Supermercados:
¿nueva pesadilla campesina?
Silvia
Ribeiro
La
Jornada
8
de enero de 2005
Recientemente, la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio
y Departamentales firmó un acuerdo con la Confederación
Nacional Campesina, para comercializar "de forma directa"
la producción de miles de campesinos de esta organización.
Este modelo está aplicándose en forma creciente
por los grandes supermercados en todo el continente. ¿Será
la nueva panacea después de décadas de promover
el modelo de agricultura de exportación que ha tenido efectos
devastadores para los sectores campesinos?
En promedio,
solamente 10 por ciento de la producción agrícola
mundial va al comercio internacional. La mayoría de los
países produce casi todo lo que come dentro de las fronteras
propias. Lo que va al mercado internacional está fuertemente
controlado por un puñado de empresas trasnacionales en
cada sector. Así sucede con 90 por ciento del comercio
global de maíz, trigo, café, cacao y piña.
Producir para la exportación significa quedar en manos
de estas empresas, sus condiciones y las fluctuaciones de precio
del mercado internacional. Estos cambios afectan a todos los productores,
pero los de pequeña escala son los más expuestos:
la pérdida de ventas de una sola cosecha puede ser fatal
para su existencia como campesinos.
Complementariamente,
otro factor muy poderoso, actuando dentro de los países,
está aumentando la vulnerabilidad de los pequeños
productores: los supermercados.
Según
un estudio de Reardon, Berdegué y Farrington, de la Universidad
del Estado de Michigan1, desde 1990 se ha cuadriplicado el porcentaje
de los supermercados en las ventas directas al consumidor en América
Latina, alcanzando actualmente 50-60 por ciento del total. Al
principio las ventas eran mayoritariamente de productos no frescos,
pero este último sector está creciendo notablemente,
con fuertes repercusiones en la producción agrícola
interna de los países, incluyendo sectores que tradicionalmente
estaban en manos de campesinos y pequeños productores,
como frutas, hortalizas y lácteos.
A escala mundial,
los 10 mayores supermercados son, en orden de tamaño, Wal-Mart,
Carrefour, Royal Ahold, Kroger, Metro, Tesco, Costco, Albertson's,
Safeway e Ito-Yokado. Los tres primeros han invertido particularmente
en América Latina y, combinados, tienen entre 50 y 80 por
ciento de los mercados de Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica
y México.
El porcentaje
de ventas de frutas y hortalizas frescas en supermercados ha sido
históricamente menor que el de sus ventas de otros productos.
Por ejemplo, los supermercados tienen 50 por ciento del mercado
de ventas de alimentos en Argentina y México, pero solamente
30 por ciento de frutas y hortalizas. En Brasil tienen 80 por
ciento de las ventas generales y 60 por ciento de ventas de alimentos,
pero 50 por ciento de frutas y hortalizas. En Chile tienen 62
por ciento de las ventas generales, 50 por ciento de las ventas
de alimentos, pero solo 3-8 por ciento de frutas y hortalizas.
Básicamente esto se debe a que hay una tradición
de compras diarias de frutas y hortalizas y los consumidores prefieren
comprar en mercados o tiendas pequeñas en su vecindario,
donde conocen a quienes les venden y encuentran mejor calidad
y precio. Pero estas posibilidades están desapareciendo.
Para los productores
agrícolas, vender a un supermercado es una posibilidad
tentadora, por los volúmenes que significa. Pero plantea
muchas dificultades, ya que los supermercados, además de
volumen, piden plazos, regularidad, homogeneidad de los productos,
rutinas de empaque y otras, como triangulación con certificadoras
internacionales. Aunque esto estaba fuera del alcance de la producción
campesina, lo que los supermercados han promovido en los últimos
años, con subsidios o créditos públicos (de
gobiernos e instituciones como el Banco Mundial), o con inversionistas
privados, es la formación de asociaciones de venta para
proveerlos, con las que firman contratos. La parte oscura de este
negocio es que, una vez más, todos los riesgos los corren
los campesinos, y los resultados negativos ya están apareciendo
claramente.
Cuando los
campesinos no pueden cumplir con los plazos, o los productos no
cumplen con las normas "de calidad" exigidas por los
supermercados, pierden la venta, no pueden pagar sus créditos
"de modernización" y van a la quiebra. Es frecuente
que también hayan perdido las posibilidades de venta que
antes tenían -quizá otros puntos de venta desaparecieron
tragados por los supermercados-, y han orientado su producción
a un solo producto, lo que los deja en una indefensión
mayor a la que tenían en la producción más
pequeña y diversificada, dirigida a compradores locales
que aceptaban los productos aunque no tuvieran todos el tamaño
o el color "estándar".
Incluso pueden
perder la tierra y, paradójicamente, los que no van a engrosar
los cinturones de miseria de las ciudades emigran y a menudo terminan
como peones agrícolas, lejos de su tierra y su cultura,
en pésimas condiciones, posiblemente produciendo para los
mismos supermercados u otras trasnacionales. En la otra punta
de la cadena, los consumidores tienen menos, cada vez menos diversidad
y menos control sobre lo que comen.
* Investigadora
del Grupo ETC
1 Thomas Reardon,
Julio A. Berdegué y John Farrington, "Supermarkets
and farming in Latin America: pointing directions for elsewhere?",
en ODI Natural Resource Perspectives # 81, dic. 2002
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