la
Humanidad: un Poder material que quiere negar el
derecho a la "otredad"
tanto a otros como a su propia nación. Y es que,
cuando Bush se planta
ante el Mapa Mundi, lo único que ve es un enorme
espacio colmado con la
bandera de EE.UU.
No es extraño, entonces, que el dilema que nos
mantiene al borde del
precipicio sea el mismo que comprendió Rosa
Luxemburgo a principios de
siglo cuando gritó: "¡Socialismo o barbarie!",
igual al que, décadas
antes, Domingo Faustino Sarmiento en Argentina
intuyera al titular su
obra: "Civilización o Barbarie". Tampoco es
casualidad que una voz de
la otra dimensión nos haya confirmado que el
propósito estratégico de
la administración Bush consiste en apoderarse del
petróleo de Irak y
del planeta restante para ulteriormente negárselo
a la República
Popular China, cuyo desarrollo vertiginoso la está
convirtiendo en un
espacio económico alternativo.
Esta actitud es perfectamente compatible con el
principal objetivo
declarado de Estados Unidos en Asia: impedir que
surja en Oriente una
superpotencia. Así, mientras EE.UU. lucra del
mercado chino, también
toma medidas para evitar el fortalecimiento
militar de China. De allí
la ocupación de Afganistán, el boicot de EE.UU. a
la reunificación
pacífica de las Coreas, el rearme de Japón, la
militarización creciente
de Taiwán, la ocupación militar de EE.UU. en ex
repúblicas soviéticas
cercanas a China y la agresión a Irak.
Además, durante las últimas décadas, en los
institutos, colegios y
academias de guerra de Estados Unidos, sus
estrategas, soldados y
oficiales, se ejercitan en sus "juegos de guerra",
en sus simulacros,
contra un potencial enemigo: China.
Sin embargo, el dilema de "El Ser o la Nada" que
confronta EE.UU. no
depende exclusivamente de un suicidio nuclear en
torno al Celeste
Imperio: tiene que ver con algo más inmediato como
la destrucción de
las Naciones Unidas, de las alianzas con la Unión
Europea y la OTAN, el
demoronamiento del orden geopolítico, la
desestabilización e
inseguridad del mundo, todo ello ocasionado por
las urgencias
estomacales de las petroleras de las que Bush,
Cheney, Rumsfeld y
Condoleeza son ejecutivos y generales. ¿Qué
sobrevivirá de aquel EE.UU.
que conocimos, después de Irak?
Los pueblos del mundo, y el de Estados Unidos en
especial, tienen la
responsabilidad de convertir a esta hiperpotencia
en una verdadera
civilización de paz y progreso humano y de evitar
que la locura y la
ceguera aposentadas en Washington borren las
contribuciones que sus
grandes mujeres y hombres, estadistas, pensadores
y políticos, han
hecho a la Humanidad. Son nuestros sinceros
deseos, desde un oscuro
rincón del planeta.
*El autor es presidente del Servicio Paz y
Justicia en Panamá
(Serpaj-Panamá) y fue Asesor de Política Exterior.
(julioyao@pa.inter.net)