La guerra como causa y efecto de la crisis mundial. La autofagia del capitalismo

Jorge Beinstein

Rebelión.org

30 de abril del 2003


Han sido muy difundidas las declaraciones el pasado 2 de abril de James Woolsey, ex director de la CIA bajo la presidencia de Clinton y figura clave en el equipo de Bush dedicado a la administración de Iraq, pronunció una conferencia en la Universidad de California (1). El tema central fue por supuesto la guerra en curso en ese momento. El conferencista lanzó al auditorio sus hipótesis estratégicas. La más espectacular fue que "Estados Unidos está embarcado en la Cuarta Guerra Mundial, que se prolongará durante mucho tiempo", para agregar luego:"considero que esta guerra será más larga que la primera y segunda. Espero que dure menos que los más de cuarenta años de la tercera, la guerra fría". Más adelante señaló a los principales enemigos de Norteamérica en esa contienda: "los dirigentes religiosos de Irán, los regímenes de Siria e Iraq y los extremistas islámicos como los de Al-Quaeda", agregando:

"avanzamos hacia un nuevo Medio Oriente en una marcha que continuará varios años, y yo creo, lo hará por varias décadas, poniendo nerviosa a mucha gente, como el presidente egipcio Hosni Mubarak o los dirigentes de Arabia Saudita, que tendrán que elegir de que lado están".

La guerra El discurso se sumerge en las tesis conocidas acerca del choque de civilizaciones, en la línea argumental de Huntington (2), pero focalizada por los halcones norteamericanos en el mundo islámico, una área territorial gigantesca que abarca desde el Océano Atlántico, en el borde occidental de África hasta el Océano Pacífico, llegando a las Filipinas, pasando por el Medio Oriente, Paquistán e Indonesia, incluyendo a más de 1300 millones de personas y extendiéndose al conjunto del planeta con minorías musulmanas significativas y/o en expansión (como en América Latina y Europa). Un bocado demasiado grande para Estados Unidos, en plena declinación económica. Sin embargo todo parece indicar que la mirada codiciosa del águila imperial se extiende mucho más allá de ese espacio, hostilizando a Corea del Norte, con alta probabilidad de agravación del enfrentamiento, incluso llegando a la etapa bélica dentro de poco tiempo. Mas aún, el embajador estadounidense en la República Dominicana, Hans Hertell, acaba de declarar que la invasión a Iraq "va a mandar una señal muy positiva y es muy bueno el ejemplo para Cuba", señalando también que su país estaba embarcado "en una cruzada liberadora que abarcará a todos los países del mundo incluida Cuba" (3). La cuarta guerra mundial proclamada por Woolsey asume entonces la características de una extendida ofensiva armada contra la periferia (4) que se va plagando de bases militares de Estados Unidos, donde se han ido multiplicado los frentes de intervención directa, como en Yugoslavia, Afganistan y ahora Iraq, o más o menos encubierta como en Colombia y Filipinas. Dicha ofensiva tiende a controlar mercados empobrecidos, recursos naturales y posiciones geográficas estratégicas, eliminando estados insumisos.

Desestructuración periférica Cuando el plan imperial triunfa, la sociedad sometida es desestructurada, por el pillaje o la simple destrucción de infraestructuras físicas e instituciones estatales, que no son por lo general reemplazadas por administraciones coloniales o dependientes abarcadoras (controladoras) del conjunto de la población, buena parte de la cual queda a la deriva. La experiencia muestra que los países aplastados han devenido ruinas sin recuperación a la vista, donde ni siquiera se produce una reconversión productiva integrada a las necesidades económicas del Imperio. Es el caso de Serbia donde el gobierno colaboracionista se quedó esperando la ayuda financiera prometida por Occidente que nunca llegó. O el de Afganistán donde las tropas invasoras ocupan unos pocos lugares, como el centro de Kabul, dejando el resto en manos de jefes militares locales o en completa anarquía, haciéndose presente de tiempo en tiempo con bombardeos contra focos hostiles o como represalia a los ataques de la resistencia.

No estamos ante el colonialismo del siglo XIX, que destruía a las sociedades preexistentes para reconvertirlas por lo general como proveedoras de materias primas, integrándolas a una división internacional del trabajo emergente.

