Desafíos
a la nueva izquierda
Frei
Betto
El
Sucre - Rebelión
2
de febrero del 2005
Se cayó el ideario socialista, víctima de su pragmática
identificación con el progreso material. Lenín enfatizó
el socialismo como sinónimo de electrificación.
Los partidos comunistas en el poder se empeñaron en desarrollar
la infraestructura de sus respectivos países, pero sin
la misma atención a la formación de la sociedad
civil, la democratización de la estructura política
y la ampliación del mercado economicista.
Socialismo
debe rimar con emancipación humana, soberanía nacional
y, sobre todo, con felicidad personal. En el capitalismo que exalta
la competitividad, se acepta la lógica de que la felicidad
de uno se logra por la desgracia de muchos. Es otra vertiente
ética, enraizada en la solidaridad, la que hace al socialismo
radicalmente diferente. “De cada uno según su capacidad,
a cada uno según su necesidad”.
La
izquierda latinoamericana se ve desafiada ahora a volverse menos
leninista y más guevarista. La autocracia partidaria cede
el lugar a las emulaciones morales. Más lectura de Los
manuscritos económicos-filosóficos de Marx y menos
de El Capital.
La
ideología progresista ya no puede quedar reducida a una
teoría económica de naturaleza positivista. El socialismo
no puede ser proyectado como un capitalismo sin capitalistas.
Lo que significa que no puede ser organizado según patrones
de tecnología y modelos de consumo.
El
rescate de la ética, la transparencia en el trato de la
cosa pública, la tolerancia en las relaciones y la intransigencia
en los principios, el compromiso efectivo y afectivo con los sectores
más necesitados de la población: He ahí la
condición para una izquierda que pretenda recuperar su
credibilidad y su poder de humanización de la sociedad.
El
peruano José Carlos Mariátegui , que latinoamericanizó
el marxismo, denunció en sus escritos el culto supersticioso
de la idea de progreso. Interesado en superar el positivismo y
el determinismo, propuso un socialismo como “creación
heroica” a partir del pueblo, poniendo en el centro, en
América Latina, la cuestión indígena, el
universo campesino, la multitud de pobres, y no el prometeico
proletariado industrial. En resumen, más atención
al pueblo y menos rigor en la óptica de clase.
En
la actual coyuntura latinoamericana queda descartada la estrategia
liberadora centrada en la propuesta de asalto al Estado. La Nicaragua
sandinista comprobó que, debido a la internacionalización
del aparato represivo, dirigido por los Estados Unidos, antes
de apelar a la idea de fuerza es necesario recurrir a la fuerza
de las ideas. La elección de Lula es expresión de
este nuevo camino.
No
se conquista el aparato estatal sin antes tener consolidado el
apoyo de los corazones y las mentes de la mayoría de la
población. No se puede subestimar al sujeto popular: jóvenes,
creyentes, amas de casa, etc. Esos sectores no pueden ser considerados
simple masa electoral. Si la izquierda no se libra del sectarismo
y del dogmatismo permanecerá aislada en sus purezas y certezas
pero sin condiciones de elaborar un nuevo sentido común
popular.
No
siempre la izquierda partidarizada reconoció el merecido
valor de las prácticas populares alternativas: luchas por
la sobrevivencia y la resistencia, denuncias, conquista de derechos,
preservación del medio ambiente, relaciones de género,
combate a la discriminación racial y/o étnica, etc.
Es
inútil dar un paso atrás y fijarse en la utopía
del control del Estado como precondición para transformar
la sociedad. Antes es necesario transformar la sociedad a través
de la conquista de los movimientos sociales y de gestos y símbolos
que hagan emerger las raíces antipopulares del modelo neoliberal.
Combinar las contradicciones de prácticas cotidianas (empobrecimiento
progresivo de la clase media, desempleo, generalización
de las drogas) con las grandes estrategias políticas.
Es
hacer concesión a la lógica burguesa admitir que
el Estado es el único lugar donde reside el poder. Éste
se extiende por la sociedad civil, los movimientos populares,
las ONGs, el mundo del arte y de la cultura, que originan nuevos
modos de pensar, de sentir y de actuar, modificando valores y
representaciones ideológicas, incluso religiosas.
“No
queremos conquistar el mundo sino hacerlo nuevo”, proclaman
los zapatistas. Hoy día la lucha de una clase contra otra
sino de toda la sociedad contra un modelo perverso que hace de
la acumulación de la riqueza la única razón
de vivir. La lucha es de la humanización contra la deshumanización,
de la solidaridad contra la alineación, de la vida contra
la muerte.
La
crisis de la izquierda no procede sólo de la caída
del muro de Berlín. Es también una crisis teórica
y práctica. Teórica: la de quien enfrenta el reto
de un socialismo sin estalinismo, sin dogmatismo, sin sacralización
de líderes y estructuras políticas. Práctica:
la de quien sabe que no hay salida sin retomar el trabajo de base,
reinventar la estructura sindical, reactivar el movimiento estudiantil,
e incluir en su agenda las cuestiones indígenas, raciales,
feministas y ecológicas.
En
este mundo sin esperanza sólo la imaginación y la
creatividad de la izquierda serán capaces de librar a la
juventud de la inercia, a la clase media del desaliento, a los
excluidos del conformismo. Lo cual requiere una ideología
que rescate la ética humanista del socialismo, abandonando
toda interpretación escolástica de la realidad y,
sobre todo, toda actitud que, en nombre del combate a la burguesía,
haga a la izquierda actuar miméticamente como burguesa,
incensando vanidades, ocultando informaciones sobre recursos financieros,
reforzando la antropofagia de grupos y tendencias que se satisfacen
mordiéndose unos a otros.
El
polo de referencia de las izquierdas en torno al cual se deben
unir, solo puede ser uno: los derechos de los pobres.
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