Podría suponerse que en el caso de Iraq será distinto. Sin embargo todo indica que esa tragedia confirmará la tendencia general.

Difícilmente se producirá un boom petrolero colonial en Iraq, ello sería posible si la economía mundial llegara a reactivarse absorbiendo mayores precios y cantidades de dicho producto. Pero nos encontramos ante una recesión global duradera de carácter deflacionaria. Una sobreproducción de petroleo deprimiría sus precios perjudicando a las transnacionales del sector, y golpeando a economías petroleo-exportadoras como las de Kuwait o Arabia Saudita, desestabilizando todavía más al Medio Oriente. De todos modos la renta petrolera iraquí ya no será acaparada por ese estado nacional, que acaba de ser destruido, sino en primer lugar por las empresas explotadoras anglo-norteamericanas (que se llevarán la parte del león), luego por el estado norteamericano, que cobrará algún tipo de tributo que compense los gastos de la invasión y la larga ocupación previsible, y finalmente por la administración colonial que hará una distribución del magro resto priorizando los apetitos de los rapiñeros locales y dejando en ultimísimo lugar a las necesidades de la población sumergida, la abrumadora mayoría.

Generalizando el fenómeno es posible vincular la destrucción guerrera en curso con la degradación del conjunto de la periferia desde los años 80 y exacerbada en los 90: Proceso que afectó negativamente a la demanda mundial, agravando la crisis internacional de sobreproducción.

La depredación periférica, principalmente financiera, compensaba la declinación o el estancamiento de los beneficios en la economías centrales, permitía a las empresas globales seguir a flote, pero al mismo tiempo degradaba una fuente decisiva de esas ganancias: el tercer mundo. Los dráculas imperiales necesitan más y más sangre para vivir y la extraen a los pueblos subdesarrollados, pero al hacerlo matan o debilitan de modo extremo a sus víctimas, lo que los hace más voraces y desesperados, provocando el desastre general, incluido el de los vampiros en penuria de alimentos.

Es la dinámica parasitaria del capitalismo global integralmente atrapado por la telaraña financiera.

La anexión y pillaje de la ex URSS y la Europa del Este, se inscribe en ese panorama de desastre periférico. Sus burocracias creyeron o hicieron creer a importantes sectores de sus poblaciones que la instauración del capitalismo era la entrada al Primer Mundo, la multiplicación de empresas, exportaciones y consumos. Pero esos países no ingresaron a la esfera de los negocios productivos sino a la nueva y ascendente corriente de la especulación financiera global, de los veloces saqueos macroeconómicos: El viejo capitalismo productivo de Keynes había cedido hacía mucho tiempo la hegemonía a las tramoyas financieras y mafiosas de George Soros. Entonces su acercamiento a la economía de mercado significó abrirle la puerta de par en par a la criminalidad económica externa. Que por supuesto era anticipada por la avanzada putrefacción burocrática interna, que encontró en la primera su ideal de vida.

Enfrentamientos en el Primer Mundo La crisis ha significado no solo mayor belicosidad contra la periferia sino al mismo tiempo la irrupción de nuevas y viejas rivalidades al interior del Primer Mundo ante un mercado global en desaceleración. La euforia financiera de los años 90 lo anticipó, la misma no era en esencia otra cosa que la apropiación por vía especulativa de los ingresos de la producción existente. La pelea por mercados, fuentes seguras y baratas de materias primas y por tajadas en el saqueo de la periferia (capitalista tradicional o ex socialista) llevaba inexorablemente al incremento de los enfrentamientos entre las grandes potencias. La irrupción militarista norteamericana aceleró dicho proceso. La guerra contra Iraq ha sido al mismo tiempo el fin de la fraternidad occidental, expresada por la muerte de organizaciones heredadas de la época de la guerra fría, como la OTAN, las Naciones Unidas, y casi seguramente el ocaso de otras instituciones como la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial e inclusive el FMI. Cuando Estados Unidos extiende sus protectorados coloniales y bases militares a lo largo del Asia Central, en torno de la Cuenca del Mar Caspio y llegando al Medio Oriente; está no solo estableciendo el chantaje petrolero contra Japón y la Unión Europea, sino también amenazando desde el sur a una potencia subdesarrollada como Rusia. Y luego al hostilizar a Corea del Norte busca desestabilizar al Asia del Este, encuadrar a Japón, acotar a China. En respuesta a ello los dirigentes Francia y Alemania presionan contra Estados Unidos, amenazan con arrinconarlo en el plano económico, tejen alianzas con Rusia, dialogan con China, proclaman la búsqueda de una cierta autonomía militar. Es la lógica del todos contra todos, que ha descripto Wim Dierckxsens (5), expresión de la inviabilidad histórica del capitalismo. El circulo vicioso La recesión ha empujado al establishment norteamericano hacia el militarismo, pero es evidente que la escalada bélica le esta causando más crisis. Es altamente probable que su agravación incentivará aún más el empleo del superpoderío militar, para ganar a través de la guerra las posiciones perdidas por culpa de su declinación económica. Un verdadero circulo vicioso de guerra y crisis.

El déficit presupuestario estadounidense superaba en el actual ejercicio fiscal los 300 mil millones de dólares, el gasto militar adicional de más de 75 mil millones de dólares autorizado por el parlamento, acerca ese déficit a los 400 mil millones. Y los gastos militares seguirán seguramente aumentando...

Pasó desapercibido que al mismo tiempo que el Senado le permitía a Bush aumentar los gastos en 75 mil millones, cortaba brutalmente las reducciones fiscales que él había propuesto, del orden de los 650 mil millones de dólares durante diez años, a solo 350 mil millones. Con esa medida que beneficiaba principalmente a las fortunas más altas y a las grandes empresas, Bush pretendía reactivar la economía. Pero no solo el estado está sobre endeudado, también los están las empresas y las familias. La deuda total norteamericana (pública, empresaria y personal) equivale actualmente al 300% de su Producto Bruto Interno. Si el estado sigue inflando su deuda, hará subir tarde o temprano las tasas de interés, lo que sumado al enorme déficit comercial, causará más recesión, pudiendo precipitar una corrida global generalizada contra el dólar. La consecuencia sería un crack financiero estadounidense, con cesaciones de pagos incluidas. Ese fantasma ha empezado a recorrer (discretamente) el mundo financiero en los últimos meses, algunos expertos europeos han comenzado a comentar en voz baja el tema.

La tragedia está escrita, sus principales actores se preparan para el desenlace. La financiarización norteamericana y global estaba inscripta en la crisis de sobreproducción no resuelta desde comienzos de los años 70, dicha financierización significó no solo el desquicio económico (sobre equipamiento industrial, consumismo desenfrenado con ahorros personales iguales a cero, endeudamiento generalizado, delirio bursátil), sino también la degradación social e institucional, que desató al demonio del autoritarismo guerrero. Este último se presenta ahora como la tabla de salvación del Imperio, pero su dinámica lleva a la economía norteamericana a un callejón sin salida, no aporta reactivación (como ocurría en la remota época del keynesianismo militar) sino más recesión. La hiperproductividad de la industria de guerra significa que más gastos en armamento no implican más empleo sino sencillamente más déficit fiscal que pesa depresivamente sobre un estado abrumado por las deudas. La decadencia constituye un fenómeno irresistible. El postcapitalismo se acerca al escenario...


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(1) cable de CNN publicado en la página web rusa Irakwar el 4-4-2003 (www.irakwar.ru).

(2) Samuel P. Huntington, "El choque de civilizaciones", Paidos, Buenos Aires, 1997.

(3)Miguel Bonasso, "Topos y condenas", Página 12, p. 21, Buenos Aires, 13-04- 2003

(4) Andre Gunder Frank sostiene desde la primera guerra del Golfo (1991) que se está desarrollando una Guerra Mundial del Norte contra el Tercer Mundo. Ver en este número de "Enfoques Alternativos" su articulo "Los zarpazos del tigre de papel" (páginas 4 a 7).

(5) Wim Dierckxsens; "De la guerra global a la resistencia mundial", Enfoques Alternativos, nº 12, marzo 2003.

jorgebeinstein@yahoo.com


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